Foglia

La canción que lo repara. Presentación de Sampler de Patricio Foglia. Melina Varnavoglou

LA CANCIÓN QUE LO REPARA. PRESENTACIÓN DE SAMPLER DE PATRICIO FOGLIA

Melina Varnavoglou,

 

Tano Cabrón, 15-10-2022

 

“¿Quién hay adentro mío que me odia tanto?”  Hace bastantes años ya, una mala psicóloga que también me indicaba apresar un puñado de hielo todas las mañanas, llegó a decirme que para aplacar los pensamientos negativos, para calmar la irrefrenable ansiedad, tratara de recitar una canción – o recitar un poema, en todo caso- dijo, sin saber que yo escribía poemas.

Patricio Foglia se monta, escribe sobre esa “esa vieja canción del lugar de donde vengo”, que a veces es dolorosa, a veces ingenua, “torpe o absurda, pero mía” que asalta dentro del poema.  Y no es una novedad de este libro donde finalmente se devela como procedimiento: un sampler, sino la ética de juego que ha guiado siempre su poesía.

La primera vez que lo leí, en Lugano 1 y 2 yo misma quise samplearlo. Luego de atravesar todos esos poemas de atmósfera submarina -con los que luego armaría su Escafandra-, poemas que captan a la perfección cómo de niños se escuchan todos esos indescifrables sonidos de gritos, golpes o portazos durante la separación de los padres, me encuentro con la tan ingenio-generosa idea de personificar a los segundos, los lados b de la historia de la historia del pensamiento y el arte. Ahí estaban Engels, Max Brod, Zelda Fritzgerald, Theo, el hermano de Van Gogh. Y está también Edgar Lee Masters, a quién no había leído hasta que Pato me prestó una fotocopia de Antología de Spoon River. Así fue cómo se me ocurrió cerrar también mi libro con poemas sobre pintores, cuadros, filósofos. Dice el Lee Masters de Pato “Yo podía oírlas, extrañamente, a todas, pero también a cada una, y sin pensarlo me entregué, me vi impulsado a ser su instrumento. Tomé, con cuidado, cada historia como una vela entre mis manos”.  Después pasó a hacer algo más difícil aún para un poeta, armar sus propios personajes y ciudades personizadas, como en su tercer libro, Tokio. Allí también siempre hay alguien escuchando “Mitsuki está sola en la dulce compañía de ingenua y luminosas canciones que suenan desde la radio”.

Digo que es ético su juego porque después de contar cosas terribles sobre uno, es muy importante poder volver a los demás. Poder sentirse “parte del tesoro de su felicidad”. Quien sabe, si no fuera por ese préstamo, quizás yo habría quedado aplastada por mi “Superyo lírico” contra el que este libro se despacha en una de sus Correspondencias.

Hay por supuesto, también una técnica en este juego, no deudora sino más bien, homenajeante de filosofías poéticas como la del Personismo de Frank O´Hara:

“uno de sus aspectos mínimos es que se dirige a una persona (fuera del poeta mismo) para evocar las profundidades del amor sin destruir su vivificante vulgaridad, y mantiene los sentimientos del poeta hacia el poema, previniendo que el amor lo distraiga hacia los sentimientos por la persona”. O para hacerlo más sencillo, O´Hara cuenta que el personismo surgió cuando en vez de llamar por teléfono a alguien de quien estaba enamorado, le escribió un poema.

En la segunda parte de Sampler, hay poemas “a”, poemas “de” y poemas “para”, otros poetas, amigos, cuatro para su novia, la poeta Natalia Leiderman, a la ansiedad, al vecino, a la sociedad rural, a su pelo.

Recuerdo tantos otros momentos compartidos: cuando una tarde encontré en su biblioteca Máscaras a Capella de Estela Figueroa, abuela electiva de Pato y quien abre este libro. Ahí están los poemas de ella a/para Emily Dickinson. O cuando en una terraza bajo la luna leímos los poemas de Sandro Penna. “Claro, de acá viene Osvaldo”, dijimos.

La amistad es un poco un sampler: uno toma algún fragmento del amigo, frases que nos ha dicho, ideas, versos y los loopea, los pone en reversa o los ralentiza.                   Como cuando de juntarte mucho con alguien se te empiezan a copiar algunos gestos, frases, modismos. Cuando un amigo nos muestra esos samples, eso que hizo con nuestras palabras, algo que le aconsejamos o le hicimos notar, bueno, a veces nos defrauda porque hizo todo lo contario a lo que le dijimos, pero no se siente como un robo para nada, se siente más propio que nunca. Porque sentimos como fragmentos de nuestra vida pasan, reapropiados, sampleados por su experiencia.

Cuando ya no nos resuena lo que el otro dice, o cuando nos juntamos a decirnos lo mismo sin mezclarnos, cuando ya no podemos samplear esos fragmentos queridos, la amistad, lo mismo vale creo para el amor, se acaba. El poema se queda sin su canción. Entonces, es cruel decirlo, pero eventualmente encontrará otra.

