Pranich

La hojarasca de los días. Gabriel Pranich

LA HOJARASCA DE LOS DÍAS

Gabriel Pranich

 

Hambre y amor mantienen

cohesionada la fábrica del mundo.

Friedrich Schiller

 

Un día

Al otro lado del día, al otro lado del ventanal estaba sentado al borde de la cama mirando las hojas inmóviles del plátano de sombra que posa en la vereda de enfrente, a veces, creí que me abría sus brazos, en el medio de la noche y con un destello cálido de la luz de mercurio bañaba mis oídos. Quedé capturado al darme cuenta de que las hojas estaban inmóviles. Le avisé a Cloto, arrojada al otro lado de la cama, en ese momento sentí que había alcanzado un punto sin retorno mientras los puntos ciegos se multiplicaban. Sin embargo, solo quería ver a través del vidrio en una noche de otoño. Estaba al otro lado y ya no sabía de qué lado. Así sumé otra vista de las hojas que eran siempre las mismas: y no lo eran. Me hacían señales hacia todas las direcciones en el medio de la calle y yo no llegaba a traducir el mensaje. Quizás, todo comienza con una ilusión.

La noche se movió, la calma se perdió, y la lluvia comenzó mientras las hojas se mojaban sin remedio debajo del cielo; yo cerré los ojos y pensé, nada solemne, entregarme al ruido del goteo y empezaba a ser un sueño, o una canción de cuna, las gotas repiqueteaban como las cuerdas de los años, y parecían soportar el mundo. Las hojas parecían componer una orquesta sin temor a nada y con amor a todo, quedé atrapado por el sonido de las partículas que caían sobre esta hoja mientras los días me zumbaban en los ojos. De pronto me asaltó el ruido de un auto en plena calle y así otro y, sin embargo, las hojas seguían allí agarradas con todas sus fuerzas con su mísero tallo a los brazos del árbol, y daban la impresión de que dibujaban en el aire. Las hojas parecían soportar la que venga, ¿cómo soportar tanto con tan poco?, contra viento y marea, contra la época y la tragedia, contra el destierro y el idioma, contra las bombas y el hambre, y así fue como el árbol con sus hojas se me presentaba como la vida sin remedio; las hojas en silencio se batían en el tiempo, heroínas anónimas, y me quedaba claro que no se iban a dar por vencidas mientras sigan con vida, y aún después. El ruido golpeaba contra el vidrio de los días, una y otra vez, todo volvía.

Hoy

En una mañana que no era la misma desperté antes de que suene la alarma, sonreí antes de mirarme al espejo, soñé con los ojos abiertos, y ella después de haberse ido aún me abrazaba, la tapa descubría el día y el agua resonaba mientras me lavaba la cara, quizás el tiempo estaba atrasado, una demora, un estanque. Necesitaba clavar los días en algún día entre tanto viento. Lo tenía en la punta de la pluma y se iba de mi mente, y quedaba dando vueltas en círculos. Desde ahí se vaciaban los años, y algo quedaba. Por las dudas yo pintaba otras ilusiones con el fin de estirar un poco más.

La madera se estaba secando en alguna parte mientras yo trataba de sacarme las astillas de otros tiempos que ya formaban parte de mi piel, de mis capas, de mis repasos, y yo creía que podía encontrar esquirlas de los años para levantar una vieja astilla: esplendores. Los cables de la civilización parecían enredar a la libertad de las hojas, las cadenas hacían una imagen de la mano, las ramas flotaron toda la noche. Las hojas colgadas de la nada, de una pizca, al día siguiente, o al otro lado de la tempestad parecían enseñar, y las miraba desde el vidrio y traté de escucharlas mientras preguntaba: ¿qué hacer?¿Cómo aprender a vivir? Extensiones que iban de acá para allá manchando mi visión ya me acompañaban en la retina. La mañana me salpicaba con imágenes de otros días que llegaban a mi mente como las hojas que se acaban de desprender y flotan en el aire hasta posarse con sus ocres amarillentos y rojizos sobre la vereda del sol. Esa mañana que ya no era una traducción de otra, fue cuando salí como si no esperaba nada y me encontré con las hojas sobre este piso rojo, y sin querer pisé alguna cuando crujieron como las hojas de este libro al dar vuelta la página. No tardé en pisar un charco con agua estancada por el paso de la noche mientras pensaba: ¿qué queda y qué se va?

–Ya es la hora –dijo Cloto.

