De Napoli

El pájaro. Cristian De Nápoli

 

 

EL PÁJARO

Cristian De Nápoli

Selección de poemas de un libro inédito

Curaduría: Cecilia Ferreiroa

 

Extracción del bachero

 

Tengo 27 años, estudios

completos todos salvo universitarios

que medité hasta la mitad.

Vivo en el barrio donde llegan las vacas

y se vuelven cortes que todos comemos.

Perdí a mi viejo cuando mi familia eran los Rolling Stones.

Tengo amigos que están montando

sus primeros negocios.

Negocios que quiero y no quiero,

yo trabajo de bachero.

Y aunque todo el tiempo me hundo

en las cosas más difíciles de explicar

yo, que me sumerjo,

menos las entiendo.

Soy bachero. No soy Bach.

 

 

Jefes y commises

ayudantes, pasteleros

llevan años.

Por la pileta corrieron tantas manos

como platos que se quiebran.

El anterior a mí está preso,

el anterior bachea en un crucero,

otro que fue de un verano

hoy viene y pide cangrejo

para su troupe facilona.

Uno es un rato. Yo no sé lo que me espera,

si otra bacha igual a esta o la primavera

brotando como el canto del pájaro madrugador

antes de que amanezca. Sé que cuando meto las manos

en el agua

la mugre aguanta

algunas cosas se limpian, otras quedan.

Soy bachero. No soy Bach.

 

 

 

Profundo

 

Hablemos del destino: cuando Eneas

huía de Troya llegó a una cueva en África

y dibujado en la roca se vio a él mismo

fundando Roma, que era Troya renacida.

Hablemos del destino: hubo un graffiti

cerca de Londres, una lengua en la pared

de la casa donde nació Keith Richards.

¿Casualidades? Pienso que nuestro lazo

estaba escrito y me vuelvo a ver buscar

algo en la carta que me diste en el restaurante

pero cuando la abrí no había signos, nada –

era un menú, lo contrario de una profecía,

una lista de platos más fáciles de lavar que de pronunciar,

dip de aguacate, crumble de pera, eneldo en el roll de trucha,

así que elegí cualquiera, veamos un dip, y dip fue depositando

reminiscencias de un clavado en una pileta muy honda

melodías de un baterista romántico jubilado de emoción

dip de qué, entonces preguntaste,

un dip de algo, no sé, ¿dip de qué?

y tensa entre el hummus y el queso pottage con rúcula

la guitarra troyana del piropo me iba inspirando palabras vanas

que con oficio de bachero pude reprimir en lo hondo

hasta que repetiste, dip de qué, eso sí fue un mensaje,

estabas apurada, tenías una fiesta, tenías todo menos todo el día,

te faltaba cerrar tres mesas porque esas viejas habían pagado (sin propina),

te faltaba cerrar dos mesas porque una era amiga del comisse,

te faltaba una mesa porque ya el último cheto dejaba de jugar al polo

gastronómico así que dale, ¿dip de qué?

un dip vacío entonces dije, un dip

sin nada, un dip para que tu bachero no lave,

un dip espiritual, que tu cocinero no sirva,

un dip profundo y sin relleno,

un papelito a lo sumo, no digo un teléfono,

sólo la dirección del bar, el antro, el lugar

del cielo donde todo se invierte

y la mesera es cliente y el gremio se atiende a sí y explota

en una fiesta oculta detrás de esta calle

apenas vestida

de carnaval.

 

 

 

18

 

Conozco a esos falsos ausentes. Están

en cada esquina que no asoman

en cada miga que no dejan de pan.

 

Si ni siquiera llaman por error

es porque están acá a la vuelta.

Si no se les cae una pista

es porque tienen un plan.

Borrándose olímpicamente

ellos invaden.

Tanto que hablaron del final de esto y de aquello

y ahora que deberían estar lejos

te enrostran su ausencia.

 

Ni para el cumpleaños, un mensaje.

Caraduras, no puede ser tanto lujo de detalles.

Ese vestuario vacío

tendrían que haberlo dejarlo en sus casas.

