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Maternidades y paternidades en la literatura. Gonzalo León

MATERNIDADES Y PATERNIDADES EN LA LITERATURA

Gonzalo León

 

Hasta hace un tiempo cuando se hablaba de la relación padre e hijo, el texto que a todos se le venían a la mente era Carta al padre, de Franz Kafka. Como muchos sabrán, el cuento permaneció inédito hasta la muerte de Hermann Kafka, lo que indica que, en primera instancia, estaba dirigido a él. De ahí sus quejas, críticas y lamentos. Es un cuento aburrido y simétrico, en el sentido de que en la misma medida en que el padre parecía no aceptar al hijo, éste parece desear a otro padre. Las expectativas se cruzan, y ninguno obtiene lo que hubiera deseado. Pero en una segunda lectura, también se puede señalar que el padre aquí es Dios y, si no atenemos a la forma en la que está escrito (la carta), perfectamente podríamos estar ante una sagrada escritura. Esta forma es interesante, porque como dijo Diego Erlan en el prólogo de la selección que hizo de sus cuentos, “las epístolas sin enviar (es decir, esos diálogos inconclusos) abren un arco donde se manifiestan los múltiples Kafkas”.

 

Pero Kafka no fue el único que ha abordado la paternidad, lo hizo Aram Saroyan en Últimos ritos, que relata los últimos días de su padre, el escritor estadounidense William Saroyan (1908-1981), y lo hace con especial frialdad. No se trata del adiós de un padre bueno, sentimental, cercano a su hijo, sino de todo lo contrario, y por eso Aram trata de entender en esta peculiar novela por qué su padre era así, llegando a interpretar su comportamiento desde la psicología, como si su padre, que ya no estaba al momento de salir Últimos ritos, fuera un paciente, es decir que pasa a ser un objeto de estudio, con lo que termina pagándole con la misma moneda. ¿Es posible hacer de un padre distante un padre afectivo? La verdad es que es muy poco probable, pero Aram hace un esfuerzo suprahumano por hacerlo.

 

Algo opuesto hizo Mauro Libertella con Mi libro enterrado, donde la emotividad está a flor de piel. Mauro visita a Héctor Libertella en el hospital, cuando como el padre de Aram está pasando sus últimos días, pero la narración tiene la gracia de que excede la relación padre e hijo en particular y pretende erigirse, sobre todo hacia el final, como una especie de genealogía breve, lo que enriquece la novela, porque además el narrador quiere comprender basándose en otras experiencias, y para ello se aficiona a la lectura de libros que abordaban la muerte del padre: “Quizás uno de los puntos centrales de esos libros tenga que ver con la aparición de una voz; trayendo del pasado la historia del padre, aparece la voz del hijo en el presente”. Mauro cita Patrimonio, de Philip Roth, donde recuerda que “la noche después del entierro, el narrador consigna un sueño en el que su padre se enoja con él por el traje que le eligió para el velorio”.

 

Un caso similar al de Mauro Libertella es la serie de novelas de Oliverio Coelho, entre ellas Un hombre llamado Lobo y Bien de frontera que, como dijo Coelho en una entrevista que le hice, “en el 2009 murió mi padre y conviví con esa muerte escribiendo. Convivir con esa muerte fue también convivir con ese fantasma, entonces muchos personajes están elaborando un duelo o despegándose de un padre o buscando un padre sustituto”. Lo que los hermana a Libertella y a Coelho es el dolor de la partida, y eso permea la escritura de ambos.

 

En general es más común que los escritores varones escriban de su experiencia como hijos, y no tanto como la de padres, aunque lo sean. Hace unos años surgió la mentada literatura de hijos, que era toda una serie de libros en la que el narrador, con una mirada infantil o adolescente, nos contaba el mundo en el que vivía. A veces se mezclaba eso con la realidad política de un país, a veces no. De esa literatura hubo pocos libros que me parecieron que tenían vuelo literario, entre ellos Una muchacha muy bella, de Julián López, pero hablar de literatura de hijos en general es aburrido y da para un ensayo en sí mismo, así que mejor sigamos.

 

José Bianco, en uno de los ensayos que escribió sobre Marcel Proust, afirmó que el autor francés al perder a su madre y su abuela, de alguna manera se liberó y pudo ser el Proust de En busca del tiempo perdido. En otras palabras, la homosexualidad que trata Sodoma y Gomorra, el cuarto tomo de En busca…, quizá no hubiera sido posible, porque no se hubiera atrevido a escribirlo, pero Bianco va más allá y aclara que no se trata de un tomo en particular, sino del estilo completo que se consolida con la muerte de la línea materna. En cualquier caso, la experiencia es la de un hijo o un nieto.

 

Una de las pocas escritoras que escribieron de su vínculo con su padre ha sido Pilar Donoso en Correr el tupido velo, de Pilar Donoso, hija adoptiva del escritor chileno José Donoso. La biografía es muy buena, porque, basándose en los diarios de su padre y en las memorias de su madre, reconstruye buena parte de la vida del autor de Historia personal del boom. Sin embargo, el final de esta historia, que arrancó con la investigación, siguió con la escritura, la publicación y las buenas críticas, terminó con el suicidio de Pilar Donoso. Quizá lo que había leído y lo que había descubierto y pensado resultó tan pesado que sencillamente no lo pudo soportar.

 

Pero además Pilar Donoso también abordó esta biografía desde el punto de la hija, como los escritores varones. Uno de los pocos varones que han tratado la paternidad o maternidad ha sido César Aira. Y lo hace tempranamente con su tercera novela, La luz argentina, donde una pareja joven que está esperando su primer hijo sufre los apagones habituales de una ciudad como Buenos Aires, entonces la mujer, como la ciudad, también se apaga. En el fondo esta novela se trata de dar a luz, y quizá podría haber surgido como un juego de palabras. Otras dos novelas donde Aira aborda este tema son La liebre, donde el naturalista inglés Clarke descubre hacia el final que es el padre de Álzaga Prior, y Varamo, donde a la madre del protagonista que da nombre al texto le dejaron a un bebé para que lo cuidara y al final asumió la maternidad de pleno.

 

En este punto es obvio que la perspectiva de la maternidad recién aparece con escritoras contemporáneas, convirtiendo la maternidad en tema literario. Se pueden mencionar varias otras autoras: Luciana Sousa (Argentina), Carolina Sanín (Colombia), Valeria Luiselli (México), Lina Meruane (Chile). Y las tres (quiero detenerme en ellas, pero hay más) tratan el tema de la maternidad desde distintos lugares, lo que en cierto modo enriquece el tema de la maternidad.

 

En Luro, Luciana Sousa hace el tratamiento más narrativo, porque la maternidad –aquí la protagonista es una mesera de un almacén en la pampa– es la espera de ser madre, es el final de la historia, un final que excede las páginas de la novela. Sousa elige a una protagonista embarazada, porque dota a la novela de la inminencia de que algo está por ocurrir y porque no necesita hacer ninguna precisión con el tiempo narrativo, puesto que el tiempo está en la panza de la protagonista. En una entrevista que le hice a la autora dijo que el lugar elegido para que suceda la novela y el embarazo de la protagonista estaban vinculados con “el ritmo del relato”. Es decir la inminencia de que iba a ocurrir algo en medio de la nada era mucho más fuerte que en un lugar urbano. Pero Luro tiene además una semejanza con La luz argentina, de hecho podría ser la versión campestre de la novela de Aira. Hay otras dos autoras que han trabajado con el embarazo: Delfina Korn en El Yanqui y Claudia Apablaza en Diario de quedar embarazada.

 

Valeria Luiselli escribió hace unos años una crónica-ensayo que causó gran impacto. Se trató de Los niños perdidos que, si bien no abordaba estrictamente el tema de la maternidad, sí el de los niños que llegaban sin sus padres a Estados Unidos. En su novela Los ingrávidos la autora mexicana ya había señalado su preocupación por la maternidad al advertir que “nunca es fácil ser una persona que produce leche”. Pero en Los niños perdidos estamos ante una gran crónica de la inmigración forzada, porque muchos de los niños que emprenden el viaje al país del norte vienen de naciones donde la violencia y el narcotráfico hacen imposible un futuro, entonces atraviesan Centroamérica, se suben en ese tren llamado La Bestia y prueban suerte. Luiselli no sólo entrega una crónica fuertemente impresionista, sino que además entrega información, como que el 80% de las mujeres y niñas que cruzan territorio mexicano son violadas y que entre abril y septiembre de 2010 hubo más de once mil víctimas de secuestro. Los peligros no son pocos, pero lo hacen para tener una vida mejor, y las familias con tal de obtener este sueño son capaces de mandar a sus hijos solos, en un viaje para nada exento de peligros.

