ACERCA DE UN LIBRO SOBRE EL DIÁLOGO
Comencé a leer un Libro sobre el diálogo antes de que Martín me lo diera, quizás incluso antes de que empezara a escribirlo. Empecé a leerlo hace ya casi unos diez años, cuando conocí a Martín y fui aprendiendo con él que el diálogo no era sólo un modo de comunicarse sino un medio constitutivo del vínculo entre las personas y constitutivo de las personas como sujetos.
Este libro, me parece, es apenas una parte, y una parte en construcción, de lo que el diálogo significa para Martín, pero esboza, con un recorrido que es el viaje de un peregrino, la meditación de un caminante, el núcleo de una filosofía que viene desarrollando en toda su escritura. Y ese núcleo es, creo, lo que él llama “pensar la relación con el otre amorosamente”. Pero además pensarla desde la literatura, o simplemente, quizás, desde la escritura, porque, como decía Barthes, “la escritura no se somete al requisito de la verdad”.
El diálogo, justamente, del que habla este libro, tiene sus raíces en el concepto de polifonía que propone Bajtín, un autor del que Martín puede dar cátedra y que desarrolla la idea de una pluralidad de voces que debe regirse por el principio de horizontalidad, de una coexistencia de voces sin jerarquías. Condice con esa idea el modo en que se articula el libro, que como decía recién es la escritura de un peregrino que narra su viaje y, por lo tanto, su encuentro con otras voces.
Hace un tiempo, cuando este libro ya estaba en edición, creo, Martín me contó que estaba leyendo Diarios de Viaje, de Matsuo Bashō, que luego yo leí gracias a él. No sé cómo llegó Martín al libro de Bashō, pero para mí es evidente la sintonía entre ambos, escritos con cuatro o cinco siglos de diferencia. Hay en este libro, como en el del maestro del haiku, una reflexión sobre el diálogo que es una reflexión sobre el encuentro con el otro. Por eso no me parece casual que el ensayo teórico esté articulado en un viaje de múltiples escalas, de múltiples encuentros con los que Martín construye una escritura polifónica, esencialmente dialógica y explícitamente, diría, anti-monológica.
En este viaje, que es la deriva de un peregrino no en busca de una verdad sagrada sino de un encuentro sagrado, que es el encuentro con el otre y, en consecuencia, el encuentro con une –Martín elige el inclusivo—, se traza el mapa de un territorio en plena exploración, el del reconocimiento de la alteridad.
No me parece casual, tampoco, que si bien el libro se afirma en el pensamiento de Bajtín también se aproxime, sin nombrarlo, al pensamiento de Lévinas, que piensa también en la posibilidad de un encuentro más allá del diálogo.
Martín propone aceptar la trascendencia del otre, permanecer frente al otre incluso sin un movimiento de reflexión, mirarlo a la cara, emprender un proceso paulatino en el que la observación tenga un papel fundamental.
Lévinas, por su parte, cuando se pregunta, luego del Holocausto, qué hacer frente a un conflicto insoluble, plantea que la respuesta es ir hacia el otro, ahí en donde es verdaderamente otro, en la contradicción radical de su alteridad. “Una aproximación sin proyecto definido, una nueva espiritualidad dada por la proximidad, sin diálogo, casi parecida al sueño”, dice Lévinas, y resume ese esfuerzo como “el duro trabajo de sí”.
Eso que para Martín es un proceso paulatino en el que la observación tiene un papel preponderante, para Lévinas es la proximidad entre personas. Creo que ambos coinciden en que si bien ninguno sabe qué saldrá de eso, eso es una responsabilidad ética que debemos asumir.
Dice Martín: “La idea de que el diálogo es la salida universal no tiene tanto que ver con una democracia del consenso, sino con una idea del diálogo que dice que pese a todo hay que ir al frente a encontrarse con el otre…”.
Dice Lévinas: “En ciertos conflictos la persuasión es violencia”.
Dice Martín: “La palabra no es suficiente. No”. Y poco después: “Las palabras fluyen como el mar de poesía. Todo lo demás es herrumbre”.
