LA EVIDENCIA
*»La Evidencia» es un capítulo de la novela inédita Elisa Brulet.
Elisa sube, aplicando a cada paso, lento y firme un envión exagerado. Los escalones se suceden en la espiral de granito.
Es un día de calor sofocante a pesar de lo cual Elisa no ahorra movimientos para evitar acalorarse; al contrario, hace ampulosos gestos de agotamiento en cada paso de la subida.
Dos pisos más arriba, se apoya, teatral, en el marco de la puerta.
¿Dirá “qué calor” antes de terminar de trasponer el pasillo de entrada de la casa de Migue? Será ineludible que diga “qué calor”, como es ineludible comentar el tiempo a las personas que habitan en zonas con variaciones en el clima. Es la fórmula de arranque, ¡qué calor!, o ¡qué frío!, ¡No como ayer!, o ¡ Mucho peor fue ayer!, o ¡al menos no llueve!, o ¡esperemos que llueva!, o ¡peor va a estar la semana entrante!, o…
– ¡No tocaste timbre!
– No, Migue. Hola. Me abrió la de planta baja
– Mmm…
– ¿Qué?
– ¿Andará bien el timbre? Mirá si vienen y no anda el timbre…
– ¿Hoy vendrán? ¿Vos decís?
Elisa se sienta en el sillón individual, separa las piernas, abre los brazos y apoya la nuca en el respaldo.
– ¿No hacés un cafecito, Migue?
– ¿Café?
– Yo creo que es muy pronto para que lo traigan.
Hay un libro y Elisa lo agarra. No conoce el libro ni a la escritora. Elisa hace circular, rápidas, las hojas del libro guiadas por su dedo pulgar. Una y otra vez. Hay un pequeño soplido que surge de entre las páginas y un sonido cascado. Elisa repite la flexión del libro y como un experto croupier, vuelve a batir las hojas. Piensa que si estuviera, con ese acto, cambiando las letras de lugar, la historia sería otra y, hasta si supiera, podría descifrarla en el sonido que producen las hojas al ser mínimamente separadas, luego flexionadas para volverlas, vertiginosas, a juntar.
– ¿Qué tal?- le pregunta Elisa a Migue cuando vuelve con el café, levantando el libro. Migue, que no tiene más que hacer que esperar el correo, se dispone a contarle el argumento.
– Justo ando por una parte densa de la historia. Una familia que acaba de almorzar, están en la casa de los abuelos de la única niña del grupo. Están los abuelos, los padres, los tíos y, claro, la niña. La tía peina o más bien cepilla el pelo a la niña. Está detrás de ella y alaba su pelo, el color, los reflejos, el largo, esas cosas. Mientras la peina le cuenta cómo cuidaba ella misma de su pelo (dice cabello, creo) cuando era joven . La tía es joven pero no se percibe como tal. Es una mujer que encaminó su belleza hacia el alineo y la pulcritud. Nadie diría que es hermosa, sino que todo en ella es correcto. Están de sobremesa y el tío tiene que ir hasta la casa, ahí nomás, a buscar algo
– ¿Me acompañás? – le dice a la niña
Elisa no sabe si quiere seguir escuchando la historia.
El tipo, sigue Migue, es de esos muy prolijos con un trabajo irrelevante y al que no se le conocen inquietudes o intereses, ni a nadie le importaría si las tuviese.
Ella vuelve a desparramarse en el sillón. Migue sigue mientras Elisa descubre una telaraña en uno de los ángulos del techo.
– Bueno, cuestión que la lleva y una vez en el departamento inicia un jueguito de roces que la niña, incómoda, interrumpe. Entonces le propone ir a conocer la terraza. Es domingo. De los domingos de ravioles, ¿entendés? – dice Migue.- No hay portero ni vecinos….
La telaraña tiene una forma irregular, asimétrica; con dos hilos desiguales, largos y pegajosos, según Elisa determina. Sí, pegajosos.
– Van a la terraza.
Las telarañas tradicionales, piensa Elisa, son simétricas, tal vez hexagonales o bien son de cualquier manera y son las, tal vez, hexagonales las que se recuerdan, las que pueden dibujarse y cualquiera entendería que se trata de una telaraña, y , aunque no se vea en el dibujo, se sentiría la proximidad de la araña. Y los hilos serán pegajosos, piensa Elisa, y sabe que eso también se entenderá aunque la cualidad de pegajoso no pueda dibujarse.
– Entonces le propone que suban por la escalera marinera hasta el tanque de agua.
A esa telaraña del ángulo del techo no podría dibujarla, piensa Elisa.
– El tipo no da puntada sin hilo.
Migue se queda callado. Elisa baja la vista desde el ángulo del techo hasta Migue.
– ¿Y?
– Llegué hasta ahí.
– Migue, ese dicho es ridículo.
– ¿Eh?
– Migue, todas las puntadas tienen hilo. Sino ¿qué? ¿Ves lo que decís? Parecería que está mal visto dar una puntada con hilo cuando es para lo único que sirve dar una puntada. Para hacer pasar un hilo que es por naturaleza fláccido por la trama de una tela que también es fláccida.
– Mirá la hora que es. Estos ya no vienen hoy.