Personas caminando, vistas desde lo alto.

La vida al ras del suelo. Antonio Cándido

Foto: John Simitopoulos on Unsplash

LA VIDA AL RAS DEL SUELO

Antonio Cándido

TRADUCCIÓN: Andrea Rodrigues

 

La crónica no es un “género mayor”. No nos es fácil imaginarnos una literatura hecha de grandes cronistas, que le puedan dar el brillo universal que sí le dan los grandes romancistas, dramaturgos y poetas. Tampoco se podría pensar en darle el premio Nobel a un cronista, por mejor que este sea como escritor. Por lo tanto, puede parecer que la crónica es un género menor.

“Gracias a Dios”, podríamos decir, porque, así como es, se ubica más cerca de nosotros. Y para muchos puede servir no solamente como un camino hacia la vida, a la cual la crónica sirve muy de cerca, pero también hacia la literatura, como dicen los cuatro cronistas de este libro.[i] A través de sus temas, de la composición suelta, del aire de cosa sin necesidad que suele asumir, se ajusta a la sensibilidad de todos los días. Principalmente porque elabora un lenguaje que se acerca a nuestra forma de ser más natural. En su falta de pretensión, humaniza: esta humanización le permite, como compensación furtiva, recuperar con la otra mano una cierta profundidad de significado y un refinamiento de la forma, aspectos que, de repente, pueden hacer que sea inesperada, aunque discreta candidata a la perfección. Eso es lo que verá el lector en muchas de las crónicas que componen este volumen y los que lo precedieron de la misma serie.

Antes de hablar de ellas, sin embargo, les propongo entonces que pensemos por un rato en la crónica en sí como género. Recordemos, por ejemplo, el hecho de que al estar tan cerca del día a día funciona como una ruptura de lo monumental y del énfasis. Y eso no quiere decir que esas dos cosas sean necesariamente malas. Hay estilos pomposos que son eficientes, y mucha grandilocuencia logra no solamente erizar la piel, pero también dejarnos honestamente admirados. El problema es que la magnitud del tema y la pompa del lenguaje pueden actuar como un disfraz de la realidad y de la propia verdad. La literatura corre con frecuencia ese riesgo, cuyo resultado es romper en el lector la posibilidad de ver las cosas con claridad y, como consecuencia, la de pensar de esa forma. Es así como la crónica está siempre ofreciendo establecer o restablecer la dimensión de las cosas y de las personas. En lugar de mostrar un escenario excelso, en un revuelo de adjetivos y frases candentes, toma lo nimio y muestra en él una grandeza, una belleza o una singularidad insospechadas. Es amiga de la verdad y de la poesía en sus formas más directas y también en sus formas más fantásticas, sobre todo porque casi siempre usa el humor.

Esto sucede porque no tiene pretensiones de durar, y eso sobre todo porque es hija del periodismo y de la era de la máquina, en la que todo termina muy rápidamente. La crónica no fue hecha originalmente para el libro, pero sí para esa publicación efémera que se compra en un día y al día siguiente es usada para envolver un par de zapatos o para forrar el piso de la cocina. Por estar contenida en ese vehículo transitorio, su intención no es el de los escritores que piensan en “permanecer”, o sea, quedar en el recuerdo y en la admiración de la posteridad; y su perspectiva no es la de los que escriben desde lo alto de una montaña, sino sencillamente desde el ras del suelo. Precisamente por eso, logra casi sin querer transformar la literatura en algo íntimo con relación a la vida de cada uno; cuando pasa del diario al libro, verificamos algo espantados que su durabilidad puede ser mayor que la que se pensaba. Como en el precepto evangélico, aquel que se quiere salvar termina por perderse; y el que no teme perderse termina por salvarse. En el caso de la crónica, esto aparece tal vez como premio por no querer ser pretensiosa, y sí, insinuante y reveladora. También porque enseña a convivir íntimamente con la palabra, haciendo que no se disuelva del todo o demasiado rápidamente en el contexto, pero que gane relevancia, permitiendo que el lector la sienta en la fuerza de sus propios valores.

