LA POESÍA COMO FORMA MODESTA DE LA DIVINIDAD
Sobre Oscuras flores de duelo, de Patricio Foglia, Editorial Conejos, 2022
Por Lucas Soares
El poeta como creyente. ¿Qué es Oscuras flores de duelo? En principio, un libro que entrecruza poesía y esoterismo, y que sobre esta base suscribe la idea del poeta como eslabón de esa insondable cadena energética que desemboca en lo sagrado. Porque al fin y al cabo tanto el poeta como el creyente se la pasan viendo signos en las cosas y cosas en los signos. Un libro que insiste en la dimensión onírica y oracular de la poesía. Una nouvelle que deviene poema y a la vez un poema que deviene nouvelle. Un texto a contramano de las tendencias poéticas de la época, que actúa sobre ella inactualmente a través de una trama centrada en un santero de Liniers, en la década del noventa, “harto de ser tránsito de tanta energía fulgurante”. Hay que animarse, en tiempo de auto-ficción, insta-poesía e inflación del yo catártico, a escribir un libro sobre la dimensión espiritual de la poesía. Este gesto seduce de entrada.
Una modesta divinidad. Si tuviera que resumirlo en una frase, diría que Oscuras flores de duelo trata sobre la energía poética. Más concretamente, sobre esa energía que imanta al poeta y que, como sabemos, puede asumir diversos nombres: Musa, inconsciente, inspiración a secas, etcétera. ¿Cuál es la misión del poeta? ¿De qué es antena? Estas podrían ser las dos preguntas centrales del libro, ante las cuales Foglia pareciera responder que la misión de la poesía es abrirnos a un misterio para hacernos zambullir en él. En tanto antena de lo sagrado, un poeta vendría a dar cuenta, en palabras y silencios, de la presencia magnética de un misterio. Mientras leía el libro todo el tiempo me venía a la mente algo que señala Mario Levrero en un libro precioso de conversaciones: “El arte es hipnosis. Es crear una especie de máquina de hipnotizar a otra persona para trasmitirle vivencias o experiencias anímicas que no se traducen en hechos perceptibles. Escribís una historia y esa historia es como una trampa que mantiene el interés del lector, para que en ese estado vaya bajando los niveles críticos de su conciencia, de modo que empiece a aceptar y a recibir cosas que están implícitas en el texto”. A través del personaje del santero, cuya figura se asemeja por momentos a la del Mago arcano del Tarot, Patricio instala aquí la idea de la poesía como una maquina de hipnotizar y la del poeta como un mago que hace hipnosis. Dice en un momento el santero: “En cambio las velas sí me gustan. Encender una y quedarse mirando la llama, ese fueguito de nada, dignísimo todo el tiempo que dura; a mí me conmueve, porque se sostiene gracias a quien está dedicado, más allá de la química: el principal sostén es el espiritual, nuestra conexión con lo que está por encima de nosotros y no comprendemos, pero igual nos ampara”. En Oscuras flores de duelo, el efecto de lectura es semejante a la visión de la llama de una vela. Nos vamos del libro iluminados a medias por la llama hipnótica del poema.
La mancha poética. Desde el sótano de su santería, una especie de panteón del abandono, el santero accede “a la divinidad de forma modesta”: una mancha de humedad o especie de Aleph cuyas figuraciones son interpretadas una y otra vez por aquel: “La mancha creció vigorosa, […] y cuanto más crece la mancha tanto más trasmite, tanto más me siento zambullido. […] Esa mancha es mi maestra y yo me dejo iluminar por sus detalles, destellos, refucilos de tormenta en la noche. […] Una tarde se forma una copa de árbol en su vaivén, hojas agitándose en el viento leve. La mancha me saluda. Por fin soy aceptado como discípulo”. En Oscuras flores de duelo el registro religioso y el poético se funden en la confusión existencial de los personajes, en su forma de hacer, deshacer y volver a tramar sus creencias. Y tales registros se entrelazan también con el político, ya que en su trance mediúmnico el santero-poeta atrae a los espíritus de algunas de las tragedias socio-políticas más resonantes de los noventa y principios del dos mil: el atentado a la AMIA, la muerte de Carlitos junior, el estallido del 2001, Cromañón. Como todo buen relato religioso, a lo largo del libro los opuestos se la pasan atrayéndose y repeliéndose: lo trascendente y lo inmanente, lo espiritual y lo material, la vida y la muerte, el amor y el odio.
