columna septiembre

El fluir secreto de las cosas. (Notas) Mariana Docampo

EL FLUIR SECRETO DE LAS COSAS. (NOTAS)

Mariana Docampo

 

Cuando me vine a vivir acá, un amigo de mi cuñado me dijo que pusiera cerco eléctrico y me consiguiera un arma.  Muy lindo todo, muy romántico, pero una casa en la provincia, en un barrio abierto: alarma y rejas por empezar, paredón con alambre de púas, un rotweiller.

Le pedí a mamá el sable viejo de mi abuelo.  Mi hermano lo tenía colgado en la pared de su cuarto cuando éramos chicos, después pasó al ropero de mi hermana.  Mamá me lo trae, está oxidado y rotas la empuñadura y las borlas. En los cincuenta esto era todo campo, dice.  ¿Ves allá? No había nada, y allá tampoco.  Nosotros veníamos a plantar árboles, tirábamos semillas.  Este sauce estoy segura de que lo planté yo.

Mi tía me recibe en su departamento de la calle Juncal, necesito algunos documentos.  Sobre una mesita ratona hay un busto en yeso de un hombre joven que hizo ella misma en un taller de escultura: me dijo tu madre que te vas a vivir allá.

Yo asiento con la cabeza, pero ella está casi ciega. Entra una luz tenue por la persiana.  A Juliette también se le ocurrió irse al campo.  Cuando se separó, se fue a un pueblito en el sur de Francia, y vive sola ahí, entre viñedos.  Ella está contenta.

Me imagino.

Hace un gesto resignado. Convengamos que tu abuelo nunca tuvo mucha visión.  Podría haber comprado un terreno no sé… en La Horqueta.

Pobre papá.  Hizo lo que pudo.

A mí me parece hermoso este lugar, mami.

La veo ese otro día sobre la reposera a mi mamá, tomando sol en el jardín, mirando el movimiento de las ramas altas de los árboles.  Como si hubiera en el aire partes de su padre, o de ella misma en otro tiempo, algo perdido.  Mis sobrinos están tirados boca arriba sobre la manta mirando las nubes, mis hermanas conversan sentadas en un extremo.  Una de ellas hizo un budín de almendras y va sirviendo pedacitos en servilletas de papel.

Algo te estaba destinado, y no lo sabías. La tierra en la que el militar concibió un jardín, su sueño de libertad.

Mi abuelo era coronel de caballería.  En los años cincuenta estaba en pleno ascenso, tenía cuarenta años y le quedaba muy poco para ser general.  Había hecho una carrera vertiginosa y con todos los honores.  Pero cuando fue “la Libertadora” defendió a Perón con su regimiento.

Pero era gorila.

Bueno, no le gustaba Perón, pero era democrático, y ¿cómo te explico? siempre fue muy recto.  Para él los militares estaban para “garantizar la soberanía nacional”, no para tomar el poder.  Si el pueblo había votado a Perón, su deber era defenderlo, le gustara o no le gustara.  Se peleó con Onganía por esos temas. El viejo lo llamó y le dijo que no se metiera en política, que los militares no estaban para eso.  Y bueno, después se le truncó la carrera.  Todos le dieron la espalda.   Lo jubilaron, muerto en vida para el ejército.  Pero él, aunque estaba amargado, hasta el último día de su vida, dijo que había actuado correctamente. Era muy idealista, su héroe era San Martín. 

Hay una distancia entre la materia y el espíritu.  Es como el aire entre dos paredes.

A los siete años, a mi abuelo lo internaron pupilo en el Euskal Echea de Llavallol.   Los relatos de mi mamá dan giros alrededor de la tristeza infantil, su sentimiento de abandono, la frialdad de mi bisabuela, las hermanas.  Por las vueltas que da la vida, una vez me invitaron a dar a ese colegio un taller de escritura para los alumnos de secundario.  Bostezábamos juntos, los adolescentes y yo, a las siete de la mañana en la sala de la Biblioteca.  Mientras ellos escribían la consigna, yo aproveché para revisar los anuarios del colegio.  Busqué los años: 1924, 1925, estaban él, y varios vascos con nombres parecidos:  Iturriza, Etcheverri, Bortagaray, Iparralde.

¡Andá, Mariana, a detener las hordas! -me dijo otra de mis tías- Vos siempre fuiste una mujer valiente.    

Un mes antes de movilizar a parte de mi familia para la división del condominio hubo dos intentos de toma en el terreno.  Uno seguido del otro.  Iban a instalarse familias.   Los vecinos llamaron a la policía, nos avisaron.  Desde el punto de vista social, pienso que una tierra baldía más de cincuenta años, debe ser ocupada por quienes la necesitan.  Pero hay un montón de matices a tener en cuenta.  Por ejemplo, ¿a qué llamamos necesitar?  Y ¿cómo se jerarquizan -si cabe esa palabra- las necesidades en una persona, y entre las personas?