 

Carolina Sanín, que hasta hace poco estuvo en residencia en el Malba, en su novela Los niños (que recuerda el título del libro de Luiselli o hace tándem) problematiza la maternidad a través de una historia donde la protagonista se encuentra con un hijo (Elvis): no se trata de una adopción, ni de una canasta con un bebé, sino de un niño que por sus propios medios golpea la puerta de su casa en Bogotá. La fábula está en sintonía con la leyenda de que a los niños los trae la cigüeña, pero aquí los niños llegan solos, y con ello deja al descubierto de que son ellos los que eligen a sus madres.

 

Pero quizá el texto más provocador ha sido Contra los hijos, de Lina Meruane, porque aborda muchos aspectos de la maternidad: desde las escritoras que han decidido ser madres hasta que no lo han sido, abriendo así una discusión, porque entrega un listín extensísimo de las que no lo han sido: Jane Austen, Emily Brontë, Louisa May Alcott, Katherine Mansfield, Virginia Woolf, Gertrud Stein, Patricia Highsmith, Katherine Anne Porter, Anaïs Nin, Marguerite Yourcenar, Norah Lange, Silvina y Victoria Ocampo, Armonía Sommers, Marta Brunet, Aurora Venturini, Hebe Uhart, Liliana Hecker, Sylvia Molloy, Cristina Peri Rossi, Alejandra Pizarnik y Elvira Hernández. Se dirá que algunas tuvieron o han tenido otra opción sexual, pero ese no es el tema de Meruane, sino que reflexiona sobre qué tanto han cumplido las escritoras ese deber social llamado maternidad.

 

Hay un momento del ensayo que se detiene en las supermadres, que son aquellas mujeres que trabajan, procrean y crían, sin colaboración de sus parejas, ni ayuda de ninguna clase. Estas mujeres además encuentran tiempo para ir al gimnasio, se visten de manera elegante y moderna, trabajan, leen, siempre lucen impecables y extreman los cuidados con sus hijos. Para Meruane, la supermadre es una figura contemporánea, que “se distrae recordando que falta papel lustre, cartón fino y goma de pegar además de pinceles”. O sea cuestiona este ser tan afirmativo, que encuentra en este rol un motivo más de realización; ya no se trata de que la única realización posible como mujer sea la maternidad, pero hay una similitud, porque si ya resulta reprensible ser una madre a medias, en la actualidad aún más reprensible resulta ser una mujer-sin-hijos.

 

La variante de madre que faltaba es la mala madre o abandónica, que la propia Meruane encuentra en la obra de teatro Casa de muñecas, de Ibsen, donde Nora, la protagonista, al final abandona a su familia, con hijos y todo. Meruane cuenta que la primera actriz contratada para el papel se negó a representar a Nora, porque ella era buena madre. Si bien la obra fue estrenada en la segunda mitad del siglo XIX cobra para la autora chilena una inusual actualidad.

 

Por último, desconozco por qué leo más libros donde la maternidad es abordada por las mujeres y por qué a la hora de hablar de paternidad los varones se sienten más hijos que padres. Puede ser que aquí operen los mandatos sociales y el patriarcado, es decir las mujeres se hacen cargo del hogar y los varones se sientan más llamados a la aventura, y la aventura se encuentra fuera del hogar. Puede ser también que estas lecturas agrupadas en esta nota para La Copa del Árbol sean fruto del azar y exista un montón de novelas donde los varones escriban sobre la paternidad. Todo puede ser, pero por ahora si existen esas novelas, aún no las encontré.

 


Gonzalo LeonGonzalo León es un escritor y periodista chileno. Ha publicado las novelas Serrano (2017), Manual para tartamudos (2016), Cocainómanos chilenos (2012) y Vida y muerte del doctor Martín Gambarotta (2011); los libros de cuentos Un imbécil leyendo a Nietzsche y Orden y paria (2001); los libros de entrevistas Dame letra que yo me ocupo (2021) y Lemebel Oral (2018), y los textos ensayísticos Espejo converso (2019) y La caída del Jaguar: crónica del estallido social en Chile (2020). Desde 2011 vive y trabaja en Buenos Aires.