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La médium – Beatriz Vignoli. Patricio Foglia

Editorial Nebliplateada. Fotografía: Maxi Conforti.

LA MÉDIUM – BEATRIZ VIGNOLI

Patricio Foglia

 

No poesía sino en las cosas. Aquella sentencia de William Carlos Williams resonó en la poesía argentina, marcando con su eco un intento de frontera, un debate respecto de la forma que puede asumir el lenguaje poético. Cuando se habla de nuestro objetivismo, se habla especialmente de esta variante — y un poco menos de la versión francesa, vía Francis Ponge.

 

El objetivismo local fue un programa sostenido a partir de una serie de reglas o supersticiones (un lenguaje denotativo, literalidad, precisión, semi-documentalismo), un puñado de autores varones validándose entre sí, festivales, funcionarios y una publicación de vital importancia como fue Diario de Poesía. Nombrar todo esto en pretérito algo significa, y Beatriz Vignoli tiene mucho que ver con ese tiempo verbal.

 

Existir apenas levemente

 

Existir apenas levemente

como el sol de tarde que dibuja

la sombra de las hojas de los plátanos

en la pared que da al oeste.

 

Viernes, su segundo poemario, es ahora también el título de su obra reunida. El día de Venus, diosa romana de la belleza y del amor, es además un signo personal, el símbolo de una ruptura respecto del programa objetivista, el anhelo de escribir ya no a partir de ciertas normas preestablecidas sino en la búsqueda, más o menos desesperada, de una voz propia.

 

Entre la descripción, casi microscópica y certera, del objetivismo y la expresividad rítmica de la nueva lírica (“denme una máscara y les diré la verdad”, como quería Oscar Wilde), surfea la poesía de Beatriz Vignoli.

 

Escrito en la mesa de luz de un hotel

 

Por vergüenza de ser

pobre, me pasé media vida

escondiéndome

de mis amigos, no fuese que

murmuraran;

ahora ellos están

muriéndose

de todas esas

enfermedades nuevas,

raras,

ahora sí

los abrazo, pero ya no irradian

calor, sus caras están grises

-quiero decir, de un gris

oscuro- y ya no queda nada

de todo lo felices y geniales

que íbamos a ser.

 

En cuanto al título del libro, “Lo gris en el canto de las hojas”, es deliberadamente ambiguo y ofrece dos lecturas. Cada una de ellas representa, a mi entender, uno de los dos estilos mayoritarios en que hemos sentido y pensado la poesía los poetas argentinos en las últimas tres décadas: objetivismo o nueva lírica. Creo haber transitado una fina línea entre los dos territorios. Y creo, como muchos otros (y cada vez más), en una síntesis.

 

En Viernes, Ediciones Nebliplateada, 2022, pág. 352.

 

She wore a baseball cap in her own funeral

 

A Lardi, i.m.

 

Ella llevaba puesta en su propio funeral

una gorra de béisbol

con la visera enhiesta como luna de eclipse,

lo último vertical

resistiendo

y ya no puede decir

mirá lo que se puso,

mirá cómo se vino:

no podía volverse,

perfecta estaba ella

en su fashion emergency final

y supe entonces que somos hasta el fin,

de cabo a rabo como las especies,

las rocas, las estrellas

y el espacio entre todas esas cosas;

el tiempo de una vida nos contiene:

los otros son el marco,

la memoria.

 

Luz azul – Blue velvet. Por su relación continua con la música, por su libertad formal y hasta su desmesura en la propuesta metonímica, por su conexión fértil con lo onírico, por la importancia de las artes plásticas a lo largo de su obra: bien podríamos hacer un ciclo de poemas de Vignoli junto con el cine de David Lynch (y en este mismo juego, Bossi se presentaría con Almodóvar, Figueroa con adaptaciones de relatos de Stephen King, por ejemplo).

 

No todo cielo es azul

 

No todo cielo es azul. No sólo pena

en los asuntos de la pluma. También Mercurio fluye

en los campos que amamos. También la risa.

Es posible

en las magias del aire sustentarse. No hay alquimista

pobre.

La guerra y el alma son uno: las pasiones alegres y

el canto.

No te pierdas de vos. Tu razón es esta música.

Soy tu lealtad. Sostengo entera tu alma

en algún lugar que puede no ser, pero está.

 

Médium. Traductora, periodista, crítica de arte, sus poemas funcionan como puentes: puentes entre estéticas opuestas, entre la vigilia y el sueño, entre las artes plásticas y las verbales, siempre entre un idioma y otro.

 

Malinche o Tupac Umaru, sin la tranquilidad occidental del punto medio aristotélico, en el filo de la tensión latinoamericana. Quiero decir: Vignoli se ofrenda como médium, como una antena vibrante que capta (tal vez mejor que nadie) el pulso íntimo de la época.

