Foto: Vinoth Ragunathan on Unsplash
UN ESTADO DE GRACIA
La lengua de la llanura. Como quien rejunta piedras para intuir un destino, también la indagación a partir de un puñado de símbolos puede ser la tarea de toda una vida. El símbolo central de esta búsqueda, aquel especialmente magnetizado por el tiempo, por otros poemas —propios y ajenos— y por toda una tradición con la que dialoga (y a veces discute) es el jardín. El jardín, cifra continua de la poesía de Battilana, se ha extendido en su último poemario o, mejor aún, se ha visto desplazado temporal y espacialmente hasta alcanzar un nuevo plano, otra nueva totalidad, la llanura como un rumor de voces arcanas.
Madrugada
Débiles luces en el horizonte
antes que el sol
pueda salir, y proteger
un poco
con sus rayos -que son manos-
la blanca estepa vacía.
Un jardín, senderos se bifurcan. No es, por ejemplo, el jardín de Una casa con diez pinos, aunque comparta con el tema de Manal cierto anhelo de paz y una respiración entrecortada. En el sur hay un lugar.
Tampoco se asemeja al jardín lírico de Diana Bellessi, poeta central que escribió el epílogo de Ramitas, poesía reunida del autor. Porque, lo que en Bellessi es despliegue, encabalgamiento, mantra rítmico y goce, en Battilana es repliegue, contrición, refrenamiento, un filatelista entregado al cut & paste de lo ínfimo, en su llamativa voluntad.
También, algunos poemas de este libro buscan dialogar directamente con la narrativa de Borges, como en Visiones, en donde se celebra la mirada puntillosa de un Funes originario. O, de forma más literal, en la prosa poética de Historia de la eternidad.
Lecciones de botánica
Pequeñas hojas amarillas
caen
en los bordes del lago.
Pronto
el viento fuerte
del otoño
desmantelará
la inmensa gramilla
verde. La brisa
ahora
parece insignificante
pero es llamativa
su voluntad.
Trance zomba. El libro está dividido en dos secciones. En la primera (que le da título a todo el poemario) el yo lírico es, a un tiempo, habitante antiguo de una vasta región desolada, dos mujeres amándose, niños jugando y un observador que lee todo desde la distancia de una entrada enciclopédica, cientos de años después; en la segunda parte del libro se abre el falso telón de la trama familiar, bellisimamente titulado Trance.
Trance, como un percance y también como un estado alterado de la conciencia, en donde el poemario se arriesga a entrar en el terreno de la tan denostada trama familiar, que ciertos lectores desprecian, como si decir mar o Dios o madre o Hijo mío, cuánto te amo realmente significaran algo desde su literalidad, al final del día, en la caja de resonancia del poema.
Entonces, en tiempos de pandemia y encierro, estos poemas: de un lado el jardín, de doméstico y hasta descuidado hacia lo indómito, multiplicado a región; del otro, un breve atisbo del núcleo del disturbio, como quien dice, ¿entienden ahora mi mirada extraviada? Y de un lado y del otro, lo mismo. Insisto: lo mismo: es siempre el lenguaje quien se canta a sí mismo en su repliegue.
Un estado de gracia
Como un animal pequeñísimo
así
-en ocasiones-
rozo su piel
y logro hacerme invisible
e ingrávido,
sabiendo
que todo el Bien más puro
el ser
que sin buscarlo
-sin elegir siquiera ningún camino-
ha sido objeto
del silencio más profundo,
el más agotador…
Hijo bello del corazón
…te protejo
con la palabras impuras
que trajeron
las montañas del Sur,
estas palabras
que son
escarcha y matas de pasto
congeladas,
te protejo, no…
me dejo proteger
por la intemperie
que te ha sido concedida
por la gracia de los lagos y los ríos,
de los vientos
del azar
con que te arrancaron los días
infinitamente.
Yo soy aquel que ayer nomás decía. Como sus estudiados, y amados, modernistas, también Battilana construye su propio plan de evasión, su patria simbólica como forma de darle la espalda a la realidad. O justamente lo contrario, el poema como un objeto verbal, artefacto retórico, parte de un compromiso afectivo con la trama de lo real.
Pienso que la poesía necesita del amor. Un afecto singular que se desencadena a partir de una mirada y de un determinado estremecimiento. Más que una cuestión temática, es un acto de enunciación que hace de las palabras un sitio vertiginoso: la poesía no solo pone en crisis la lengua -esa convención social compartida-, sino que parece envolverla en un viento hasta darle respiro, oxígeno.
Playa sola
Sitiado por ruidos y
tensiones
que hicieron
su peor labor
en la casa del dañado,
sale a la playa
más leve
más alta
más suave de la costa
y espera las luces primeras
del día
en busca de lo que aún
no reconoce del todo
y ni siquiera
sabe
cómo pronunciar.
Poemas de Carlos Battilana, La lengua de la llanura, Editorial Caleta Olivia, 2021.
Patricio Foglia nació en 1985 en Buenos Aires. Publicó los poemarios Temperley (2011), Lugano 1 y 2 (2014), La escafandra (2015), Tokio (2017) y Todo lo que sabemos del cielo (2018). Organizó los ciclos de poesía Bueno Zaire y El rayo verde. Prologó y antologó Los fuegos de Orc (antología de poesía argentina y ciencia ficción) y Una marca de nacimiento (poesía y filiación), editorial Mágicas naranjas. Tradujo, junto con Natalia Leiderman, Salto del ciervo (antología de poemas de Sharon Olds), El pájaro rojo y El trabajo del sueño (poemarios de Mary Oliver). Fue guionista del podcast Mostras – Maestras de la Poesía argentina. Poemas suyos forman parte de diversas antologías y blogs.