Imanes en la puerta de una heladera

Felicidad. Gisela Mancuso

Foto: Giulia Hetherington on Unsplash

FELICIDAD

Gisela Mancuso

 

Cuando siento que el cuchillo pica sobre la tabla; primero perejil; después, ajo, y después las dos cosas juntas, se me irritan los ojos y me lleno de alegría: es un indicio de que hoy mamá va a cocinar mi comida predilecta. Pero debo disimular, guardarme la felicidad. Bien, bien, bien adentro. Bien detrás de un árbol. Bien debajo de la piel esa sonrisa que quiero dibujarme en la cara. La boca cerrada. Apenas se me estiran los labios y las boqueras. No sé todavía, pero a veces la alegría es una molestia. Como basuritas en los ojos de los demás.

Levanto el cuaderno de la mesa de fórmica roja, la mesa de la cocina, que se achica y que se agranda. Que está grande cuando saco el cuaderno porque vamos a comer mi comida preferida, la que, si sonrío mucho o pido antes, a mamá, no sé por qué, le cuesta hacer.

Puede que me merezca milanesas con papas fritas. Justo hoy que tuve que escribir muchas veces la misma letra. Justo hoy. Hoy. Justo hoy que, por fin, me salió la mayúscula de la F. Y, con la letra F grande y las demás chiquitas después, la palabra, la palabra que no llegué ni a escribir ni a decir porque quedó encerrada en el cuaderno, apretada; tal vez haciendo un sello con el reverso de la hoja anterior, confinada hasta que la vea la maestra, duplicada, espejada, hasta el mediodía de la mañana siguiente.

Ensalada criolla. Platos. Tenedores. Cuchillos. Servilletas de tela. Jugo de damajuana. Vino con duraznos para papá. Papá sentado. Yo, despegando la tinta de la mano con jabón. Froto y froto y froto muchas veces hasta que la espuma queda azul. Me siento al lado de papá. Mamá pone aceite en la sartén. Miro, desde mi lugar, la heladera, que está en un rincón, cerca de mamá. Miro, desde mi lugar, el imán del cilindro de una naranja, con sus gajos, con su jugo; y los imanes del limón, de la banana, del hipocampo, de la sandía, de la luna, del sol, de una estrella de mar, de una manzana, de otro hipocampo, de un choclo, de una chaucha, de un corazón, de una margarita. Una constelación de imanes sobre la tapa del congelador.

El aceite hierve. Yo sé que algo va a pasar porque a esta hora pasa siempre algo. Yo miro los imanes y me entretengo tratando de pensar cuál puedo cambiar de lugar. Hasta ahora soy yo la que organiza los imanes en el congelador y estoy casi segura de que la naranja está libre. Es importante tenerlos organizados, por si viene gente, y para que todos nos olvidemos, y porque a esta hora siempre pasa algo. Siempre. Casi siempre.

 

Papá se saca los anteojos. Los ojos se le ponen colorados. Está masticando la ensalada que picó. No hay pan. No hay pan. No hay pan. No hay pan. No hay pan. No hay pan. No sé cuántas veces dice que no hay pan. Y no, mamá se olvidó de comprar pan. Y yo me olvidé de ir a comprar también.

Con una milanesa fría, con ajo y perejil, rebozada, martillada, Mamá calma al aceite que hierve en la sartén.

No tiene sal tampoco. No hay pan y no tiene sal. La ensalada.

Ponele. ¡Y ponele! ¡Ponele!

Claro, papi, ponele.

Y no hay pan.

Mamá pincha la milanesa sumergida en aceite. Hace un lugarcito. El aceite vuelve a calmarse con otra más chica. Yo trago saliva, pero no digo ni que tengo hambre, ni que hice la F mayúscula, ni que me encanta la comida. Mamá le sirve dos milanesas a papá. Y ahora calma el aceite con las papas cortadas en bastón.

¿Qué no me escuchaste que no hay pan?

Y un silencio.

 

Acá es como si se hubiera nublado la cinta.

 

Yo miro los imanes. Con especial atención, el imán de la naranja. Papá le tira un tenedor a mamá. Mamá se agacha. Me salpica un poco de aceite hirviendo y es como un lunar para siempre en la mejilla. El tenedor pica en la puerta de la heladera. Ahora ahí también le falta esmalte. Se saltó el blanco.

Le alcanzo el tenedor a papá.

 

Mientras discuten, gateo hasta llegar a la heladera. Me paro en puntas de pie. Levanto el imán de la naranja del congelador tapar la nueva marca, pero no, ya hay una marca ahí. No está libre como pensé. Levanto la margarita. Está saltado. Levanto el choclo. Hay una marca. Levanto el hipocampo. Hay una marca. Levanto. Hay una marca. Levanto. Hay una marca. Levanto. Hay una marca. Levanto. Levanto. Y hay una marca. Y hay una marca.

 


MancusoGisela Vanesa Mancuso, Abogada (no ejerce), Técnica Superior en Redacción (título oficial), Coordinadora de talleres literarios, Escritora. Publicó, entre otros, Septiembre sin p no es primavera y La construcción narrativa del acontecimiento autobiográfico.