 

Nadando hasta Bolivia

 

A Edgardo Zotto

 

Fidel, mi fiel hermano en la mañana,

tengo treinta y nueve años, estoy triste,

triste en la ciénaga de mi furia.

No me pidas paciencia,

mil años vietnamitas contra China…

soy médico, debo atacar la enfermedad.

Debo quebrar el fuego de esta nada.

En medio de la selva, sueño con ciudades.

Mi hermano de absoluto,

veintisiete balazos en un blindex

arman una escritura

y no el eco de la muerte animal de los árboles.

¿Encarno el Ideal, con mi barba llena de piojos?

Soy el que con acero debe horadarse

para conquistar la bocanada.

Fui extranjero en mi casa:

nadé para mi madre, roto de frío,

había que enseñarme a respirar.

Yo era el otro Ernesto Guevara, el hijo.

Cuando el aire llegaba a mis pulmons

llegaba por error.

Pensar que jugué al rugby.

Si hasta parezco un proletario yanqui

enfermo de humedad

en esta jungla casi congoleña

donde el comando Jimi Hendrix canta:

Hey, Joe

I heard you shot your woman down.

“Un pájaro muerto,

cuerpo sin vida

en la puerta: mal presagio

para empezar el día”,

oigo que dice alguien de los nuestros.

No hay puertas en la selva, debo estar soñando.

No hay adrenalina, ni epinefrina, ni mina

pero soy escritor:

estoy armado.

 

Un tálamo: la habitación más íntima del hogar, a cargo de las mujeres en la Grecia antigua (un cuarto propio); también la estructura cerebral que regula el sueño y la vigilia. Otra vez, una instancia doble para el título de su poemario más reciente, incluido en esta obra reunida.

 

Pienso en nuestro cerebro como un aparato de mediación entre el afuera y el adentro, y en los poemas como instrumentos de percepción: largavistas, microscopios, formas de acercarnos y alejarnos de este mundo.

 

Miro un encefalograma: un tálamo se parece a una mariposa cuyas alas están hechas de materia gris.

 

Error de marketing

 

A mí mi nombre no se me parece.

Suena en mi nombre un siseo de tijeras.

Suena en mi nombre la voz de mi madre.

 

Mi nombre se le parece a mi madre.

El cuerpo de mi madre: denso y fino

como un fusil automático liviano.

 

Mi madre amó el silencio, amó la música,

la forma y los venenos cortesanos.

Tal vez soñó satenes y satélites.

 

Tal vez creyó en la elegancia de los ángulos

agudos donde tropiezo cuando escribo mi nombre:

el zigzag de la zeta, la ve corta.

 

Mi nombre es un buen nombre

para la posteridad y para el mármol.

Mi nombre va a quedar bien en mi lápida.

 

Cómo será, que un día lo abrevié:

“izvig”. Y me llegaron un montón de e-mails

de un tipo chino que agrandaba pijas:

 

“Make it bigger”. ¡Y todas esas íes!

Mi nombre no dice de mí cuánto me gusta

hablar, nutrir pequeños animales.

 

A mi nombre le sobra mi cuerpo, le sobra mi ropa.

Mi desmesura de sobreviviente,

mi desempleo, mis bolsillos marsupiales.

 

Yo lo pronuncio mal; no se me entiende.

Yo lo pronuncio ajeno. Se me quedan mirando

como si llevara un nombre falso.

 

A mi nombre yo no me le parezco.

Debí llamarme Olga, Sonia, Gloria;

apellidarme Russo o Mastronardi.

 

Mi nombre suena a futuro, suena a autopsia.

Mi nombre, ese chirrido de sierra eléctrica,

no habla bien de mí.

 

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Más sobre la poesía de Beatriz Vignoli

 

Función de la lírica – en Mostras, Maestras de la poesía argentina

 

«Escribir fue una forma de hacer llegar mi palabra, como una paloma mensajera», entrevista con Agustina Rabaini, para el blog de Eterna Cadencia

 


FogliaPatricio Foglia nació en 1985 en Buenos Aires. Publicó los poemarios Temperley (2011), Lugano 1 y 2 (2014), La escafandra (2015), Tokio (2017) y Todo lo que sabemos del cielo (2018). Organizó los ciclos de poesía Bueno Zaire y El rayo verde. Prologó y antologó Los fuegos de Orc (antología de poesía argentina y ciencia ficción) y Una marca de nacimiento (poesía y filiación), editorial Mágicas naranjas. Tradujo, junto con Natalia Leiderman, Salto del ciervo (antología de poemas de Sharon Olds), El pájaro rojo y El trabajo del sueño (poemarios de Mary Oliver). Fue guionista del podcast Mostras – Maestras de la Poesía argentina. Poemas suyos forman parte de diversas antologías y blogs.