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VARIACIONES DEL AMOR: I. EL ARCÁNGEL
A Maxi
Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos,
y todo su ejército por el aliento de su boca
Salmos 33:6
Después de haber visto a Zadquiel en proporción colosal, llegó la luz violeta. Como la sensación de temblor después de una radiación. Todo teñido de violeta, los acolchados, los edificios del otro lado de la ventana, el cielo con salpicaduras, los pájaros huyendo a pleno rayo de sol, y mis ojos como dos lagos inundados.
Un tipo de amor inconmensurable, me dijo Juani después. Es un amor de otra especie.
Lo vi como a través del ojo de una cerradura, pero a la vez lo sentía superpuesto a mí. Era esa pierna enorme, y al mismo tiempo, la pierna del caballo.
Los arcángeles son potentísimos. No estamos preparadxs para convivir con esa frecuencia. Imaginate la cantidad de amor que debe contener un ser así, para repartirse en toda la humanidad, y en los mundos.
Era la forma con la que se muestra a los demás arcángeles.
Por ahí, la réplica de la réplica.
A la mañana siguiente, fuimos con Juani a consultar a Lula. Planta papas en una chacra familiar que queda cerca de Cañuelas. Se la pasa con las manos sucias de tierra y toda la ropa arrugada, y las botas con barro. Trabaja todo el día metiendo las papas en bolsas, las lleva a los nodos y hace las tareas administrativas.
El año pasado sacó un muerto de mi living, me dijo Juani. Un tipo que estaba enterrado justo debajo de la mesa. La casa estaba con la energía re baja, era como si algo la chupara. Se morían las plantas, la gatita vomitaba pelos. Lula descubrió que era ese muerto y me hizo la limpieza.
A Lula la conocimos en una clase de geometría sagrada. Ella oía la voz de los ángeles, que era como un chillido. En un momento, sacudió los brazos y dijo:
¿No escucharon? Hacían iiiiiii-iiii…
Cuando miré la geometría de Lula, por encima de mi hombro, noté que estaba muy desprolija. Borraba con una goma de tinta y le quedaban manchones, e incluso se le había hecho un pequeño agujero en una punta.
Yo intenté ayudar a Lula, le repetía las palabras que había dicho la profesora. Tenía una caja de ciento cuarenta y cuatro lápices importados, y varios verdes: el verde esmeralda, el verde loro, el botella, el cocodrilo. Y así, varios rojos, tres tipos de blanco, tres negros.
Cuando hicimos el pentáculo, Lula estaba otra vez dispersa, se había quedado mirando hacia una esquina del techo. En un momento, levantó el compás y dijo que se le había roto. A mí me distraían sus distracciones. Pero le presté mi compás, y le repetí lo que había dicho la profesora para que pudiera trazar.
Cuando llegamos a su casa de Cañuelas, nos hizo entrar a un amplio living polvoriento casi vacío con un sillón en el medio. Frente a él había un banquito en el que Lula se sentó. Nosotros nos acomodamos en el sillón.
Lula, vine a contarte lo que me pasó. Vi al arcángel Zadquiel.
Ella se puso las manos en el mentón.
La verdad es que no sé si lo vi. Es como que por un lado lo vi, pero también lo sentía. Estaba en mi cuerpo, en mi cabeza, superpuesto a mí. Conviví con él un par de días.
Ella se quedó un rato mirándome.
Yo con un arcángel nunca hablé.
Es una energía altísima, dijo Juani, y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre los mulsos.
Él no me habló, pero me dejó ver su pierna. Estaba como incrustada en mi cuerpo, pero el suyo era etéreo. Todavía no puedo sacarme la sensación, por eso te vine a preguntar.
Lula no contestó, se paró y se acercó a un amplio ventanal que daba al jardín. La luz del sol inundaba el pasto un poco crecido, y volaban abejas y minúsculas partículas. Sobre el marco de la ventana caían las hojas de un árbol, como un largo pelo enmarañado. Lula se cruzó de brazos.
¿Todavía está con vos?
Si. La sensación sigue. Es demasiado fuerte.
Ella se acercó a nosotros y volvió a sentarse en el banquito.
Vamos a construir un laberinto.
Lo dijo con tal simpleza, con la cara de pronto iluminada, que salté de alegría.
Juani se encargó de trazar el plano del laberinto en su cuaderno y fuimos a buscar dos palas y unas piedras de cuarzo que Lula tenía apiladas en unos estantes del galpón. Buscamos un punto medio entre la plantación de papas y la casa, y cavamos un pozo circular de un metro de diámetro. Después fuimos poniendo las piedras una al lado de la otra de acuerdo a las indicaciones de Juani. En algunas pocas horas, quedó construido el laberinto.
Lula nos pidió que uniéramos nuestras manos, y empezamos a mantrar. Comenzaba el crepúsculo.
Yo sentí un aire suave en mi nariz. Y la respiración iba hacia el centro de mi frente. El cuerpo se hizo liviano, era como las hojas de los árboles que se desprendían de las ramas y sobrevolaban el jardín, flotaban cerca del laberinto. Todo se mantuvo ahí, en ese ambiente de amistad. La pierna del arcángel se iba disolviendo adentro mío, adquirió una forma alargada y fina, se mostró sencilla, en perspectiva. Tuve una sensación de paz.
Creo que se fue.
Transmutó de forma, pero está acá con nosotros.
Una brisa se deslizó entre los tres. Sentí la presencia del arcángel.
Ya no tiene la jerarquía.
Nos sentamos uno al lado del otro, frente a la plantación de papas que se extendía detrás de un alambrado. Se fue acercando el perro de Lula, que hasta ahora se había mantenido lejos.
Vení, Átomo.
Lula le acarició el hocico y Átomo se sentó a su lado con la cabeza erguida.
Nos quedamos los cuatro en el pasto mirando hacia el horizonte, que se tornó púrpura. Era como si las nubes -que parecían extáticas- comenzaran a ser absorbidas, con mucha lentitud, por un punto en el espacio.
COLUMNAS DE LA AUTORA: Anterior / Siguiente
Mariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada. Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.