columna agosto

Otras notas sobre el arte y la espiritualidad. Mariana Docampo

OTRAS NOTAS SOBRE EL ARTE Y LA ESPIRITUALIDAD

Mariana Docampo

 

Quiero hablar de tres o cuatro cosas en estas notas.  Por un lado, la visión, por otro lado la fe, y también la máscara y la sombra.

En la casa de mis padres había una enciclopedia de los museos de arte de Europa, en fascículos.  En uno de ellos -creo que en el de Amberes- vi por primera vez los cuadros de James Ensor.  Máscaras sobre máscaras.  Caras feas ocultas detrás de caras feas.  No había ningún misterio debajo de las caretas, eran idénticas a las caras.

Decía el libro que Ensor anticipaba el expresionismo del siglo XX y los horrores de la guerra.  En ese entonces, yo me identificaba con el dolor del mundo, pero de manera asincrónica. Todo lo que fuera a gran escala, y lejos: la Primera Guerra Mundial, la Segunda, la guerra de Vietnam, las pestes de Egipto, el hambre de África, las inundaciones en la Republica Checa.  Como si mis quince años llegaran con una experiencia emocional desfasada.

Me sentía incomprendida y buscaba una interlocución, así que me encerré en mi cuarto a leer libros. Agregué un propósito: ser culta.

 

*

Hace poco una doctora en letras, me dijo:  Marina, ¿vos que tipo de libros escribís?  No te leí.

Algunas veces me pasa que alguien me dice Marina, en vez de Mariana.  Y rápidamente interpreto que, aún de manera inconsciente, busca establecer una distancia conmigo.  Y así me sugiere que no soy imprescindible en su red (social, intelectual, artística o familiar).  De algún modo me está diciendo: yo sé que tu nombre es parecido al que estoy pronunciando, pero es que te nombro poco y nada -no te conozco-, y así como me olvido de tu nombre, un día cualquiera me lo acuerdo.

Cada vez que alguien me dice Marina, en vez de Mariana pienso en un pasaje de Papá Goriot, de Balzac (me encantaba leer a Balzac para la misma época en que miraba los cuadros de Ensor).  Hay un momento en que la marquesa de Langeais habla con la vizcondesa de Beauchant y equivoca, todas las veces que puede, el nombre de papá Goriot, el ex fabricante de pastas al que sus hijas le sacan las últimas monedas para sostener sus vidas aspiracionales.  Lo llama Foriot, Moriot, Loriot, Doriot, y solo una vez, Goriot.

―Creo recordar que ese Foriot…

―Goriot señora.

―Si, ese Moriot.

En mi caso, una vez dicho Marina, podría ser Karina, Nanina, Sardina, Rarina.

También Beauseant llama “Miguel” a Eugenio, pero el narrador aclara que en este caso “se equivocaba ingenuamente el nombre”.

Señora Miriam, me dijo ayer Pablo, uno de los empleados de la empresa que contraté para construir mi casa, yo puedo cuidarle el jardín, le cobro por día.  Podría ponerle plantas por acá, pasto allá.  Le traigo frutales también.

Pero a mí el libro que más me gustó de Balzac fue Serafita, el revés angélico del realismo francés.  Fue como un tesoro que alumbró algunos días de mi adolescencia, y recuerdo las paredes consteladas de ángeles durante noches completas de un invierno de 1989.  Era lo primero que leía del escritor y se había abierto una puerta al infinito.

La segunda mañana de un viaje a Mar del Plata donde habíamos ido con toda mi familia para pasar el verano, mi papá llegó de la peatonal cargado de libros que había recolectado en las librerías de viejo.  Entró en la habitación de las hijas y los arrojó en un borde de la cama: Madame Serpiente de Jean Plaidy, Fundación, de Isaac Asimov, Fundación e imperio, Segunda Fundación, Hacia la Fundación, Los límites de la Fundación, El amor en los tiempos del cólera. Y sumada a ese conjunto, encontré Serafita de Balzac.  Con mi hermana Raquel revolvimos y elegimos.

Casi vuelvo a leer Serafita para escribir esta crónica (me la bajé en la Kindle), pero después me dije “no Mariana, es una crónica, no un ensayo”. Las imágenes son potentes.  Es un libro angélico, y queer que me voló la cabeza. Serafita es también Serafitus, un ser andrógino amado simultáneamente por un hombre y una mujer.

Un tiempo después revisité las imágenes de Balzac en Del cielo y el infierno, de Swedenborg.  De él sé que fue intérprete de los ángeles y dedicó toda su vida a buscar la sede del alma.  En su casa de Estocolmo, tenía un jardín poblado de espejos que ofrecía a los visitantes imágenes distorsionadas de sí mismos.

 

*

Leí que para Jung la “máscara” o “Persona” es la parte del yo que mostramos a lxs demás, nuestra imagen pública.  Y después está la sombra, el lado oscuro de nuestra personalidad.   Si el yo se identifica con la máscara, se convence de que su imagen pública constituye su personalidad, si el yo desconoce la Persona y se identifica solo con su sombra, se desconecta del mundo exterior.  Esto a grandes rasgos. El latido y la piel. Lo de adentro y lo de afuera.

 

*

Estás sumida en el silencio de tu casa, una noche en que las hojas de todos los árboles del bosque vibran con el latido de la sombra.  Se cortó internet y el viento comenzó a soplar.  ¿Qué hay en esta oscuridad?  ¿Qué sucede en el negro sobre negro, en este núcleo motor del mundo?

Vivimos en un mundo de Personas, pero nuestro corazón todavía palpita en la sombra.

Sacarse la Persona de adentro, como si se sacara una máscara de hierro que se tragó hace años, y quedó incrustada.  Escupir la Persona de adentro de la Persona.

Escribir desde la sombra o desde la Persona.

Lo siento en mis amigos de cine, están descorazonados.  Nada pareciera tener sentido por fuera de la industria (Netflix, Amazon Prime, HBO, las plataformas).  El éxito comercial como única meta, o cualquier acercamiento a la meta, como un perro de ciudad que olfatea la basura caída de un conteiner y lame los restos de la casa de los ricos.  La ficción con formatos preestablecidos: tramas, ritmos, contenidos.  Y del otro lado -como si hubiera un único “otro lado”-, los grandes festivales, “el prestigio”, que también exige formatos parecidos entre sí, ritmos, tramas, contenidos, o puntos de vista.

Se hacen algunos cortos, hasta que pueda hacerse un largo.  Se hacen algunos cortos y un día se hace un largo… pero no puedo hacer otro largo (¡es muy caro!), hago más cortos, por fin un largo, ¡otro largo! Y me quedé sin plata, el productor me estafó.  Me deprimo, tengo que volver a la oficina. “En Latinoamérica solo los ricxs filman ficción”.

No hay lugar para un formato distinto y libre que no dependa de la oferta y la demanda. No hay lugar porque falta el arrebato amoroso por el acto de crear, hubo una presión de la suela contra la cara, y el cansancio de la Persona espejada a la Persona.

 

*

¿Pero qué es la visión?  El ojo que se abre adentro del ojo, con la imaginación, o ante la epifanía.  El ojo que hizo un agujero en la máscara.  Vio por fuera y vio por dentro. Y vio lo que no puede decir, porque la palabra no alcanza, ni por asomo.  Y en el centro de la estructura de metal se encontró con la sombra y su corazón encendido, como una zarza ardiente en la noche de mi jardín.

¿Y qué es la fe?  ¿Cómo se sostiene la fe -incluso en el arte- en un momento en que todo declina, el entusiasmo, la libertad? ¿Cómo se sostiene con el ojo exterior enfermo de fiebre?

La fe se pega a cualquier cosa, a un insecto, o a un papel; a otra Persona.

Tengo la sensación de que hay un convencimiento general de que no hay nada a lo que aspirar más que a la Persona esculpida en plástico, en una época que dinamitó -por fin- las jerarquías, que se expandió rizomática, como el jengibre, pero que nos acorrala con el lenguaje.  No hay opción de “elevar” el espíritu, porque lo que está arriba está abajo.  Pero tampoco se abre el yo hacia los costados -quiero respirar por los poros, abrir los brazos y tocar lo que no puede tocarse aunque sepa que está ahí, permanece en el pliegue invisible).  Tengo la sensación de que hay un fuerte barrote internalizado, una bota sobre la cabeza.

Está la ciudad, con su cara fea, o estos árboles que dan sombra incluso al mediodía, como un pequeño bosque inglés en medio del Gran Buenos Aires.

Dos jóvenes ambientalistas (lo veo en Instagram), tapan un cuadro de John Constable en la National Gallery de Londres con una foto de un paisaje devastado al grito de “¿Cuándo no hay comida de qué sirve el arte?”, se besan frente a las cámaras, y tocan con sus dedos el marco de la pintura.  Es todo tan ridículo.  Tienen remeras de algodón.

Como si “el arte” -quiero decir “volver a creer en ‘el arte’”- no fuera una resistencia a este devenir de Personas, un estallido de la máscara y del nombre, un encuentro con la sombra.  Lo único que a los quince años mostraría un revés, dará una esperanza: la fisura en la trama.

Fundación, Fundación e imperio, los límites de la Fundación.

 

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DocampoMariana Docampo es autora de siete libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino, La fe, Tratado del Movimiento, La familia, V y Estrella Negra; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires.  Es coautora del libro  de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” y co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin).  Es licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires y profesora de escritura en distintas instituciones y de manera privada. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas.  Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires.