Docampo

Sobre el arte y la espiritualidad (Diario desordenado). Mariana Docampo

SOBRE ARTE Y ESPIRITUALIDAD

(DIARIO DESORDENADO)

Mariana Docampo

 

Son las nueve de la mañana del 19 de mayo y todavía no escribí nada para la columna de junio.  Tengo que decirle a Martín que no llego con los plazos.  Me enredé porque quería escribir un texto sobre arte y espiritualidad, y en vez de escribir me puse a estudiar.  Y acá estoy, en el café Bonafide de San Juan y Castro, agotada por la exigencia, sin haber podido escribir nada.  Vuelvo a empezar.  Vine acá porque está cerca de la casa de Sil y tienen enchufes en todas las mesas.  Puedo ocupar dos, en las que apoyo mi computadora y despliego mis libros.  Está abierta la ventana y aunque hace frío, el día está hermoso.  Veo el cielo celeste entre los edificios, y un sol pleno que pega contra el asfalto y rebota en los espejos de los autos.

Estuve toda la semana escuchando y leyendo a John Cage porque me parecía un buen punto de partida para pensar las relaciones entre el arte y lo espiritual.  Su Preludio para meditación, Ryoangi, Two-5, John Cage meets sun Ra, 4.33. Silencio.

Si se da lugar al silencio, se perciben las secretas relaciones entre las cosas, su lógica subterránea; deja de imprimirse, por fin, el yo en todas partes.

Hace algunos años comencé a hacer meditación todos los días.  Y eso me hace muy bien para calmar la ansiedad y tomar distancia de mí misma, o al menos de eso que a veces creo que soy yo misma, ese gran menjunje que es mi yo emocionado o contento, exigido, angustiado, enojado, niña interior que quedó enganchada a la costilla con alambres, y tomó todo el espacio.

Esa que soy yo, no soy yo, la puse una vez a un costado, y estaba llena de guirnaldas y pegotes.   De este lado quedó el núcleo vacío.  Punto 0, principio de la respiración.

Suena fuerte la FM 100 en el café.  Me pongo los auriculares, quiero tapar la radio con las Sonatas e interludios de Cage.  No lo logro, pero me abstraigo, cambio el foco de atención.  Un rato de música sin ilación, abierta a las exploraciones del ruido y del silencio.  Cage dice que elegir los sonidos para esta música fue como “recoger conchas en el mar”.  Levantarlas, observarlas, me gustan, las incluyo, las pongo así y así.  No busco imponer una conexión entre unas y otras.

Como resultado, no hay naufragio emocional, ni tampoco elevación mística.  La música me devuelve a mi cuerpo y a los sonidos de ambiente que se enlazan a ella.  Por ejemplo, ahora apagaron la radio en el café y se escucha un ruido de platitos y tazas que se articula al piano que suena en mis auriculares.

 

 

Unos días después.

Estoy en casa de Vane, en Pilar, y va a llover.  Hay una nube de frío y agua que amenaza con caerse sobre el jardín.  Miro como mi gato mira hacia otro lado. Me pregunto si habrá fantasmas en la casa, o ángeles con los que se comunica, porque se queda con su atención puesta en el aire.  Después se distrae y camina unos pasos, espera junto a la ventana, sin apuro, a que yo le abra la puerta.  Trata de cazar un insecto que está del otro lado del vidrio. Y la luz que entra, con sus sombras, se proyecta todo el tiempo sobre su pelo mientras se mueve, hasta que sale al jardín. Iba a ponerse a correr por el pasto pero se quedó mirando un pájaro que voló adentro de la copa de un arbusto y movió el interior, ramas y hojas.  José Carlos está agazapado mirando el pájaro, emite un ruidito, que no es exactamente un maullido.  Noto que es un tipo de conversación que quiere establecer con el pájaro, y no estoy segura de que el pájaro lo entienda.  Miro como mi gato intenta hablar con ese pájaro que no quiere hablar con él.

Sopla el viento y una cantidad de hojas amarillas caen hasta la tierra, en un movimiento completo, rondas enteras de hojas que se desplazan hasta el suelo en línea vertical, caen de una sola vez, como en una danza de giros.  Fueron sopladas por un viento.  El otoño se prolonga.

El año pasado hice algunas clases de danza sufi, “el camino al corazón”.  Girar en espiral alrededor del propio eje. En la danza sufi el cuerpo es canal del espíritu.  Decía mi profesora, mientras abría sus brazos como si fueran alas, que para los egipcios, los giros imitan el movimiento de los astros.  Son los rezos que quieren llegar a dios.

“¡Oh día, despierta! Los átomos bailan -dice Rumi– Todo el universo baila gracias a ellos./Las almas bailan poseídas por el éxtasis…”

 

 

Unos días antes, en Boedo.

Vimos anoche Aniceto, el ballet de Favio.  Y me pregunto ¿por qué es tan hermosa esa película?  El triángulo amoroso, y la brutal riña de gallos.  Excedida de mil maneras; pero hay un sueño, un lazo espiritual.  El ojo atento de Favio en todo lo que muestra, un yo que se entrega al silencio, borra lo expresivo.

Sil incluyó en su repertorio de piano eléctrico el Landscape de Cage.  Apenas lo practicó con los auriculares en la otra habitación, y luego lo tocó para mí, mientras yo cocinaba.  “Es fácil, casi no tiene acordes”.  Y cuando terminó de tocar me dijo: “Ahora va mi hit”, y me ofreció su versión esforzada de la Sonata Patética de Beethoven.  Me pareció que iba pisando, perpleja y con los pies descalzos, el desborde pasional de una antigua partitura sin autor, una obra que está ahí desde siempre, disponible para quien pueda traducirla.  Y ella quitaba -a tientas y en lo oscuro- los velos del lenguaje de mármol, descubría el tesoro escondido.

Entre 1896 y 1907, Hilma af Klint, la pintora sueca considerada hoy una precursora del arte abstracto, se reunía cada viernes con cuatro amigas en una casa del barrio de Kungstraedgaarden en Estocolmo, a pintar y escribir, en largas sesiones precedidas de meditaciones y trances espiritistas.  Se autodenominaban De fem, “Las cinco”. Eran Anna, Cornelia, Sigrid, Mathilda, y la misma Hilma.  Las prácticas anticiparon la escritura automática del surrealismo, y son también ejemplo de un proceso creativo de arte espiritual. Después de la meditación, una de ellas entraba en trance y actuaba como médium, canalizando los mensajes de los “Altos Maestros” en posición yacente.  Cuatro ángeles-guía se presentaban alternadamente:  Clemens, Gregor, Amaliel, Esther y Ananda.  Hilma se destacó entre sus amigas por la facilidad con la que canalizaba.  E iba plasmando en sus cuadernos notas y geometrías bajo el dictado estricto de los espíritus, uno de los cuales, Amaniel -tal vez también Gregor-  le dijo que debía pintar lo que había visto en el mundo espiritual.  Así comenzó su maravillosa serie “Los cuadros para el templo”. Cuando Rudolph Steiner visitó su taller, se mostró receloso de sus pinturas abstractas y le aconsejó que no las mostrara por cincuenta años después de muerta porque el mundo no las comprendería.  La mirada del varón autorizado, sumió a Hilma en la depresión, al punto que suspendió su producción artística durante cuatro años, tras los cuales regresó con una libertad nueva y gran potencia creativa, y enlazó su trazo individual a las canalizaciones, dando como resultado esos extraordinarios cuadros colmados de energía cósmica, luz, color, símbolos, y esperanza que son su obra.  La pintora mantuvo en secreto su gran tesoro incomprendido durante toda su vida, y vivió de sus dibujos botánicos y landscapes, también hermosos, que sí  podía exponer sin levantar revuelo.

 

Hoy.

Sil me cuenta que su abuela tocaba El choclo en el piano de su casa de Boedo.  “Lo tocaba en el comedor, a todo volumen, con los pedales”.  En la versión de El choclo de Carlos Di Sarli que está en Spotify, hay un breve registro de la voz del intérprete, y una dedicatoria: “A los amigos de todas mis horas de artista, vaya el homenaje de mi emoción más profunda, hoy y siempre, con la música que más quiero, el tango”.

 

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Mariana DocampoMariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada.  Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras.  Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.