Es decir, entonces, que si la palabra no es suficiente el encuentro con el otro se completa con la herrumbre, con aquello que queda como resabio o como despojo o como podredumbre, con aquello que está, incluso, más allá del lenguaje, aun cuando el lenguaje, volviendo a Barthes, no sirva para comunicar sino, sencillamente, para existir.
Lo que Martín desarrolla, en este libro, es la necesidad del encuentro con el otro para existir, un otro que al ser mirado como otro nos devela el secreto de la hermandad. Esta idea de la fraternidad en la diferencia recorre el libro y se enfatiza en cada una de las escalas, en cada uno de los encuentros que allí se narran.
“Le dije a mi primo que lo quería mucho y que era un hermano para mí; se levantó, nos abrazamos llorando, enteramente”, escribe Martín. Y aparece aquí, para mí, el haiku de Bashō cuando se despide de un viejo amigo en Nara: “Nos despedimos/ como puntas del asta/ de un mismo ciervo”.
En Jerusalén, en Treblinka, en Lisboa, en Petra o en Madrid suceden encuentros en los que Martín se detiene a mirar al otro, incluso en el desencuentro, o quizás allí más aún. Y, en definitiva, en esa observación lo que se observa es uno mismo, porque el diálogo —leemos— es primero consigo mismo.
“En Polonia me voy a encontrar con mi media naranja. Es mucho más que eso. Es mi espejo de la existencia. Mi árbol pareja”, dice (otra coincidencia con Bashō, también, quien toma su nombre de un árbol). El otro no sólo como constitutivo de uno sino como posibilidad de ramificación, de multiplicación. El otro como constitutivo de la polifonía en la que soy y adquiero sentido, para mí y para el otro.
Pero lo que Martín propone, literalmente, es “un ejercicio exegético de restitución de la experiencia del otre a través de la palabra”. Es decir, restituir la experiencia del otre a través de una experiencia de lectura. Pero como la exégesis, si bien puede aplicarse a una explicación o interpretación de un texto cualquiera, es primero la interpretación de un texto sagrado puede desprenderse del texto de Martín que la experiencia del otre es o debe ser para uno sagrada. No como objeto de veneración, sino como sujeto en el que reconocemos aquello que nos antecede. Producir una exégesis de restitución a través de la palabra para constituirnos en la experiencia del otro, que nos antecede no en términos históricos sino morales puesto que nos entrega una responsabilidad, un deber ético respecto del reconocimiento de su alteridad.
“Dialogo con tu experiencia desde la mía y la transformo”, dice Martin, y dice así, también, “me transformo”, o más precisamente, “nos transformamos”.
Sin embargo, llega un momento del viaje en el que Martín señala que “hay algo que no cierra”. Y claro, no hay modo de cerrar lo que el diálogo abre, porque lo que se inicia allí es un proceso indefinido en donde se pone en juego esa herrumbre que es también la fragilidad, algo sobre lo que el libro vuelve una y otra vez, con especial énfasis en la fragilidad del varón, pero que es la fragilidad que busca redimirse también en el encuentro.
Dice Martín que “este libro es un gran desierto que se recorre con oraciones y palabras”. Yo diría que este libro nos hace sentir vulnerables como lo hace el desierto, es todo lo contrario a un oasis o a un puerto seguro, es el relato de un viaje que nos obliga a pensar en nuestra fragilidad para reconocer la dimensión constitutiva de lo que, parafraseando a Martín, podríamos llamar el diálogo amoroso con el otro.
Iair Kon es escritor, traductor y documentalista. Publicó las novelas Tren eléctrico y Ficus, tradujo obras de Marcel Schwob, Honoré de Balzac y Paul Virilio, entre otros, y dirigió los documentales La fraternidad del desierto, Iglesia latinoamericana: la opción por los pobres y Palimpsestos, sobre los manuscritos de Susana Thénon. Es magíster en Escritura Creativa (Untref), máster en literatura francesa (Universidad de París 8) y licenciado en Ciencias de la Comunicación Social (UBA). Enseña realización documental, escritura y periodismo en la Universidad de Buenos Aires, la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) y la Universidad de La Punta. Fue becario del Centro Nacional del Libro de Francia.