A modo de rectificación de lo dicho anteriormente, la crónica no nació propiamente con el periódico, pero sí cuando este se hizo cotidiano, de tirada relativamente grande y tenor accesible, o sea, hace poco más de un siglo y medio. En Brasil la crónica tiene una linda historia, y podríamos decir que por varios aspectos es un género brasileño, por la naturalidad con la que se adaptó acá y la originalidad con la que acá se desarrolló. Antes de ser crónica propiamente dicha fue “folletín”, o sea, un artículo de pie de página sobre cuestiones cotidianas – políticas, sociales, artísticas, literarias. Así eran los que aparecían en la sección “Ao correr da pena” (“En el trazo de la pluma”), título significativo a cuya sombra José de Alencar escribía semanalmente para el Correo Mercantil, de 1854 a 1855. Poco a poco, el folletín se fue reduciendo y fue ganando cierta gratuidad, un aire de quien está escribiendo porque sí, sin darle a la tarea mucha importancia. Después, entró de frente por su tono ligero y vio reducida su extensión, hasta que llegó a ser lo que es hoy.

A lo largo de este recorrido, fue dejando más y más la intención de informar y comentar (tareas dejadas a otros géneros periodísticos), para tomar sobre todo la tarea de divertir. El lenguaje se hizo más leve, con menos compromiso y (hecho decisivo) se apartó de la lógica argumentativa o de la crítica política, para encaminarse hacia el interior de la poesía. Creo que la fórmula moderna, en la cual entra el hecho nimio y un toque humorístico, con una cantidad adecuada de poesía, representa la madurez y el encuentro más puro de la crónica consigo misma.

En el siglo pasado, en José de Alencar, Francisco Otaviano e incluso Machado de Assis, todavía se notaba más un corte de artículo breve. En França Júnior ya es nítida una reducción de escala en los temas, relacionado con el incremento del humor y con un cierto toque de gratuidad. El propio Olavo Bilac, maestro de la crónica leve y aliviada de peso, mantiene un poco el comentario antiguo, pero amplía la dosis poética, mientras João do Rio se inclina más hacia el humor y el sarcasmo, que equilibran un poco la manía de esnobismo. Ellos y muchos otros, mayores y menores, de Carmen Dolores y João Luso hasta nuestros días contribuyeron para hacer que el género llegara a ser el producto sui generis del periodismo literario brasileño que es hasta los días de hoy.

La lectura de Bilac es ilustrativa cuando queremos mostrar como la crónica ya era brasileña, gratuita y medio lírico-humorística a punto de obligarla a alivianar el lenguaje, a descansarla de los adjetivos más retumbantes y de las construcciones más raras, como las que ocurren en su poesía y en la prosa de sus conferencias y discursos. Sin embargo, esas mismas características se encuentran disminuidas en las crónicas. Pareciera que en ellas no cabe la sintaxis rebuscada, con inversiones frecuentes; ni el vocabulario “opulento” como se decía, para significar que era variado, modulando sinónimos y palabras tan raras, así como también las que sonaban bien. En un país como Brasil en el que se acostumbraba a identificar superioridad intelectual y literaria con grandilocuencia y elegancia gramatical, la crónica operó milagros de simplificación y naturalidad, que llegaron a su punto máximo en nuestros días, como lo vemos en este libro.

Su gran prestigio actual es un buen síntoma del progreso en la búsqueda de la oralidad en la escritura, o sea, de la ruptura del artificio y la aproximación con lo que hay de más natural en el modo de ser de nuestro tiempo. Y esto es significado de la mejor humanización. Cuando veo que los profesores de ahora piden a sus alumnos que lean más crónicas, pienso en las lecturas de mis tiempos de escuela secundaria. Comparo y veo la importancia de este agente para la formación de una visión más moderna en la simplicidad reveladora y penetrante.

En mi tiempo entre las lecturas preferidas en las clases estaban los discursos: exordio del sermón de São Pedro de Alcântara, de Monte Alverne, fragmentos del sermón de la Sexagésima, de Vieira, Oración de la corona de Demóstenes, en la traducción de Latino Coelho, Rui Barbosa sobre el juego, el látigo, la misión de los jóvenes.

