Kazuo Ohno

Cuerpo, alma, la danza, el mal. Mariana Docampo

CUERPO, ALMA, LA DANZA, EL MAL

Mariana Docampo

 

 

Hace unos días vi la luna creciente de espaldas al río, y dos estrellas casi en la punta.  Del otro lado, el agua estaba en penumbras y tuvo lugar un baile nocturno de dos pájaros blancos.  Experimenté mi propio cuerpo disuelto en la noche.

Volví a casa y me puse a navegar en internet.  Llegué al Butoh, “la danza de la oscuridad”.  Me interesaron dos videos, uno de Hijikata Tatsumi Hosotan: un cuerpo pegado al piso que va desplegando sus piernas y brazos en línea horizontal.  Y otro de su discípula Natsu Nakajima.  Ella juega, mueve la cabeza y los brazos hacia un lado y hacia otro lado, incluso los talones, pega saltitos.

Versiono algo que leí: en la danza Butoh el cuerpo se autopercibe como nuestra carne de persona “en su profundidad”, y su relación con el espacio.  Es un cuerpo arriesgándose carne adentro.

El cuerpo manifestado se expresa desde la célula, como un largo disfrute privado, pero delante de la gente que mira.

Anoto: cuerpo = carne.  Pero está también el alma.

El alma está totalmente integrada al cuerpo, lo tiñó como una tinta de pulpo tiñe el agua que está en un vaso.  Al expresarse la carne, se expresa también el alma, que emana todo el tiempo por los poros y por la punta de los pelos, y por las uñas que se incrustan en la tierra como las garras de una gallina.

En este punto quiero mencionar el célebre cuento de Ryunosuke Akutagawa, Rashomon, sobre el que hablamos hace poco en el taller de escritura.

En lo alto de la torre de Rashomon hay algunos cadáveres amontonados, una vieja les arranca los pelos para hacer pelucas y el sirviente, que hace unos minutos se debatía entre morir de hambre o convertirse en un ladrón, la mira asqueado.  Ella se justifica, dice que esos muertos, cuando estaban vivos, también cometieron acciones malas por necesidad.  Finalmente, el sirviente no solo le arranca las ropas a la vieja sino que le pega una patada, dejándola desnuda entre los cadáveres.

Así es como entramos en el terreno del mal.

Y las preguntas: ¿El mal surge del cuerpo de la persona? ¿El mal vive en el alma? ¿O fluye entre los mundos, negra brisa entre dimensiones, sin ancla, humo-espíritu-oscuro?

Estas preguntas me hacía yo en el bar de la esquina el lunes 14 de diciembre de 2020, mientras cerraba el libro de Akutagawa bañada en la luz un poco plateada del eclipse de sol.  Pequeñas media lunitas de sombra tiritaban en la vereda por efecto de la rara luz.

El mal está diseminado en las alcantarillas, espectro continuo, sombra microscópica, espalda del resplandor, quiere meterse por los zapatos de quienes pasan, por las medias, y sube por los muslos, incrustándose en los pantalones, hace nido en el ombligo.  Va estirándose, adherente, engendra agujeros.  Un humo que penetra las formas.

Supongamos que el mal está encarnado en las guerras, en los abusos (en la pulsión de abuso), en la tortura, en el crimen, en los negociados farmacéuticos en plena pandemia de Covid-19, en la Barrick Gold.  Es el corazón humano que se enfría, la persona que pisa la cabeza de un pajarito con su gran bota de cuero -de la vaca que mató-; sin compasión.  Y entonces, el humo.

“Reprimimos el mal en nosotrxs”, pienso.  Queremos ser buenas personas.  El mal es un tabú.  Pero sin embargo, todo está teñido de mal.  Los pequeños gestos de desatención son minúsculos brotes del mal, malas hierbas.

Me desintereso si tengo que hacer el mal.

Pero para muchos es una pulsión.  Una mecha encendida.  Es puro diablo: sombra abarcándolo todo, fuego quemándolo todo.

Se mete en los ojos del ángel, mira con los ojos del ángel.

Hace poco escuché el testimonio de una mujer que contaba que había sido víctima de una red de tráfico sexual infantil, y entre sus abusadores uno un día se compadeció de ella.  Ella tenía nueve años y había sido sometida por él durante casi dos.  Y este pedófilo, que la había cambiado ya por otra niña, hizo un movimiento para sacarla de la red (aclara la mujer que ese acto pudo haberle costado la vida al hombre).  La mujer habla del único “gesto de amor” que recibió en su infancia.  Fue como si señalara una flor escuálida, de un rosa opaco, un poco negra detrás, y el tallo mustio, en el medio del desierto.  Y ella se aferró a esa flor.

¿En el corazón del mal, la chispa del bien?  ¿O se trata, solamente, de grados del mal?

¿Hay más mal que bien en el mundo?

Vuelvo al cuerpo y a las almas.

La coreógrafa posmoderna Trisha Brown dice en una entrevista que cuando leyó la partitura del Orfeo de Monteverdi que ella quería coreografiar, se frenó ante la indicación de un “coro de espíritus”.  Se dio cuenta de que no tenía idea de cómo un espíritu podría moverse.  Y caminaba de un lado al otro en su estudio preguntándose ¿Qué es un espíritu? ¿Qué es un espíritu?  ¿Cómo podría moverse un espíritu?  Mira a la cámara y sonríe: “Los únicos que conozco son los de Halloween”.

Y de repente, el humo. Esa es la imagen física más cercana a la idea de un espíritu que pudo hacerse -dice Trisha Brown-: el humo.  ¿Pero cómo hacer que las personas parezcan humo?

Les pedís a lxs bailarinxs una total pasividad, como si no tuvieran huesos.  Y otras tres o cuatro personas muy fuertes manipulan el cuerpo de manera desarticulada.  Así mantienen en permanente mutación la forma del espíritu.

Dice la coreógrafa que lo único que lamenta es no haberse quedado ella misma con el papel del espíritu.  “It seems so delicious to do”.

Entregar el cuerpo a otros cuerpos.  Ser alma disuelta entre los cuerpos, ser sin cuerpo, ser humo.

Leo y versiono: la danza Butoh nace tras Hiroshima y Nagasaki.  Japón busca el cuerpo de la post guerra, un nuevo cuerpo (el cuerpo primigenio diría Hijikata), después de la eclosión del mal.

Vi un tercer video en YouTube, “My mother” de Kazuo Ohno.  El bailarín es poseído por el espíritu de su madre, cuyo recuerdo convoca.  Transita con su carne el alma-carne de la madre.  Es profundamente su propia madre, su otredad.

Entonces, se sale de sí mismo anclado en su peso, se hace liviano de su materia, muta, se bate como humo adentro de su cuerpo.  Como esos pájaros-ángeles que ejecutan su baile sobre el río esta noche frente a mí.

 

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DocampoMariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada.  Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras.  Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.