Docampo octubre

La lengua de los animales. Mariana Docampo

LA LENGUA DE LOS ANIMALES

Mariana Docampo

 

A principio de año, el Papa acusó de egoístas a las personas que no quieren tener hijos, pero que sin embargo “tienen perros y gatos que ocupan el lugar de los hijos”. Tal vez porque provengo de una familia católica, cada vez que el Papa dice cualquier cosa sobre cualquier cosa me siento aludida de manera personal.  “¡Ay! ¡Justo ahora que adopté un gatito!”.  Y sin poder detener el alud autorreferencial: “¿Seré egoísta?”

“Es verdad -reflexiono en la misma línea que el Papa- todo da a entender que es más fácil criar a un gato que a un bebé”.  Lo sé no porque haya tenido hijos, sino porque tengo amigas y hermanas que tienen hijxs, las escucho hablar de sus hijxs, las observo interactuar con sus hijxs.  Así que puedo afirmar, por interpósita persona, que “criar a un gatito es mucho más fácil que criar a un bebé”, puedo notar las diferencias: además del cuerpo distinto, los gatos son independientes, no reclaman demasiada atención, y si bien los tenés que alimentar, ponerles una compoterita con agua fresca, y a lo sumo a veces y a modo de premio, comprarles atún o paté o uno de esos paquetitos de golosinas para gatos, podés dejarlos solos sin problemas durante dos o tres días, y ellos se enojan, pero no mucho.  No hace falta bañarlos, cambiarles los pañales, acunarlos cuando lloran de noche, enseñarles a andar en bici de más grandes, llevarlos al colegio. Y sin embargo, se mantienen a tu lado, te esperan si te vas, te acompañan de acá para allá por toda la casa, y da la sensación de que te quieren.

Pero voy a dejar que sea el Papa quien siga profundizando en el intríngulis al que nos lleva la comparación entre hijos y mascotas y me centraré en el amor a los animales, que es lo que de pronto, vino a surgir en mi vida, como una flor que comenzó a abrir sus pétalos en medio del lodazal, un día de tormenta.  Un regalo así de la vida, un amor ofrecido de esta manera, tan gratuitamente, que no espera retribución, es algo que una persona -cuando lo experimenta- muy difícilmente esté dispuesta a rechazar.

Una amiga me dijo una vez “desconfío de las personas a las que no le gustan los animales”.  Y es verdad, porque amar a los animales es aprender de los animales, esto si fuera necesario buscarle un sentido utilitario al amor: el amor puede ayudarnos en la vida.  Y el amor de los animales es simple y directo. En el caso de los gatos, por ejemplo, a ellos les gustan los seres humanos y se quedan al lado tuyo con la única condición de que les des de comer, te ofrecen su ronroneo, te ponen en la pista de cosas que vos no ves, fantasmas o ángeles, o incluso, cierta lógica secreta de las cosas a la que ellos parecen estar prestando atención cada vez que dejan sus ojos fijos en el aire.  Pero además, esa entrega completa al día a día, la predisposición a disfrutar de las funciones básicas: comer, dormir, correr, maullar, jugar.

Me acerco a la ventana, con la taza de té en una mano y lo veo salir a José, primero va hasta el árbol para afilarse las uñas, y después se trepa a las ramas altas, y baja por el tronco, corre hasta el fondo a toda velocidad.  Vuelve y se queda quieto al lado de la puerta, apoyado sobre su cadera, con las dos patas delanteras estiradas.  Sé que espera, en silencio, la llegada de Lorenita, una gatita naranja, idéntica a él pero más chiquita que últimamente está viniendo todo el tiempo al jardín a buscar comida.  Ahí está llegando ella: maúlla y trota a la vez, se frena a un costado de José, que da un giro en su lugar y la mira de frente, le gruñe, da un zarpazo lento, que ella esquiva con las orejas aplastadas para atrás, le responde el gruñido, pero enseguida se desinteresa y me mira fijo desde el otro lado del vidrio, recompuesta.  Está esperando a que le abra la puerta para comer.  José se ubicó junto a Lorenita, en la misma posición que ella.  Les abro la puerta y entran los dos, van directo hacia la compoterita y se frenan al verla vacía, levantan la cabeza y maúllan sin dejar de mirarme.  Yo apoyo la taza en la mesa y voy a buscar un poco del alimento de José, y lo reparto entre los dos.    Lorenita se abalanza sobre el recipiente y vuelca toda la comida en el suelo, come con voracidad.  José sólo come un poco, y se queda al lado de ella hasta que termina.  Los veo más tarde corriendo entre los fresnos del fondo, y después él se mete debajo del alambrado y sigue hasta el parque de los vecinos, ella va en otra dirección.  Más tarde, en algún momento del día, en algún lugar del jardín, se vuelven a encontrar, y comparten su interés por la misma mariposa.

Pero por aquí no solo pasean gatos, hay pájaros de colores que cantan a toda hora, o tal vez lo que hacen es conversar.

Una de las figuras que más me gustan del santoral católico es San Francisco de Asís, el santo poeta, autor del hermoso “Cántico a las criaturas”.  San Francisco fue criado en la valoración de las riquezas y el poder, como la mayoría de nosotrxs, pero en medio de un viaje de negocios, escuchó una “llamada” que lo hizo regresar a su tierra y desapegarse de lo material.  A partir de ese momento, Francisco se dedicó a la meditación y a la oración.  Se dice que hablaba con los animales, que las golondrinas lo seguían en bandadas y formaban una cruz encima de su cabeza cuando predicaba. Se cuenta la historia de un lobo que comía las ovejas de los pastores y atacaba a las personas y que San Francisco logró amansar con solo “hablarle”.

Francisco de Asís llamaba a los animales “hermanos pequeños”, pero también llamaba “hermanos” al sol, a la luna, al agua, al viento, al fuego y a la tierra, entendiendo a las personas como partes distintas de una misma familia horizontal de gran belleza, en la que cada unx propicia el desarrollo general, y brinda bienestar a cada parte.  Por esta razón, fue proclamado Patrono de los Animales y de los Ecologistas”

“Hablar con los animales” es un don que pocos tienen, pero da la impresión de que no se trata tanto de entrometerse en una hipotética lengua animal, o atraerlos a la comprensión de las lenguas humanas sino, por el contrario, vivir la comunicación en su posibilidad de transparencia.  Quiero decir que tal vez San Francisco no haya buscado para comunicarse con los animales un “lenguaje común” entre ellos y él, un puente entre las especies, sino que él mismo atendió a esa “lógica secreta de las cosas” a la que también atienden los animales y ante la cual solo hay que abrirse, en meditación, observación, respeto y silencio.

 

 

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DocampoMariana Docampo es autora de siete libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino, La fe, Tratado del Movimiento, La familia, V y Estrella Negra; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires.  Es coautora del libro  de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” y co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin).  Es licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires y profesora de escritura en distintas instituciones y de manera privada. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas.  Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires.