ESTRELLAS. SEGUNDA PARTE
Continúa de La copa del árbol mes de Mayo.
V se fue al mar y me invita a quedarme en su casa de Pilar. Cuido a Felicitas, que necesita alimento especial. Lo compro en una veterinaria que está a metros de la autopista, voy hasta ahí caminando. Lo tomo como un paseo, porque estoy en el medio del campo, y hay vacas dispersas, cerdos en un corral, y pájaros por todas partes. No quiero ni pensar qué va a pasar pronto con esos cerdos y esas vacas, por ahora pastan tranquilos en la llanura.
A Felicitas y a mí nos gusta quedarnos sentadas en el jardín, ella arriba de mis piernas, yo con ella en mi regazo. Se despereza completamente, estirando las patas de adelante para que le acaricie la panza. Miro el sol de frente, como si la presión de mis ojos fuera a hacer surgir del cielo el carro de Ezequiel, señalando un nuevo camino para la civilización. Una abeja va de un pasto al otro, y luego al tallo de una planta que V protegió con telas, probablemente por su fragilidad. Y ahora está asomando una flor por un costado, firme y decidida, a pesar de que estamos en otoño. Parece el pico de un tucán. Miro al cielo y pienso “el sol es una estrella”. Y razono, como Giordano Bruno: “entonces habrá otros mundos cerca de otras estrellas”. Son los multiversos, me digo.
Leo en el Bhagavata Purana que levanto del pasto lleno de hojas rojas (mientras miraba el cielo se habían ido desprendiendo de las ramas de un árbol que está a nuestro lado):
«Existen innumerables universos además de éste, y aunque son de una magnitud ilimitada, se mueven como átomos en tí. Por ello se te conoce como ilimitado».
El acceso a los multiversos está en un punto adentro mío, en la glándula hipófisis.
El fin de semana, un grupo de amigas nos encontramos en casa de Pau. Estamos al aire libre, disfrutando de respirar entre los árboles, en especial una gran magnolia que ocupa un tercio del jardín y que en primavera florece como una planta milagrosa. Al pie del árbol, entre las hojas, un buda en posición de loto. Pero comienza mayo, y hace frío, así que después de cenar, nos repartimos en los sillones adentro de la casa, para seguir conversando (Vicky se quedó dormida, estuvo todo el día persiguiendo con pasos tambaleantes un pequeño gato peludo del tamaño de una pelotita). Hablamos de los pleyadianos, la raza extraterrestre que canalizan Barbara Marciniak, Michael Love y otres, los videos están en YouTube con audios de computadora. Yo los conocía a través de una bruja española que también interpreta sus códigos, pero las amigas traen nueva información. S habla de los reptilianos, espíritus de baja vibración que vampirizan al planeta Tierra para alimentar su mundo en decadencia. Se pegan al aura de las personas, absorben nuestra energía. Son razas-garrapata-vampiro.
Pongo el audio libro de los Pleyadianos. Marciniak dice que el sistema de Pleyades tiene siete estrellas, seis de las cuales podemos ver desde la Tierra con el “ojo desnudo”. Nuestro Universo es un experimento, en el que nuestro planeta, “Terra”, centro de inmensa belleza física, libertad e intercambio se creó para ser una sede de comercio interplanetario y plataforma de lanzamiento de ideas, sobre la base del “libre albedrío”.
No hacemos juicios ni discutimos, nos dejamos atravesar por la información.
En todo el relato de los pleyadianos, me interesa particularmente una parte, que toca un punto de mi infancia: el origen pleyadiano de la estrella de Belén. Cada navidad, representábamos junto a mis hermanos y vecinas el pesebre viviente en la plaza del barrio. Yo hacía de pastora, y mi papel se activaba cuando señalaba una gran estrella de cartón pintada con brillantina plateada.
S me envía una entrevista a Andrea Barnabe, mujer en apariencia común pero que nació “sin velo” -según ella misma afirma- y con el rol de “biblioteca galáctica”. Una de sus vidas transcurrió en el tiempo de Jesucristo, y de esa vida ofrece información sin pedir nada a cambio.
Cuando la entrevistadora (que también fue coetánea a Cristo en una reencarnación) le pregunta sobre “la verdad” de lo que paso en el pesebre, Andrea Barnabé dice, con total naturalidad, que a Jesús (de origen Sirius) lo mandaron a la Tierra, entre otras cosas, para anclar a través de su cuerpo físico la energía crística (cristal) necesaria para plantar las bases del ascenso a la 5 D que se está produciendo en la actualidad –y que llevaría su tiempo para ir asentándose-, y como hubo que graduar su vibración –que era altísima por pertenecer a dimensiones superiores, al punto que la cueva de Belén quedo iluminada como “por la luz del sol”. Se envía a tres físicos cuánticos (también familiares pleyadianos preparados para su misión a través de sucesivas reencarnaciones) a calibrar el desajuste. Son guiados por “la estrella de Belén”, conocidos en el relato de los evangelios como los reyes magos.
Todo cuadra en el relato de Barnabe, incluso la resurrección de Cristo, años después, que explica como una remolecularización del cuerpo físico en menor densidad. Pero lo que hasta el momento no dice Barnabé, es cuál era la misión de los pastorcitos que fuimos guiados también por la estrella la noche de Navidad. Llevábamos nuestras ovejas al bebé recién nacido, nuestros quesitos. Yo iba con mis hermanas más chicas detrás de la nave galáctica, recorríamos los valles de Siria, sin rol aparente, como simples humanas con libre albedrío entre seres de alta vibración, a quienes íbamos a recibir con ofrendas. No supe hasta ahora, la modernidad del suceso que representábamos: el pasaje de la humanidad a la quinta dimensión.
Googleo “estrella de Belén-extraterrestres” y aparece una nota de la BBC. Los científicos no logran descartar la hipótesis de que los destellos de la estrella de Belén (parecidos a los que yo misma vi en el Uritorco) pueden deberse a un muro extraterrestre para extraer energía.
Antes de cerrar las rejas para irme a dormir, vuelvo a salir al jardín de V. Hace frío ahora, y está nublado. Por momentos, alguna nube se mueve y surge una estrella débil, y otra allá que se destapa, y las nubes la tapan.
Con actitud receptiva, sola en la noche, bajo unas pocas estrellas, rezo a mis dioses por el mundo que se fue, y por el que llega. “La luna se ha ocultado, y tras ella las Pléyades declinan. Hace tiempo pasó la media noche. La juventud no dura…”.
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Mariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada. Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.