Porque el poema, ojo, no es la canción. Si bien como ella es “una maquinita arcana que permite conservar en un ritmo una emoción”, el poeta tiene que armar ritmos sólo con palabras, cosas que ya están significadas, que ya suenan y remiten siempre a otra cosa. Y a su vez, ese ritmo hay que encontrarlo fuera del sentido, llegar a escuchar algo que no tenga palabra aún, que no tenga sentido. Sino seríamos técnicos, pinchadores de cables de lenguaje. Y no hay “ni punta, ni piedra, ni palanca” para hacer esto.

¿Por qué no podemos ser como los músicos, que no sólo son mucho más queridos, sino que cuando no tienen ideas nuevas pueden pasarse toda la noche tocando una misma canción?

Me imagino a Pato haciendo estos poemas, no como un músico sino como uno de los extraterrestres del Eternauta, del que aparece un recuadro en este libro también. Me refiero a un personaje muy marginal que se fascina por como los humanos construyen objetos no meramente útiles sino decorados, cargados de afecto, de sentido.  Así lo imagino a Pato, con “su traje espacial desesperado”, desarmando poemas, reproduciendo una y otra vez la canción de la que vienen hasta que se gaste de sentido, y desde el instante de silencio donde asalte la nueva emoción, comenzar a armar el ritmo que la conserve. Así el poema tendrá que encontrar siempre otra forma, porque ante todo eso es la poesía: una forma que se ama y a la vez, el amor que tenemos por las formas. Y es algo que se hace cada vez, siempre distinto.

Con la misma admiración que expresa en su colección de fotos de waiter dogs -esos perros que esperan- y aparecen en el poema dedicado a la fotógrafa Nora Lezano donde “el poema ya empezó” . Como dice en otro lado “No existe un momento exacto en donde todo empieza”, me ampara a mí, me tranquiliza, ver como el tono de los poemas de Pato ha cambiado, como el frenetismo de enumerar los productos que acomoda “el arroz en su frasco de vidrio/ los fideos en su frasco de fideos ”, esa tranquilidad que “en ningún lado se encuentra” de ese chico que acaba de perder a su madre, ese “chico que no cesa” como Bossi lo llama; se modula ahora con esos finales abiertos, tan calmos, donde el poema se abre, se despereza, lanzándose al vacío para que el mundo pueda volver a entrar con su “música amable al fin”, como diría Irene Gruss.

Finales como los de Mudanza, que es casi un haiku “Cierro los ojos. Escucho el agua que cae monótona, contra la ventana de vidrio de mi nuevo cuarto“  o del fantástico, bishopiano “Teoría y praxis”.

Detecto en ese poema un sample escondido que está en “Todo lo que sabemos del cielo”. El más breve del libro:

“solamente estábamos mi papá y yo

 y el ruido de los cubiertos

al roce con los platos”

Ese ruido, seco, inenarrable, que apenas se llega a describir como imagen, pero que aún no suena ni se escucha como en un agujero negro, ha encontrado en este poema la canción que lo repara.

En la práctica, simplemente para mí

 de un día para otro

 mi padre dejó de quererme.

No más dibujos ni abrazos tampoco

demasiadas palabras. Por supuesto

 me destrozó. Fui

partículas de polvo

que flotan y caen lentas en la tarde.

Pero ahora las partículas se reúnen y cantan juntas una canción

Supongo que la reacción más típica, la más solemne, ante un buen poema es la de quedarse en silencio. La sensación de que no se puede agregar nada más, que se ha dicho todo. Que nadie, nada, nunca podrá decir como dijo el poeta en su poema. Bueno, eso servirá para Dios o para los fascistas, pero la poesía es el discurso más a contramano de eso. La poesía es un discurso abierto, una canción continua, que congrega a los desamparados, a los desposeídos, “el aullido de lobo de los raros”, esos que se quedan agarrados de una canción, del filo de un cartón, hasta la madrugada.

 


Melina Alexia VarnavoglouMelina Alexia Varnavoglou (Villa Ballester, 1992). Estudia filosofía, trabaja como librera y es militante feminista. En diálogo con aristas de otras disciplinas, publicó la plaquette de poesía y fotografía Los mundos posibles (La Fuerza Suave, Nulú Bonsai) junto a Aldana Antoni y grabó el EP de poesía y música Restos Planetarios junto a Gabo Cuman. En 2019 publicó POR MANO PROPIA, su primer libro por la editorial Caleta Olivia. Algunos de sus poemas fueron publicados en revistas y mencionados en libros como Historia feminista de la literatura. Tomo IV, En la intemperie. (1990-2020). Forma parte de la antología “Poetas argentinas (1981-2000)” e integra los colectivos “Poetas por el aborto legal” y “Ova Incompleta».