Pero no. Ustedes no querían irse,

por eso saquean sin dejar una miga

y okupan supuestos museos de arqueología

escondidos detrás del esmilodón.

Qué manera de no poder irse la de ustedes

en las calles, en los bares.

Qué etnográficos que son

ocultándose así.

 

Evasores, analistas de campo,

especialistas en la luz

fría de las vidrieras nocturnas

y sus pulóveres de oferta.

Ahora amanece y ustedes, falsos ausentes

 

ya hablaron con el panadero y le dijeron

“este tipo va a venir

sin dormir

y va a comprar dos palmeritas

y dos medialunas”.

 

 

 21

 

La gente habla de los cocineros,

dicen que son perversos.

 

Yo si es por ver, vi mezclar huevo batido

con la escupida de los primeros mates y salió un omelette

que el cliente agradeció. La gente ignora

las soluciones ante la crisis. No había finas hierbas

esa noche en la bruta ciudad.

 

Pero la gente habla de los cocineros,

dicen que son artistas.

 

Yo sé que el ingrediente exacto

si no está a mano no lo usan,

si está a un metro, todavía envuelto en su lujoso papel,

elijen la mayonesa. La gente viene por ellos

y a los demás, literalmente nos sumergen.

 

De los bacheros no se habla.

No hay leyendas urbanas.

Todos los platos son de autor

menos los lavados.

 

 

24

 

Qué lindo que era

cuando me mandabas

besos en la parte del cuerpo

que yo más quería.

 

Entonces bajaba la persiana,

caminaba tres cuadras, subía

al colectivo y me quedaba dormido

en el primer asiento.

 

Me despertaba en la autopista,

la villa a un lado,

al otro el barrio privado.

 

Y el chofer me decía: vos

reclasemedia acá

no sabés ni dónde estás.

 

 

Poema del 0%

 

El 90% de la buena poesía lírica

se escribe después del coito, dice Ricardo que dijo Brodsky.

¿Y el otro 10% de las canciones de amor?

Se escribe desde la abstinencia, nunca desde las ganas.

Y es que nada se consigue de la soledad alzada.

Nada, ni una milésima de nuestra dicha o lo que escribimos.

Nada digno de mostrar, de ofrecer, cuando se está caliente

y solo. Un enlace a un video en Youtube

es todo lo que rinde la soledad alzada,

un video mandado sin verlo

por las fuerzas parapoliciales del que está solo.

Un videoarte de un performer suizo

que arrastra un bloque de hielo por las calles del DF

bajo un sol implacable, hasta que se derrite.

Cosa que es mentira, porque no se derrite

nada que venga de ahí.

Nada se fija ni se evapora, es un estar

sólo caliente en el cuerpo que habla

solo.

 

Adolescencia. Una palabra en la lengua

para eso que no es una edad sino un estado,

el estado de estar solo y al palo

volviendo en transporte público a una casa que ya no es propia.

Pasión. Otra palabra en la lengua

para algo que no es un estado sino una población

diezmada, hambreada, reducida

por esta pegajosa memoria.

Nada se consigue de la soledad alzada,

todo lo bueno que se ha escrito tuvo otra condición.

Todo lo bueno que se escriba tendrá otra sustancia.

Nada, nada, nada

le deberé a este momento.

Una noche de lunes, con lluvia, por las calles vacías

en un colectivo con luces azules y cortinas rojas,

botellitas de licor pegadas a una mesa

y música lenta. Nada.

Es esto como podría ser el pescado que mañana llega a la pescadería.

Nada. Es esto como podría ser un prendedor

en el cajón vacío de una cómoda.

 

 

60

 

Cada segundo cuenta

frente a la hoja

aunque el tiempo no exista

para escribir.

 

Se nos puede ir el día

mirando un plato

pero cuando hay que lavarlos

el tiempo es todo.

 


Cristian De Nápoli nació en Buenos Aires en 1972. Traduce literatura de lengua portuguesa e inglesa, y en los últimos años abrió y atiende una librería.
Publicó cinco libros de poesía (el último, de 2018, Antes de abrir un club), uno de cuentos (Darth Vader y yo) y una compilación de crónicas y ensayos sobre libros, En las bateas expuestas