Creo que fue en el decenio de 1930 en el que la crónica moderna se consolidó en Brasil como género propio, cultivado por un número creciente de escritores y periodistas, con sus rutinas y sus maestros. En los años 30 se afirmaron Mario de Andrade, Manuel Bandeira, Carlos Drummond de Andrade y apareció el que de cierto modo sería el cronista, dedicado de forma prácticamente exclusiva a este género: Rubem Braga.

Tanto en Drummond como en Braga, observamos un trazo que no es raro en la configuración de la moderna crónica brasileña: la confluencia en la forma de escribir de la tradición, clásica diríamos, con la prosa modernista. Esta fórmula fue bien aplicada en Minas (donde Rubem Braga vivió algunos de sus años decisivos); y de ella se beneficiaron los que surgieron en los años 40 y 50 como Fernando Sabino y Paulo Mendes Campos. Es como si (imaginemos) el lenguaje seco y límpido de Manuel Bandeira, coloquial y correctísimo, se hubiera mezclado con el ritmo hablado de Mario de Andrade, con una pizca del arcaísmo programado por los mineros.

En todos esos autores, así como también en Raquel de Queiroz, hay un trazo común: sus textos dejan de ser comentario más o menos argumentativo y expositivo para transformarse en una conversación aparentemente afilada, como si la crónica pusiera a un lado cualquier seriedad en el tratamiento de problemas. Pero observemos bien las de este libro. Destaco como curioso el hecho de que muchas de ellas mantienen el aire despreocupado de quien está hablando sobre cosas sin mayor importancia y, a pesar de eso, no solamente entran profundamente en el significado de los actos y sentimientos del hombre, así como también pueden llevar a otro plano la crítica social. Es de notarse la extraordinaria “Carta a una señora” de Carlos Drummond de Andrade, en la que la niña que no tiene ni veinte cruzeiros hace desfilar en la imaginación los regalos que desearía ofrecerle a su madre en el Día de la Madre. Es como si ella estuviera del lado de afuera de una vidriera inmensa, en la que se encuentran los objetos maravillosos que la propaganda creadora de aspiraciones y necesidades transformó en bienes ideales. Ella los enumera en una escritura que el cronista transforma al mismo tiempo en bellísima y líricamente infantil. La impresión del lector es de una divertida simplicidad que se agota en sí misma; pero por detrás está todo el drama de la sociedad llamada de consumo, mucho más inequitativa en un país como Brasil, lleno de pobres y miserables, que queda apartada de esa mirada seductora e inaccesible.

“Mammy, el brazo me duele de escribir y había una licuadora de 3 velocidades, siempre quise que no te tomaras el trabajo de exprimir naranja, la máquina de tejer hace 500 puntos, y vos solita hacés mucho más. ¡Un secador de pelo para Mammy!, grité, y con casco plástico, pero pasé de largo, vos no sos de darte esos lujos, y el sillón anatómico me tentó, es lo más, pero yo sabía que mi mamita nunca tiene tiempo de sentarse. ¿Pero qué? Ah, sí, el collar de perlas aterciopeladas, caja con talco de plástico perlado, par de medias, etc…”

Podríamos ver entonces, en el límite de lo patético, firme y discretamente evitado por el autor, en “Última crónica”, de Fernando Sabino, la familia pobre que va a una cafetería a celebrar el cumpleaños de su niña, con un pedazo de torta en la que el padre hunde y enciende tres velitas traídas en el bolsillo. ¿No será la misma niña que escribió la asombrosa carta del Día de las Madres? Dice el cronista:

“Mi pretensión era solamente la de retener de la vida diaria algo de su disperso contenido humano, fruto de la convivencia, que la hace más digna de ser vivida. Buscaba lo circunstancial, lo episódico. En esta persecución de lo accidental, ya fuera en un flagrante a la vuelta de la esquina, ya en las palabras de un niño o en un incidente doméstico, me transformo en simple espectador y pierdo la noción de lo esencial. Sin nada más que contar, giro mi cabeza y tomo mi café, mientras el verso del poeta se repite en el recuerdo: “así era como yo quería que fuera mi último poema”. No soy poeta y estoy sin tema. Lanzo entonces una última mirada fuera de mí, donde viven los temas que merecen una crónica.”