El poeta y los sueños diurnos. Decía al comienzo que aquí Foglia apuesta por la dimensión onírica y oracular de la poesía. El santero que lo protagoniza es, de hecho, un intérprete atento a los signos oníricos que le envían sus propios sueños como los de los demás. “Hay gente que sueña pero no se acuerda de nada. O que, al despertarse, tiene la escena presente pero pisa el suelo y sus recuerdos se disipan. Yo cierro los ojos y sueño; y en mis sueños, reino”. Los sueños del santero son premonitorios, enigmas en sí mismos, o sea, poemas. Otro de los pasajes más hermosos del libro, que justamente enlaza los tópicos del sueño y la adivinación, es el que relata un sueño que anticipa la muerte del padre del santero: “Murió de un paro cardíaco, mientras cruzaba la calle. Antes, yo había soñado con los ángeles arcabuceros. En el sueño, era de día pero se hacía de noche, y una única nube negra cubrió el cielo. Los ángeles iban manejando un auto importado a todo lo que da hasta que se lo cruzaron. Ahí nomás se bajaron, lo ajusticiaron. En cada disparo la sangre brotaba furiosa, eran impactos que se iban abriendo, flores rojas multiplicadas por todo su cuerpo. Y hasta era un poco gracioso, porque parecía que bailaba. Yo nunca lo vi bailar pero en el placard tenía guardado un pantalón oxford. De fondo sonaba Guitarras al viento, el tema de Sandro. Mi padre murió porque murió. Yo solo supe que iban por él y decidí no intervenir”.
La elipsis narrativa. Hay una fuerte impronta cinematográfica en este libro. Me lo imaginé todo el tiempo filmado. Si una buena película es aquella que nos deja dos o tres buenas imágenes en la memoria, Oscuras flores de duelo hace precisamente eso: en un despliegue que va del interior al exterior y viceversa, nos va dejando una serie de imágenes grabadas en la retina. Al terminar el libro es como si hubiéramos conocido realmente sus locaciones (la Santería en Liniers y su sótano, el Ávila de Avenida de Mayo, Capilla del Monte). Aquí no solo resuena la idea del artista como un mago del último Welles de F for Fake, sino que el empleo poético-narrativo que Patricio hace de la elipsis, esto es, de la omisión de segmentos de la historia que se narra a fin de dejar en el lector la tarea de imaginarlos, opera como el corazón del texto. Hace un tiempo vi El perro que no calla, una película de Ana Katz que del alguna manera hace lo mismo que Foglia, pero desde un punto de vista poético-cinematográfico. Se trata también de una historia fragmentada, marcada por la elipsis, acerca de las derivas de un personaje y su perro en diferentes momentos de sus vidas. En un reportaje que le hicieron tras el estreno, Katz dice algo acerca del uso de la elipsis narrativa que Patricio podría suscribir punto por punto: “Adoro las elipsis en la literatura, son como saltos de magia. La sensación es la misma que la del conejo que sale de la galera, y creo que hay varias herramientas con las que jugamos. […] Quería narrar un tiempo de vida del personaje desde lugares muy emocionales. Intentar construir en la pantalla esa sensación que tenemos en el cuerpo cuando pensamos en determinadas épocas. Es difícil hacerlo en un formato más tradicional, porque si bien puede llegar a comprenderse, no termina de pasar por el cuerpo”. En Oscuras flores de duelo todos los elementos espirituales pasan por el tamiz de la materia. La poética de Foglia transita aquí por una zona sensorial y sentimental anclada en lo material-corporal. Ese anclaje es el que lo salva de caer en la solemnidad o en las profundidades del Hotel Abismo. Es un libro en el que todo se muestra quitando.
La novela familiar. Cuando le preguntaron a Fellini si Ocho y medio era un film autobiográfico, respondió: “Soy siempre autobiográfico, ¡incluso si me pongo a contar la vida de un pez!”. Si bien en este film poético que es Oscuras flores de duelo Patricio se imposta en las voces del santero, el gitano Furia y la moza de la que está enamorado, vemos reaparecer tímidamente algunas de las obsesiones autobiográficas recurrentes en su poética, como la cartografía barrial (antes era Temperley y Lugano, ahora es Liniers), la figura omnipresente de la madre y de su muerte inminente, un costumbrismo extrañado y el ojo ubicuo de la infancia impregnándolo todo.
El nómade. Con varios libros publicados, ya podemos decir que Patricio es un nómade del formato poético. Como buen poeta, es alguien siempre insatisfecho con la propia palabra. Porque es justamente la conciencia de esa insatisfacción la que opera como motor para el descubrimiento de nuevos tonos, voces, formatos, aunque por supuesto persistan esas tres o cuatro obsesiones que persiguen a un poeta a lo largo de su vida. Mientras mucha de la poesía que se escribe hoy se exhibe satisfecha consigo misma, presentándose como acorazada, autoconsciente, tirando máximas y/o contradicciones existenciales, pero en última instancia segura de sí, la poesía de Foglia se muestra orgullosamente insegura, conservando siempre algo del niño que le da vergüenza mostrar lo que hizo, del que sigue buscando, arriesgando. Allí, en esa inmadurez gombrowicziana, reside su mayor potencia.
Lucas Soares publicó los libros de poesía: El río ebrio (Paradiso, 2005), El sueño de las puertas (Alción, 2006), Mudanza (Paradiso, 2009), Roña (VOX, 2013), El sueño de ellas (Bajo la luna, 2014), La sorda y el pudor (Mansalva, 2016, Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes), Un drama eléctrico (Caleta Olivia, 2016), La médium (Mansalva, 2019) y El poeta y el buey (caleta Olivia, 2021). Es profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, y autor de libros y ensayos sobre las relaciones entre filosofía y poesía. Sitio: lucas-soares.com