Flores marchitas

Trece primaveras. Karina Acri

Foto: Annie Spratt on Unsplash

TRECE PRIMAVERAS

Karina Acri

 

Flora amaba la primavera. Dicen que los nombres nos dan identidad, nos marcan a fuego; bueno, éste es el caso de esta pequeña. Inquieta, desde que tenía uso de razón, adoraba vestirse con colores estridentes; privilegiada con una voz que siempre se escuchaba en canciones y una sonrisa que iluminaba por dónde pasaba. Realmente, ella sonría y producía el mismo efecto que te produce sentir los rayos suaves del sol.

Creéme que Flora tenía una presencia que se hacía sentir. Desafiante, inteligente y contestataria, tenía un andar solitario pero que, a su vez, invitaba a seguirla. Ella pasaba y quedaba una estela detrás. Siempre tan criteriosa que despertaba la sospecha de que fuera mucho mayor. Locuaz y pertinente, difícil equilibrio que ella manejaba con destreza.

Su nacimiento fue aniquilante: su mamá murió durante el parto. Esa nostalgia la hacía aún más expresiva, sus ojos transmitían algo de oscuridad. Ella pasaba y todos la miraban con una mezcla de tristeza y destellos de alegría. Eso era Flora: una mezcla de sensaciones encontradas.

Se mimetizaba con su entorno: si era invierno, su parte lúgubre se apoderaba de ella. Taciturna, apocada, vergonzosa. Si llovía, era un mar de lágrimas. Si la cigarra cantaba, ella dormitaba, el excesivo calor, la hacía sentir sin fuerzas y sin ganas. Flora florecía en primavera: en esa estación era ella misma en esencia. Nunca he visto a una persona tan fusionada con su entorno como lo era Flora. Ella y la primavera eran la mejor definición de la palabra sinónimo. Su mamá había elegido su nombre y no hubo manera de persuadirla de que cambiara su decisión durante los nueve meses que anduvieron juntas. “Flora es mi primavera”, decía y todos sucumbían ante tanta ternura, ante ese vínculo invisible que ya las mantendría unidas por siempre.

La conexión de Flora con los otros era única: su empatía era visceral y parecía no tener fondo su capacidad de estar siempre llevando optimismo y esperanza. Quien se dejaba alcanzar por su calidez quedaba sorprendido: cómo una personita tan chiquita era capaz de transmitir tanta compasión.

Se cumplían trece años de ese momento tan antagónico: el nacimiento de Flora y la muerte de su mamá. Este puñal tan filoso siempre persiguió a Flora. Era muy pura para sentir culpa, pero había algo muy muy dentro de ella que le atravesaba el corazón. La ciencia no atribuyó nunca a ese motivo tan subjetivo su disfuncionalidad cardíaca, pero Flora crecía y su situación médica, lejos de mejorar, empeoraba. La sentencia tan negada, finalmente, llegó: era necesario un trasplante. La templanza con la cual Flora tomó esta noticia dejó a todos aún más conmovidos. Ella brillaba como siempre lo hacía, pero ahora durante todo el año. Ese verano que aniquiló a todos trayendo esta determinación de vida o muerte, provocó en Flora una energía inédita. Ella decidió ser Flora durante las cuatro estaciones. Así fue, que ese invierno no la apagó y la lluvia no le provocaba ni la más mínima amenaza de nostalgia. Nació un 21 de septiembre y trece primaveras después se despidió.

 


Karina Acri, 45 años. Licenciada en Ciencias de la Educación, especialista en Recursos Humanos y futura abogada. Profesora de Lengua y Literatura.