Costantino octubre

Notas sobre la recepción de lo literario. Natalia Costantino

NOTAS SOBRE LA RECEPCIÓN DE LO LITERARIO[1]

Natalia Costantino

 

“…el único asidero que tenemos para que eso que llamamos realidad exista

 es la palabra”.

Alberto Girri

 

Michèle Petit en su libro Leer el mundo[2]  refiere a una significación que tiene la literatura: la de ser, “prosodia de una lengua que entra en resonancia con el cuerpo, las palabras (…) tienen una presencia carnal”, aún antes de nacer. Y a partir de la infancia este arte nos ayudará a construir significados, a “domesticar lo extraño”, a poder poner orden en un caos, a darle una secuencia, un sentido y a elaborarlo estéticamente.

Recibir lo literario excede corporizar el lenguaje en una dimensión estética. Recibirlo supone además la construcción de una subjetivación.

En palabras de Martín Glozman en su ensayo “Escritura y curación”[3]: “En la tarea estética se pasa incesantemente de lo interno a lo externo cambiando la posición de nuestra mirada. Y ese ejercicio en la armonía y la espiritualidad cultiva el alma y, por qué no, lo entendido a partir de Freud como el inconsciente.”

Me detengo en este autor, quien plantea en su breve y profundo ensayo la experiencia de escribir literatura como transformadora en un nivel psicofísico, en su hacer como una terapéutica; y establece un vínculo con un carácter dialógico, un hacerse dos con logos, un dos que en principio parte de serlo el escribiente con su dicho, en una relación confesional con la palabra, y que tiene luego (o sincrónicamente) un alcance dialógico social, que el autor lleva a una dimensión que llamará de “cura colectiva”.

En toda escritura literaria hay algo de autorreferencialidad, más allá de que lo autobiográfico literario se constituya como cuerpo explícito donde la palabra encuentra el lugar de su alojo y cura, Glozman postula una construcción (sanación) escrita de la real realidad en la persona, a través de lo dicho a nivel ficcional.

El texto de Glozman, leído un tiempo después de haber llevado a cabo la escena de lectura literaria en el aula que aquí compartiré, fue revelador para mi relectura de este fragmento de capítulo de un libro que escribo mientras lo revisaba para dárselo a curar. En los talleres dados en las instituciones educativas donde me he desempeñado (y aún lo hago en una de ellas) las escrituras nacieron luego de lecturas de textos literarios motivadores que hacían eco de las propias historias personales, atravesadas por discursos sociales, que de alguna manera se inscribían en los relatos de mis estudiantes. Coincidentemente la mayoría de esas voces son de mujeres que hablan de una historia social que es constructo de su propia historia personal, y a la inversa: un relato de autor (autobiográfico y  también asumido como un narrador testigo) que arma el tejido del relato de una época.

 

Llegará el tiempo en que la poesía  “decrete el fin del dinero y parta el pan del cielo para la tierra”

 

“¿Puede el arte calmar el hambre?”.

Solgo había descubierto que pintar era su dicha, y que ante el hambre, el frío y la tristeza, que existían más allá de los muros tras los cuales se veía la desigualdad en su faz más descarnada (indiferentes a los monjes y al emperador), tenía el don de dibujar “un cerezo tan verdadero” capaz de saciar y embelesar con sus flores y capaz de dar frutos por siempre.

“¿Puede el arte calmar el hambre?”.

Roxana era mi alumna en un secundario para adultos, el CENMA Unquillo. Fue mi primer día de clases con ese grupo, en el año 2019. Me presenté; nos presentamos; y quise introducir la materia de Lengua y Literatura con la lectura de Solgo, de María Teresa Andruetto, una edición ilustrada por Cynthia Orensztajn.

La pregunta no parecía retórica. La mirada y la voz de Roxana transmitían aseverar que todo lenguaje poético no era capaz de calmar el hambre. Cómo podría ser eso posible en la vida de una mujer de quien supe luego, durante mis clases, que su biografía había estado atravesada por una relación dolorosa con la literatura en el único lugar posible para ella: la escuela.

Meses después de ese primer día mi alumna escribiría:

 

Cuando yo tenía ocho años estaba cursando tercer grado. Mi maestra de lenguaje me hacía bullying. Ella me hacía pasar al frente a leer y se burlaba de mí, y mis compañeros se reían. Ella me obligaba a atarme el cabello con un hilo de piolín. Cuando trabajábamos en grupo, como yo no tenía libro, ella me dejaba en un rincón, sola, esperando que terminen de trabajar mis compañeros.

En ese momento no entendía por qué me trataba así y yo me sentía muy mal cada día que tenía su materia; era una tortura para mí. Siempre intentaba faltar y le mentía a mi mamá que estaba enferma para poder faltar.

Ahora que soy grande comprendo que ella estaba enferma. Esta maestra me perjudicó mucho en mi vida. La tuve en tercero, cuarto y quinto grado y esa fue la razón más fuerte por la que dejé la escuela.

 

 

En el tránsito hasta alcanzar la vida adulta, para muchas personas, la literatura no pudo ser mostrada ni vivida como refugio ni pan para saciar tristezas.

Qué desafiante es intentar llevar un poco de belleza adonde muchas veces ella no puede llegar si no es a través de la escuela. Y que en esto se juegue una cuestión no solo de oportunidad y de igualdad, sino de construcción de un campo simbólico (desde la primera infancia), de un sostén afectivo entre quien da y recibe literatura, desde las primeras nanas hasta los relatos que conforman la subjetivación en el interior de una familia y más allá de ella, en el marco de una comunidad de pertenencia.

Y es que el lenguaje poético, como antes referí a través de Petit y de Glozman, nos preexiste y nos existe y nos ayuda a tener una visión reparadora del mundo personal y comunal según la manera en que nos haya alguien o nos hayamos alimentado con el “pan” de la literatura. En el caso de mi alumna Roxana la escuela primaria había sido el único lugar donde debía haberse dado un mediador (la maestra) para ayudarle a subjetivarse, y en lugar de eso hubo la sanción, la desvalorización, la anulación de la persona y la expulsión de ese mundo (para muchos, refugio de la infancia) como espacio importante donde asirse a la palabra y a la construcción de su yo a través de la literatura.

En su texto oral[4] “El flagelo de la no lectura”, Susana Allori[5] dice: “Los humanos tenemos derecho a la belleza del uso del lenguaje literario porque eso es lo que engrandece nuestro capital simbólico (…) el acceso a la belleza del lenguaje es derecho de todos y eso tiene un sentido social que parte del ejercicio de un derecho individual”.

“¿Puede el arte calmar el hambre?”.

Tomo las palabras de Susana Allori para responder la pregunta de Roxana: “En un mundo que hace ostentación de la desigualdad justamente creo que es necesario trabajar por el acceso a la cultura. Porque donde falta pan no solo falta pan, quiero decir: derechos fundamentales.  Cuando falta pan parece que lo único que hay que hacer es preocuparse por el pan, por dar el pan; yo creo, como Roque Dalton, que la poesía es como el pan de todos.”

María Emilia López en su libro Un pájaro de aire[6] recoge una cantidad de experiencias de bibliotecarios que han trabajado la lectura en la primera infancia, en bibliotecas públicas de Colombia. En uno de los relatos, presentados como bitácoras, se narra  la experiencia que una bibliotecaria tuvo con una mamá y sus cuatro hijos, recién separada del padre de ellos. En la lucha de esta madre por contener y sostener a sus niños, la biblioteca aparece en la vida de sus hijos como amparo y “alimento” en medio del hambre, la zozobra y la incertidumbre. Esa experiencia nos muestra cómo la literatura viene a convertirse en ese “pan de todos”. Nos da a conocer cómo de a poco esos niños van siendo abrazados y saciados  por la literatura, y además van siendo contenidos por una relación afectiva establecida entre el dador de ese pan y el destinatario.

Eso es vital, como afirma Michèle Petit, “desde su más tierna infancia, los humanos necesitan esta otra lengua”[7], la que es dada por su función poética.

Si volvemos a Solgo, al personaje y al relato, pensamos en su forma de simbolizar el fragmento de mundo a quien decide destinar la pintura de un cerezo. No el del emperador, tampoco el de los monjes. Es un cerezo para un mundo donde la poesía de su tinta fuera fuerza y alimento necesarios para transformar en embriaguez la desazón, en el sentido de poder dar  satisfacción y ánimo.

Y es que, en palabras de Enrique Molina[8], “La poesía es la única fuerza capaz de restituir al hombre su dignidad perdida, y nada tiene que ver con los ejercicios retóricos”, sino con “ese alimento sagrado exigido por todo corazón humano y que constituye uno de los pocos motivos  válidos de la existencia”.

Restituir en la vida una “dignidad perdida” a través de la poesía. La poesía… ese lenguaje que habita la niñez de forma natural en el pensar metafórico que caracteriza a la infancia. La poesía, ese “alimento sagrado” que hace de toda vida un verla y existirla como una experiencia plena, un sentirse saciado de belleza, un recibir (por vez segunda, por vez profunda) el baño del lenguaje. Además, una misma y única lengua (que no es lo mismo que lenguaje), un territorio sin divisiones ni fronteras, unitiva lengua, fraterna lengua.

Al identificar la poesía con la vida, se trasciende lo literario porque hay un arraigarse en el interior del ser humano, en su espíritu. “Vivir la poesía es cosa  distinta” que escribirla. Ella, para Enrique Molina, supera su función literaria para portar una “misión”: la de “cambiar la vida”. La de recuperar su dinámica más honda, lejos de todo racionalismo, de todo utilitarismo. De todo ismo que puja por aumentar desigualdades y miradas  fragmentarias de una realidad también partida. “Solo la poesía puede crear entre los hombres una fraternidad realmente única (…) No podemos aceptar ni otro destino ni otro consuelo que el de unirnos a ese propósito. Alguna vez llegará el tiempo en que la poesía –recordemos las palabras ardientes de Breton en el primer manifiesto- “decrete el fin del dinero y parta el pan del cielo para la tierra”. Cuando todos se unan para crearla. Entonces la vida se abrirá salvaje y pura y el hombre volverá “a poseer la verdad en un alma y un cuerpo””.

 

 

NOTAS

[1] El presente texto integra la segunda parte de un libro en desarrollo sobre el hacer literatura, preparado para la editorial Buena Vista.

[2] PETIT Michèle (2016)  Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultual. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

[3] GLOZMAN Martín (2021) “Escritura y curación” en: https://lacopadelarbol.com

[4] Texto oral por tratarse de una entrevista radial (de ficción) hecha a Allori.

[5] ALLORI, Susana “El flagelo de la no lectura”. En: Daveloza, Valeria, Vottero, Beatriz y Equipo de producción de materiales educativos en línea (2020). Clase 4: Abrir lecturas, desear puertos. Módulo La Lengua y Literatura como objeto de enseñanza. Formación Docente Complementaria – Profesorados y Formaciones Pedagógicas. Córdoba: Instituto Superior de Estudios Pedagógicos. Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba.

[6] LÓPEZ María Emilia (2018) Un pájaro de aire. La formación de los bibliotecarios y la lectura en la primera infancia. Buenos Aires. Lugar editorial.

[7] PETIT Michèle, Obra Citada.

[8] MOLINA Enrique “Vía Libre”. En: A partir de Cero. Nº 1. Buenos Aires. Noviembre. 1952 (de ahora en adelante las citas entre comillas pertenecen a este texto de Enrique Molina).

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

ALLORI, Susana “El flagelo de la no lectura”. En: Daveloza, Valeria, Vottero, Beatriz y Equipo de producción de materiales educativos en línea (2020). Clase 4: Abrir lecturas, desear puertos. Módulo La Lengua y Literatura como objeto de enseñanza. Formación Docente Complementaria – Profesorados y Formaciones Pedagógicas. Córdoba: Instituto Superior de Estudios Pedagógicos. Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba.

ANDRUETTO María Teresa y ORENSZTAJN Cynthia (2010) Solgo, Edelvives, España.

GLOZMAN Martín (2021) “Escritura y curación” en: https://lacopadelarbol.com

LÓPEZ María Emilia (2018) Un pájaro de aire. La formación de los bibliotecarios y la lectura en la primera infancia. Buenos Aires. Lugar editorial.

MOLINA Enrique “Vía Libre”. En: A partir de Cero. Nº 1. Buenos Aires. Noviembre. 1952

PETIT Michèle (2016)  Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultual. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

 


Natalia CostantinoNatalia Costantino (Río Ceballos, 1975). Publicó los siguientes libros: La tarde en el extremo
(Córdoba, 2006), Las alegorías (Unquillo, 2010), La soledad unitiva del hombre en Playa Sola,
de Alberto Girri (Alemania, 2015), Aunque nadie lo vea (Buenos Aires, 2021). Es licenciada en
Letras Modernas por la UNC. Ejerce la docencia y coordina talleres de lectura y escritura.