Es ahí cuando ve la pareja con la hijita y asiste al modesto ritual. Pero sus reflexiones, la maestría con la que construye la escena y todo el ritmo emocionado bajo la superficie del humor lírico, constituyen al mismo tiempo una pequeña y humilde teoría de la crónica, dejando a la vista lo que sugerí, o sea, que por debajo de ella hay siempre mucha riqueza para que el lector explore. Con esto no quiero transformar en tratados a estas simples piezas. Al contrario. Quiero decir que, al ser tan leves y accesibles, tal vez comuniquen –más de lo que podría hacerlo un estudio intencional– la visión humana del hombre en su vida de todos los días.

Es importante insistir en el papel de la simplicidad, brevedad y gracia propias de la crónica. Los profesores instalan muchas veces en sus alumnos (incluso sin quererlo) una falsa idea de seriedad; una noción dudosa de que las cosas serias son graves, pesadas, y que consecuentemente la liviandad es superficial. La verdad es que se aprende mucho cuando uno se entretiene, y aquellos trazos constitutivos de la crónica son un vehículo privilegiado para mostrar de modo persuasivo muchas cosas que atraen a través de la diversión, que inspira y hace que nuestra visión de las cosas sea más madura.

Este libro está lleno de ejemplos de lo dicho: es casi solamente eso desde el comienzo hasta el final. En él son raros los momentos de utilización de la crónica como militancia, o sea, como participación decidida en la realidad con el intuito de cambiarla, lo que apenas se entrevé en “Luto de la familia Silva”, de Rubem Braga, cuyo tema es la gran mayoría de los hombres que transpira y sufre para hacer funcionar la máquina de la sociedad en beneficio de unos pocos.

La gente de nuestra familia trabaja en las plantaciones de mate, en el pastoreo, en las haciendas, en las usinas, en las playas, en las fábricas, en las minas, en los mostradores, en el monte, en las cocinas, en todos los lugares en los que se trabaja. Nuestra familia pica piedras, hace tejas de barro, laza toros, levanta los edificios, conduce los colectivos, enrolla las alfombras en los circos, carga las bodegas de los barcos, cuenta la plata en los bancos, hace los diarios, sirve en el ejército o en la marina. Nuestra familia está como María Polaca: hace de todo.

A pesar de eso, João da Silva, vamos a tener que enterrarte en la fosa común. En la fosa común de la miseria. En la fosa común de la gloria, João da Silva. Porque nuestra familia algún día va a ascender en la política…

Dicho sea de paso, este es un buen ejemplo de cómo la crónica puede decir las cosas más serias y más comprometidas a través del zigzagueo de una aparente conversa sin ton ni son. Pero igualmente serias son las descripciones alegres de la vida, el relato prolijo de los hechos, el dibujo de ciertos tipos humanos, el mero registro de lo inesperado que surge de repente y que Fernando Sabino busca captar, como explica en la crónica citada anteriormente. Todo es vida, todo es motivo de experiencia y reflexión o simplemente de diversión, de olvido momentáneo de nosotros mismos a cambio de un sueño o de un chiste que nos transporta al mundo de la imaginación para hacernos más maduros para la vida, así como lo son los sabios.

Para lograr ese efecto, el cronista usa diversos recursos retóricos y poéticos.

“Ser una belleza” está construida a partir de la enumeración, así como también lo están ciertos poemas de Vinicius de Moraes. Parece una divagación libre, una cadena de asociaciones totalmente sin necesidad, que debería resultar en simples acumulaciones de palabras. Pero surge acá el milagro de la inspiración (o sea, el poder misterioso de hacer que las palabras funcionen de forma distinta en combinaciones inesperadas), se va organizando un sistema expresivo tan perfecto, que al final surge en sí mismo como la propia necesidad de las cosas:

Ser una belleza es poder usar anteojos como si fueran un adorno, como un adjetivo para la cara y para el espíritu. Es como vaciar el sentido de las cosas que desbordan de sentido, pero es también darle sentido de repente al vacío absoluto. Es esperar con paciencia y frialdad el momento exacto de vengarse de esa mala amiga. Es tener la cartera llena de pedacitos de papel, recados que los anacolutos transforman en misterio, anotaciones criptográficas sobre el tributo de la naturaleza femenina, un billete de dos cruzeiros con una oración hermética escrita con lápiz labial, toda una biografía esparcida que puede ser arrojada súbitamente al viento que sopla. Ser una belleza es la tendencia de un momento.

El lector se pregunta si ser una belleza no es algo parecido a ser un cronista –darle a los objetos y a los sentimientos un arreglo tan aparentemente desprolijo y en verdad tan expresivo, arrojando significados de lo que parece insignificante. “(…) darle sentido al vacío absoluto” es la magia de la crónica.

 

A veces parece que escribir una crónica obliga a una determinada comunión, produce un aire de familiaridad que aproxima a los autores en un nivel que está por encima de su singularidad y sus diferencias. Es que la crónica brasileña bien realizada participa de un lenguaje general lírico, irónico, casual, a veces preciso, a veces vago, amparado por un diálogo rápido y certero, o por una especie de monólogo comunitario.

En los autores de este libro percibimos tanto esa comunidad como el doblez de su forma personal. Solamente uno de ellos es cronista puro o casi: Rubem Braga. Pero todos escriben como si ese tipo de textos fuera su vehículo predilecto, aunque sintamos en cada uno la presencia nutritiva de sus otras actividades literarias: la precisión de Drummond, el movimiento nervioso de Fernando Sabino, la larga onda lírica de Paulo Mendes Campos. Provenientes de tres generaciones, ellos se encuentran acá en una especie de espectáculo fraterno, mostrando la fuerza de la crónica brasilera y sugiriendo su capacidad de trazar el perfil del mundo y de los hombres.

 

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Antonio Cándido (1918 – 2017)

Antonio Cándido de Mello e Souza fue sociólogo, poeta, ensayista, profesor universitario y uno de los principales críticos literarios brasileños. ​ Fue profesor emérito de la Universidad de São Paulo y de la Universidad Estatal Paulista Julio de Mesquita Filho. Sociólogo de formación, es uno de los más importantes críticos literarios del siglo XX. Fue uno de los fundadores de materias como Teoría Literaria en la Universidad de São Paulo. Estudió y trabajó con Sergio Buarque de Hollanda y Gilberto Freyre. Realizó estudios críticos y teóricos sobre la obra de Clarice Lispector, Guimarães Rosa y el poeta João Cabral de Mello Neto. Estudió y trabajó con los artistas que participaron de los dos movimientos de arte moderno en Brasil en el siglo XX, movimiento que cambiaría para siempre el arte y la literatura en el país.

[i] Este texto es el prefacio del libro Crônicas, vol. 5 de la serie Para gostar de ler, Editora Ática

 

Publicado en Recortes, Companhia das Letras, São Paulo, 1983 (Traducción de Andrea Mattioli Rodrigues)

 

Autor: Antonio Cándido. Titulares actuales de derechos sobre la obra: Marina de Mello e Souza, Laura de Mello e Souza e Ana Luisa Escorel.
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Andrrea RodriguesAndrea Rodrigues nació en São Paulo, Brasil, en 1965. Inmigró a la Argentina para terminar el último año de la escuela secundaria en la década del ochenta, y estudió Arquitectura en la UBA cuando la democracia había sido recuperada en el país, no así en Brasil. Después de trabajar algunos años en la profesión, decidió dedicarse a la educación y se recibió de Maestra Primaria y Profesora de Educación Secundaria. Trabajó siempre en educación y hoy es directora del nivel secundario en una escuela bilingüe. Desde muy chica se interesó por aprender lenguas y por la escritura creativa.
Después de volver a vivir en Brasil y también en Estados Unidos, se instaló en la ciudad de Buenos Aires donde vive con su marido y sus seis hijos.
Publicó dos libros en coautoría: Contextos. Enseñanza del español. y Pé na estrada. Ensino do portugués para estrangeiros. Ambas fueron publicaciones independientes. Hace cinco años decidió empezar a participar en talleres de escritura retomando la pasión por leer y escribir que tuvo desde siempre.