LAS CASAS Y LOS SUEÑOS
Hace algunos años tuve un sueño: construir mi casa yo misma, como Carl Jung construyó su torre de Bollinguen. Soy inquilina crónica, desde que me mudé de la casa de mis padres, a mis veintitrés. Y me pareció bien todo este tiempo ir por el mundo de casa en casa, como si fijarme a un lugar me fuera a condenar a una vida convencional. Anduve suelta, demasiado suelta, por ahí. Mi amiga A me dijo una vez: sos una “vagabunda”, y así son también tus libros: vagabundos.
Vagabundo: de “vacare”, ser libre, ocioso. Liber libri: Libros ociosos. La errancia, lo sin propósito. Sin embargo, desde chica soy muy trabajadora. Pero como mi trabajo echa raíz en lo no productivo, siembro en el ocio.
Donde poso el amor, ella florece. La escritura, el pensamiento, la poesía. Y los ojos puestos en el misterio.
Soltarme de todo lo que sentía que me ataba. Llevo la bolsita al hombro, y adentro lo indispensable para vivir.
Hoy tengo una tierra que me dio mi mamá, y estoy por edificar mi casa. Pero lejos de hacerla con mis propias manos, como Carl Jung, contraté una empresa que realiza construcciones en seco. Tendrá los metros que necesito para vivir, lo que me alcanza con los ahorros de mi período de vida errabunda. Van a empezar pronto a remover la tierra del lugar, como si fueran a plantar mi gran árbol, que me va a proteger del sol ardiente del verano y de las lluvias fuertes. Mi gran árbol, que con sus ramas altas va a tocar el cielo y con las raíces llegará al otro lado de las cosas.
El dueño de la constructora dice que antes de la pandemia viajaba mucho a Noruega, y de ahí se inspiró para los modelos de las casas. La mía va a ser construida por un grupo de obreros argentinos en un terreno del gran Buenos Aires. Los vi en su momento de descanso mientras edificaban otra casa. Conversaban -ociosos- en círculo sobre el pasto un día de primavera. Me gustó esa casa, plantada como un crisantemo en el centro de un jardín, me pareció simple y hermosa, así que firmamos el contrato.
Ahora espero; larga espera en donde nada sucede en apariencia, porque la casa se construye por partes en los galpones de la empresa. Mientras tanto en mi vida van pasando otras cosas que tienen que ver con la vida cotidiana de una persona, voy al supermercado, cocino, visito a mis amigxs.
A principios de este año nos enfermamos muchos, amigxs, familia. Para mí la gripe fue simplemente una entrada en el sueño, un sueño sin imágenes, sin grietas, una limpieza mental. Black out. El sueño sin imágenes no es la entrada en la noche ni el acceso a la fantasía. El sueño sin imágenes es como un antivirus.
Hasta ahora nunca había trabajado para producir excedente, trabajaba para sobrevivir. Trabajé con la espada de Damocles sobre la cabeza, creyendo que si no lo hacía podía “terminar debajo de un puente”.
“Terminar debajo de un puente” podría ser entregarme al estómago podrido de la ciudad, envuelta en mantas y frazadas junto a mis perros, pero también condicionar una casa en la intemperie: poner un cuadrito en la pared pública, un colchón provisorio. Eso es lo que hizo una señora que yo vi una vez. Había colocado su cama en la puerta de un hospital de la Avenida Córdoba, las sábanas limpias, los pliegues alisados, y un jarrón con flores de plástico sobre una mesita de luz. Por un tiempo nadie la molestó. Estaba sentada en una reposera, parecía la guardiana de la puerta del hospital. Pero era una mendiga, y esa, su casa a la intemperie. Pensé ¿quién la cuidará por la noche? Pensé en sus sueños negros, en su vigilia ruidosa.
Los pájaros de Buenos Aires dan giros sobre su cabeza; hay ratas en las alcantarillas. Y ella duerme su sueño sin imágenes, con imágenes, sin imágenes.
La gata de S se llama Nina, también su pasta de maní. Y en el razonamiento amoroso me explica que la empezó a comprar -precisamente- porque se llama Nina. Es rico, tiene pocas calorías, hace bien, y encima se llama Nina. Nina es blanca, negra y marrón. Y es, por donde la mires, hermosa. Pero no solamente es hermosa porque nació así, sino por los cuidados de S. Tiene el pelo suave como crema chantilly, o un helado de tres gustos. Me explica que es porque le da alimento Nutrique. No duda: es por eso, dale Nutrique a José Carlos y vas a ver. Pero también la acaricia, le da el mejor almohadón para que duerma junto a ella. Cuando en un momento cruzamos por debajo de la autopista en Boedo me dice: acá la encontré a Nina. Había unas canchas de tenis, mucha suciedad. No pude imaginar a Nina, con su pelo cultivado por nutrientes, en ese lugar. Había sido una gatita de la calle, vivía debajo de un puente. Y ahora duerme sus sueños tranquilos junto a S en la cama mullida.
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Mariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada. Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.