BIOGRAFÍA DE UN PADRE. DIÁLOGO CON UN HIJO.
Darío Glozman y Martín Glozman
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Yo, hablando de los hermanos y lo que vos decís que te cuesta la relación con los hermanos, cuando me fui a Israel a los catorce años, en un momento, A. subió a abrazarme al barco, que se llamaba Augustus, para saludarme, y no me despedí ahí, después subí a la parte donde está el palo mayor y le hice así: “catzo, ahora te acordás”.
Sentí una descarga, por lo menos le pude transmitir la bronca que cargaba adentro porque él era agresivo y no tenía buenos tratos.
Yo creo que ya conté lo del televisor. Yo estaba viendo un canal y me cambiaba al otro, si yo le discutía me decía callate pendejo que te cago a trompadas. Después hubo una vez que no sé qué pasó que corríamos alrededor de la mesa del living, A. me corría a mí, F. corría para separarnos, en un momento A. empujó la mesa que de casualidad no salí yo o F. por la ventana.
Yo tenía una mezcla de cariño y de odio con A., de hacer las cosas adrede para joder.
Lo que me pasaban eran peleas callejeras. No cosas que eran descuido de mi padre. Podrían haber pasado porque no es que no tenía descuido, pero no pasaron.
Yo cuando era chico siempre buscaba la forma de entender a A. para no tenerle bronca, hasta que una vez me traicionó. Me traicionó cuando yo estaba en primer año de secundario. Si aprobaba todas las materias me iba con los papás de R. K. y H., mis primos, a Mar del Plata, y había dejado una materia para dar en marzo porque aunque tenía buen promedio le había dicho una barbaridad a la maestra, como decir “qué culo”, y la tipa escuchó. Yo química sabía, pero bueno, me aplazó. Y después me dijo que en marzo la iba a aprobar, y como hermano confidente le conté a A. Le dije que no le diga nada a mis viejos porque si no me iba a cagar las vacaciones. Yo la materia la iba a aprobar en marzo. Y le contó a mi viejo tal cual lo que yo le había contado.
Le contó porque decía que soy muy chiquito para mentir.
Y yo siempre buscaba ser compinche porque después cuando salíamos a la calle y nos teníamos que pelear contra terceros estábamos siempre unidos.
Yo creo que como era el más chiquito mis viejos me festejaban y me retaban menos, y A. podía ser que estaba celoso. Con F. era distinto porque eran siete años más de diferencia y era la que nos cuidaba supuestamente.
Nos cuidaba porque mi mamá era muy elemental, ama de casa, iba a la feria, discutía con los puesteros, hacía la compra.
Es que no sabía. Juega mucho en todo esto que ellos también no tuvieron padres que los hayan cuidado. En realidad, yo me siento mal porque cariño recibí de mis padres. Y como no tuvieron padres hicieron lo que pudieron, pero yo tuve padres y sufrí en carne propia lo que es la falta de poner límites…
Yo creo que tenía toda la atención en el laburo, en poder pagar el departamento que habíamos sacado una hipoteca. Parte nos había dado el abuelo, pero parte yo había tomado un compromiso.
S., nos dio una parte. No me acuerdo. Sí, para mí fue importante que el abuelo me ayudara. Porque mis padres nunca tuvieron departamento propio, siempre alquilaron. Y que la figura de mi suegro aparezca. Primero nos regaló en Luis María Campo y Dorrego. Ese era un departamento de tres ambientes, ya parecía cuando se estaba habitando una conejera.
Conejera era un pasaje que había cuando hablábamos de las barras, en el Parque Centenario, alrededor de Aranguren en la calle Escribano. Era un pasaje que como había muchas casas tipo PH, donde vivía en cada casa mucha gente, en el barrio le decían la conejera.
Y después vendimos este departamento que de por sí tenía bajo valor y compramos uno que ahí el abuelo también nos ayudó con una parte y la otra parte sacamos una hipoteca y la íbamos pagando por mes, que para mí era un peso terrible, porque ya íbamos pagando el Fiat 128 en cuotas.
No me sentía culpable porque la forma de él de dar era para que te traiga suerte. No supervisaba el destino de lo que daba con nosotros, en ese sentido aceptábamos la ayuda.
Yo me sentía bien cuando recibía ayuda. Yo en distintas medidas ayuda había recibido de F. y de E. cuando me había ido a vivir a Israel. Creo que me regalaron 2 o 3 mil dólares que era bastante plata. La operación luego del accidente la pagaron F. y E. F. estudiaba en el colegio profesional de corte y confección.
Fue ahí porque la tendencia de mi padre fue que todos los hijos estudien en el secundario como un lugar que cuando lo terminaran pudieran vivir de eso que estudiaron. Por eso A. y yo estudiamos industrial y F. el profesional.
No, no siento que mis hijos están en deuda. Lo hice con gusto. Me sentiría yo en deuda si no le pudiera comprar… porque así como me sentía bien de que mi suegro me ayudaba también me sentía bien de yo poder ayudar. Era fruto del trabajo después de haber empezado de cero. Creo que para comprar los primeros paquetes de lana, también el abuelo me había dado 1000 dólares para la suerte y mi socia había puesto 1000 dólares. El padre le había dado 1000 dólares para mandar a tejer los primeros pulóveres.
No, no tenía miedo de fracasar porque una vez que me lo dio para hacer un emprendimiento me puedo equivocar.
Darío Glozman, Buenos Aires, 1948. Se crió en el barrio de Parque Centenario, emigró a Israel en la adolescencia y a su regreso a la Argentina en 1969 se casó y tuvo tres hijos. Estudió ingeniería textil y se dedicó a la fabricación de ropa para mujer y moda.
Martín Glozman, Buenos Aires, 1979. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Escritura creativa por la Untref. Publicó los libros Salir del Ghetto, Help a mí, No hay cien años y Documento de María. Actualmente lleva adelante el proyecto La copa del árbol. Dicta talleres de escritura académica en la Universidad Nacional General Sarmiento.