Otro día

El viento comenzó a castigar la ciudad y yo de vuelta mirando las hojas al otro lado del ventanal; aún siguen allí con la frente en alto como si todo mañana fuera mejor. Porque sí, como si fuese una pasión implacable, como una verdad que ya se sabe, ¿creencia?, me sonaba a que si no le daban la libertad ellas la sabrían conseguir de una o de otra manera, sea como sea. Ya estaba en el baile y en ese momento me animé a seguir escribiendo en esta hoja manchada, venida un tanto a menos, maltrecha, sacudida, arrugada, golpeada, restringida, desolada, dejada de lado, mientras mi mano se deslizaba sobre ella como la flor seca de los días. Al dar vuelta mi imaginación dos hojas se desprendieron a tiempo para resignificar el viento que silbó por el pasillo mientras las amontonaba en la puerta dando vueltas en una danza colectiva: parecían tomadas de las manos y ya eran bailarinas, no soñaban con ser libres, ¡ya lo eran!, y así hacían visible a lo invisible.

Ayer

La hojarasca de mi respiración ya estaba cruzada con la historia de mi país y yo en medio de todo. Quedé al otro lado del mismo ventanal mirando las mismas hojas, con la misma historia, con la misma soledad de a dos, con los mismos problemas que ayer, con otras posibilidades para mañana, el árbol aún seguía goteando después del paso de la lluvia; una hojarasca entraba en el balcón como un recuerdo en mi mente; algunas hojas seguían cayendo de vez en cuando, por el viento torcido parecían bailar y mostrar ambos lados de los días, y yo con ellas. De todos modos, siempre quedaba incompleto. Es un día en la vida, y muchos días hacen la historia de una vida. Quedaban apuntes de vivencias, de algo que ya no está, era como el pase del pasado. Seguía en la misma hoja que me traían los días, en medio volvía.

Un día en la vida

Era en una vida cualquiera… ¿Cuántas situaciones especiales se transforman en un día en la vida? Es ese día y ya está, otro punto sin retorno. Ese día decidí listar algunos de esos aconteceres que me sobrevienen: un cumpleaños, un nacimiento, una operación, una despedida, correr una tapa, los ladridos de un perro, una vuelta, un recuerdo, una espera, un beso para toda la vida, una falta de comprensión, un sueño que no puedo recordar, una ausencia, tu sonrisa, una tragedia, un hilo, un nudo, el infinito, tus ojos negros, una mosca, una palabra tuya que aún resuena en mi pecho, un día libre.

O, quizás la vida de un día, me daba igual porque me iba por allí, por el encauce de los días, y las orillas no se juntaban, y el pliegue no aconteció. Mientras los minutos de un día se hacían eternos yo sabía que era lo único que tenía: tiempo. Los días podían ser un marcapaso, un recuerdo en la frente, una caricia en mi cara, la fuerza de tu beso, un sol en tus ojos, un sueño estrellado, una noche desvelada, un viaje colectivo, un despertar sin mañana, un pasamano, sin remedio, sin vuelta, sin escapatoria, sin esperas…

Vivía el día a día y ya no llegaba igual que antes, porque ahora estaba nublado y cantado: arremangado, y ni siquiera podía ordenar los días de mi semana.

En un día cualquiera

En un minuto hay muchos días.

William Shakespeare

El frío me tocó como el calor, tu sonrisa salió, tus ojos se cristalizaron en mi brillo, tu piel me recordó a esta hoja en blanco, la noche me apuró, la armónica aceleró el ritmo, la madrugada me desveló, el sol no cayó, y la espera alargaba lo cotidiano mientras confundía a la luna con un farol de noche, el manto no cubría y todo se podía dar vuelta en un segundo. Parpadeá, arrojá una palabra en mi cara para que te reconozca entremedio de una multitud de la soledad, déjame una huella en la ciudad del desierto, entremedio de vos y yo, de los días y nosotros, entre nuestras ideas naufragadas emergía un pensamiento volado, una imagen perdida, palabras a medio decir, yo ya me ahogaba en los recuerdos de esas pinturas. Buscaba aún la pincelada que te traiga de vuelta y el día quedó dentro mío y la hojarasca ya se fijaba en mi mente como las hojas estampadas en la reja, o los días en mi carne. Y a mí me quedaban estos apuntalamientos fugaces como nuestros pasos que aún resuenan en una casa vacía…

 

29 de mayo de 2022

 


Gabriel PranichGabriel Pranich nació en Buenos Aires en 1976. Es licenciado y profesor en Ciencias de
la Educación (UBA) y licenciado en Artes Visuales (UMSA). Escritor, docente, e
investigador en el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación de la
Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Dirige el Proyecto de Investigación: Una
narración de la formación docente en artes (convocatoria 2021) con beca del Instituto
Nacional de Formación Docente. Ha publicado diversos ensayos breves y artículos en
relación con la construcción metodológica en una investigación, sobre educación y la
plasticidad del arte.