¿Cómo querer lo que otros codician?

¿Cómo querer lo que otros desprecian?

“¿Cómo es, Mecenas, que nadie vive contento con la suerte que le ha deparado su propia elección o la Fortuna le ha puesto delante? “.  Me compré el librito el otro día en un cubículo de Almagro lleno de libros viejos amontonados, sin mostrador y sin librero.  Un chico que mezclaba todo con todo y en un momento extraje a Horacio de un nudo intemporal: ¡las Sátiras!  ¿Cuánto cuesta? Todos los de Página 12 están cien pesos.

Este lugar llegó hasta mí con una lógica que desconozco, como si mi mismo abuelo hubiera depositado su destino lejos en el tiempo. Una tierra que espera para ser habitada, como si yo tuviera un rol en el fluir secreto de las cosas: ablandar lo duro, integrarlo.  Lo que representó siempre mi abuelo para mí: lo militar, el patriarcado.  Pero también, la lealtad.

En el día del padre, mi mamá postea en Instagram la foto de mi abuelo cuando era chico.  Su padre, un bebé.

Yo no conocí a mi abuelo.  Pero quiero a quien lo quiso, mi mamá.

¿Pero qué es un padre? ¿Qué es un padre en una madre?

¿Y qué una madre en la voz de una hija?

Hace unos años le dije a mi mamá que quería escribir sobre mi abuelo.  ¿Pero y qué tenés que ver vos si ni lo conociste?  Como si su padre fuera solo suyo.  Sé que la incomoda que escriba sobre ella, y es el peso que tengo que cargar.  Pero escribir es también exigir la parte que nos toca. Porque él está en ella, y ella está en mí.  Y hay algo, también, que sucede por fuera de todxs nosotrxs.

Lazos de amor.

¿Como podría yo vivir en la línea simple del amor, todo lo que converge, disolverlo, sacarme la complejidad como un traje viejo?

¿En qué medida, yo instalo mi casa de escritura en su sueño?  La pura expansión sin ley, la búsqueda, la exploración. Lo blando sobre lo duro.  Y todo lo que hay acá – las plantas y esta tierra fértil- fue protegido por muchos años por presencias invisibles.

No veo solamente la rosa en la rosa, sino la rosa y la mano que la da. Detrás de esa mano está el misterio del amor.

Pulverizar los ojos frente a la rosa es cerrarse al ojo exterior.  Y entonces entrás en el gran océano amarillo, el caldo lunar. Todo lo que había ya no está, y estás adentro de la rosa.

Cuando digo rosa, digo clavel del aire, orquídea, pequeña flor silvestre amarilla o azul, roja, malvón, los ojos del poeta, la enredadera que vimos el sábado con Silvana en la calle Gorriti. Cuando digo flor, digo también rosal, y cantero o vivero, campo en el que crece y se entrega a vos como ofrenda.  Digo también jardinero, o esa mujer de ojos verdes que la mira.

¿A qué le tengo miedo? ¿A la noche? ¿A la sombra? ¿A los ladrones?

Una vecina de la otra cuadra tiene cámaras en la casa y está atrincherada ahí adentro.  Vigila su jardín, vigila la calle, todo el santo día.   Me incorporaron al grupo de Whatsapp vecinos y mi corazón viene pegando saltos con cada mensaje.  Siempre es ella la que da la alarma:  asaltaron a una señora a diez cuadras, hay “gorritas” en la calle Alicante, a Arturo le robaron el perro. Un vecino ex policía sale a patrullar él mismo por la zona. Vane me dice: ándate ya del grupo de vecinos si no te querés morir de miedo.  Yo me fui del de mi barrio.

Cuidar, sanar.

Dar, recibir.

La perra de la calle se instaló en una parva que hay al fondo del jardín, y que tengo que ir quemando de a poco.  Se mete por debajo del alambrado y viene todo el tiempo hasta la puerta de la casa, se tira en la tierra panza arriba para que la acaricie.  Aunque le puse nombre, no me decido a adoptarla.  Sarita está llena de pulgas, y asusta a mi gato José, que no sale al jardín cuando está ella.  El jardinero me dice te conviene tener un perro acá, son guardianes.  Sin embargo, Sarita no asusta a nadie, quiere que los humanos la quieran.  Mueve la cola todo el día salvo cuando se pelea con José.  No te creas, igual nos puede cuidar, dice Silvana.

Hoy hace diez días que no la veo, y la verdad es que la extraño.  Un vecino me manda una foto.  “Me traje a esta perrita para castrarla”.

¿Te la vas a quedar?

Si, si me acepta.

¿Ves?, me dijo Silvana.   No se puede dudar tanto en el amor.

 

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DocampoMariana Docampo es autora de siete libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino, La fe, Tratado del Movimiento, La familia, V y Estrella Negra; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires.  Es coautora del libro  de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” y co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin).  Es licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires y profesora de escritura en distintas instituciones y de manera privada. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas.  Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires.