Cacerola

Escabeche. Majo Migliore

Foto: Anne Nygård on Unsplash

ESCABECHE

Majo Migliore

 

Cuando llegó la casa era una humareda. El humo era tanto que se sentía desde el palier del edificio, dos pisos abajo. El escabeche, pensó en un grito. Subió al trote. Abrió la puerta y corrió de nuevo. Una vez en la cocina, destapó la olla. Había una costra negra abajo conformada por varias capas carbonizadas. Pero mucho por rescatar. No era tan grave. Sacó con cuidado el pollo, las zanahorias y las cebollas. Probó un bocado de cada ingrediente. Tenían buen sabor. Puso todo en un tupper y lo espolvoreó con vinagre y aceite. Luego, llenó la olla con detergente y bastante agua hervida. Abrió todas las ventanas, prendió los ventiladores y se sentó en el escritorio, satisfecha de la resolución tan rápida del conflicto.

A las cuatro llegaba Guido, su pareja. Cuatro menos veinte empezó a fregar la olla con virulana, pero no hubo caso. Intentó con algunos productos más fuertes, pero nada. Entonces, la secó y la escondió en su placard, entre la ropa. Cuando Guido abrió la puerta ella adoptó una pose de trabajo concentrado, como si el escabeche no tuviera lugar en su existencia. Apenas la vio, como una chispa, sin una coma después del “hola”, Guido le preguntó si había apagado el fuego. Claro, le dijo Carmen. Entonces él fue a la cocina a ver cómo había quedado la obra de su creación. ¿Por qué lo sacaste de la olla?, le sacaste todo el líquido, dijo él. Ah, ¿no se saca? ¿A quién se le pasa por la cabeza escurrir un escabeche? A nadie, a nadie, a vos nada más. Solo te pedí que apagaras el fuego. Ella no contestó. Daba igual la mentira o la verdad. Siguió el silencio, que se prolongó toda la tarde y toda la noche.

La separación comenzó unos meses después y duró otros tantos. No tuvo que ver con el escabeche, o no solo con eso. Un domingo, las cajas de la mudanza estuvieron listas en el atardecer, sin cerrar aún, expectantes de los restos que aparecían en cada recorrida por la casa. Mientras Guido fumaba de espaldas en el balcón, ella lo miraba. La espalda era justamente la parte que más le gustaba de él y no volvería a tocarla. Luego, espió las cajas de Guido, exploró un territorio que ya no le pertenecía, husmeó en los libros, en los neceseres. Olió su desodorante. Se sintió como cuando iba de invitada a algún lugar y abría las puertas de los placares de los baños, tan elocuentes. Sigilosa, fue a su habitación. Buscó la olla incendiada, que era de Guido, y la acomodó en una de las cajas, lo suficientemente escondida para que él la encontrara una vez instalado en su nuevo lugar.

 

4/3/21


Majo MiglioreMajo Migliore nació en Buenos Aires en 1986. Se graduó en Letras por la UBA y se encuentra finalizando la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la UNTREF. Enseña escritura académica y profesional en la administración pública y forma parte del equipo de transversalización de la perspectiva de género del Senasa. Publicó artículos en las revistas Luthor y Exlibris. Actualmente forma parte del proyecto de investigación «Políticas del desborde en las artes contemporáneas latinoamericanas. Literatura, performance, danza y tecnología», a cargo de Claudia Kozak y participa del curso permanente de narrativa que dicta Mariana Docampo y del taller de poesía a cargo de Guillermo Saavedra.