TRAMA ABIERTA
Leo un trabajo sobre el riesgo, un elogio, un afán por vivir como si no estuviésemos muertxs. La autora interpela a esa forma zombie que ha tomado sin más nuestros días, pese a que La vida se ofrece a nosotrxs tramada de riesgos, intuiciones y pasiones ignotas.
Esta lectura a la que me fui entregando en los días de mayo es una experiencia conmovedora. Cada vez que levanto la vista del libro, estoy agitada, pero no es una interrupción, es la lengua de mi cuerpo en el aire lo que también conversa, somos tantas. En la respiración del texto imagino a su traductora; aprecio su desborde, el temblor, su balbuceo, la sed. Atiendo a esa suerte de alquimia que ocurre en el pasaje de una lengua a otra. Ahora pienso en la autora, en la inquietud de darse a las voces íntimas e inúmeras que le habitan; sí, pienso en Anne, en Anne Douformantelle entrando decidida en el mar, y ahogándose al salvar a los niños.
Pero eso ocurrió tiempo después de la escritura de este libro, me digo ¿por qué se mezclan los tiempos? y aún ¿por qué querría desmezclarlos? ¿desde cuándo el tiempo es una experiencia lineal en mi vida? Ey, vamos, su letra es más que un oleaje en la orilla, es una materia incandescente como los mares de lava danzando sobre las cosas. Ahora siento su disposición de amante, imagino la escucha con la que supo hospedarse a sí misma en esa zona donde nunca se sabe quiénes somos. Acaso sea eso escribir. Ahora la veo suspendida como una buena equilibrista, dichosa de un no saber, de un no saber a la manera de un estar en lo abierto: un habitar lo abierto, una invitación real a permanecer entre lenguas.
¿Podremos tomar esa invitación? ¿explorar las texturas del riesgo y en esa pasión que hace a la letra, transustanciar los egos como quienes se arrojan al mar para salvarse?
Pienso en tu libro Martín, en Salir del Ghetto, en cómo habrá sido la piel de la voz en su temblor ante las formas del riesgo y su exilio; pienso en esa extranjería permanente a la que nos convoca cada vez la palabra.
A modo de obertura, para Elogio del riesgo, Anne abrió con un verso de Platón:
El riesgo es bello
y debajo a la manera de un diálogo, Kierkegaard contesta:
El instante de la decisión es una locura.
*
Arrojarse al mar del ego como una escritura de la que se quiere trascender para salvarse con el otre, más allá de la historia personal. Vivir lo abierto de voces y fantasmas que parecen ir más allá de los límites de la vida y la muerte, espacio al que se visita y que genera angustia, donde hay necesidad de preguntarse quién somos, y no poder definir.
Sufrir esa abertura que no se opone a nada ni a todo, o a un otre con quien hubiera que discutir sobre algo. Organizar lo propio en oposición a lo ajeno es un camino común, una tendencia. La intimidad es redonda, cita Cirlot en la Conferencia que me referías el sábado en nuestro almuerzo acerca del cuidado de sí.
Durante la mañana pensé en el riesgo. Me llevó tiempo la evocación. Pensé en muchas acepciones. El riesgo del decir veraz de Foucault. Pero también el riesgo de hablar con el otre, involucrase, intercambiar el credo propio, los relatos, las tramas, miedo a perder algo, ahogarse en el río. Por qué asumimos riesgos, por qué nos hace eso inestables.
Son voces complejas que abren a otros interrogantes. Hacerse amigue de la imagen propia. Poder volver al instante del pecado de la diferencia, hacerse cargo para hablar de eso, y si hace falta recibir las culpas. Pero es posible preguntar si el que juzga también está haciendo su proceso, ¿se hace cargo?
Valoro la amistad, mares abiertos donde las voces cuerpo circulan. Tramar una voz que es sentimiento, vida y afecto. Apertura en los ríos difíciles. Cruzar orillas. Sanación de la herida.
Voz apurada por hilar el sentido. Buscar en esta trama la calma.
Fui al jardín
Sentí el perfume de las rosas
una vida nos entrama
los muertos se liberan
yo recuerdo a mi abuela
y vuelvo a sentir
la herida que cura
ayer mencioné al médico homeópata
algo de Quirón, vinculado en la astrología
con aquello que nos permite curar con lo que enferma
escribir como una metáfora que siembra en el jardín recorridos del espíritu
un entramado como un tapiz en un desierto
en una carpa
un encuentro
fugaz
como el oro
en polvo
cae de las manos
igual que la arena
en una vasija
también dorada
la fe
la confianza en el otre
es conmovedora
Vane ayer escribí un texto desde un lugar de angustia que pensé que por ahí te podía compartir mientras esperaba que vos me escribieras. Tu texto cambió mucho el giro de lo anterior. No sé si me animo a compartirlo. Es poco armónico, siento. Decía allí que mi deseo no se realiza, sino el deseo del otre y que eso era causa de dolor, separación y sufrimiento.
Me animo a copiarte lo que escribí ayer porque siento que me realiza en la posibilidad de hablar de lo que duele y que explica desde una entrada posible la sensación de que estoy al revés.
“1
Es lunes, son las 12 del mediodía pasadas, me toma una suerte de angustia en la que siento que hay una barcaza que se hunde y que no tengo registros de seguridad. Solo puedo escribir de esto y de esto es de lo que tengo necesidad de escribir, pues una desconfianza me acecha también, sobre mí y sobre les otres.
Es un hueco en el esternón por donde se hunde un barco y yo mientras tanto trabajo en el escritorio. No sé si puedo hacer ajustes externos, cuáles. Siento que sí.
Pienso en la falla interna y constitutiva del deseo. No deseo yo sino les otres.”
Vi recién la charla de la presentación de mi libro sobre el dialogo en Familias y Parejas. Fui de frente con el tema de incluir lo excluido y esa fue la posición en la que quedé. El grupo habló de la violencia y sentí que hablaban sin explicitarlo de la interacción que estábamos teniendo. Es una visión muy difícil. Por ahí requiere de más contexto para que se pueda transmitir. Creo que no estaba conectado y no pude tomar en cuenta las advertencias para dialogar con eso en tiempo presente. Seguí solo con mi discurso, como si hubiera subestimado lo que me decían sin entenderlo.
Comparto con vos, Vane.
Martín, esto que articulás entre el cuidado de sí y el intercambio de credos propios, o lo que bien podríamos llamar relatos de sí, me lleva a contar que una vez tuve un amor delicado. Ese amor me recordaba día a día los riesgos a los que no iba a atreverme. Ella, vamos a llamarla Tsu, decía con su manera suave de interpelarme que cuando estamos frente a una amada contamos la historia de nuestras vidas de un modo distinto a la última vez que amamos. Me parecía escuchar entonces que hablaba de una suerte de compulsión amorosa por relatarse; una manera errática y siempre nómade. Cierta noche me confió que antes de conocernos había querido imaginar el momento futuro en el cual ella volviera a hablar de sí con el corazón abierto. Finalmente dijo que no había podido imaginarlo, porque faltaba del cuerpo la agalma que causa a un decir, o la que nos causa a hablar o en un tropiezo a besarse en un gesto imprudente que acalla las bocas. Pero quizá, también pudo querer franquearme que lo no imaginado se hizo sentir en ella como un vacío en el centro de su cuerpo, y que ese vacío doloroso no fue menos verdadero que las palabras con las que me contó algunos fragmentos de su historia, que brillaban incesantes el día que nos conocimos.
Había una felicidad, una exaltación que iba enhebrando las escenas. ¿Por qué tanto fulgor en su decir? ¿por qué semejante encantamiento? ¿sólo porque ahora había una destinataria encarnando el vacío? ¿una destinataria para cada una?
En el tiempo de la separación me pregunté tantas veces cómo habríamos de contar la vida sin una escucha destinada y delicada como la que supimos darnos. Una respuesta que entonces creí encontrar fue: será otra vez su cuerpo doliendo como un vacío, en ella o en mí.
Pero el tiempo desmorona las respuestas y trae afirmaciones o hechos que redoblan las cosas que no siempre suenan como campanas: una tarde en Palermo encontré en la enorme mesa de la Librería del Pasaje una novedad firmada con su nombre (para nosotrxs Tsu) La novedad es un libro sobre su vida. Al azar, horadándose el cuerpo a la altura del esternón (porque también allí hay una boca y su lengua brama) lo tomé y lo abrí para leer a modo oracular el I Ching compuesto por quien fuera mi amor-delicado. Hay que cerrar los ojos para llevar a cabo esas proezas, apretarlos fuerte y sostenido como en un deseo y dejar caer el índice en la página, para clavarla como a una mariposa en su alfiler y así ver dónde el destino que no es destinatario quiere mostrar la lanza que sangra. Así fue que dí con un texto dispuesto con las mismas palabras con las que me había hablado y contado un fragmento de su historia, una noche de otoño, tantos años atrás.
Ya ves, lo nómade quedó capturado.
Pienso que todxs nos contamos distinto hasta que nos repetimos sin fin. La diferencia será entonces una aguja en el pajar, y encontrarle, será como despertar.
Hay un modo del encuentro que es el destiempo. Todo puede ser una gran tontera a su lado; a la vez, son los modos del amor y del vacío los que empujan escribir. Una escritura así es un riesgo a considerar.
Digo, vuelvo a mi amor claudicado: nunca hubo interferencias entre nosotras: de su vacío al mío sólo una buena cantidad de páginas escritas que aún no leí.
Hoy rehago mis votos: leer es otro riesgo necesario.
Dos cosas:
- Al respecto de lo que planteás como exclusión:
Me gusta cómo lo insinúa M.S.C. en Inclúyanme afuera. En el mejor de los casos, para mí, esa figura topológica funciona en cada quien así, o también asá: Exclúyanme adentro (como si cada unx se lo dijera a sí mismx, a sabiendas que un sí mismx es siempre un cúmulo de infinitas voces, una multiplicidad vibrante. Hacerse escuchar entre infinitas voces es un trabajo que vale la pena. -acentúo pena porque siempre duele-)
- La intimidad es redonda <3
*
Es la escritura una danza entre el azar del sentido y los cuerpos del otre, que se mueven, van y vienen, desean en la forma del encuentro.
Uno es uno y sus circunstancias. Yo no estoy en paz. Vacío el sentido, encuentro dónde está el otre, y me dejo llevar en esta noche plena de abundancias, el fuego, una copa, aceitunas, y mi pipa. Abro y convoco el ritual de los espíritus. Me siento bien encerrado en esta apertura que busca atonar con el sentido común.
Sobre Sun Tzu escribí ayer en unas notas sobre la charla que comentaba. En la filosofía de la guerra menta el azar de todo, los miles de relatos, los miles de aspectos a tener en cuenta, las variables infinitas y sus puntos de vista en la mesa redonda de oficiales antes de una batalla.
Vacío es el final, vacío es el principio.
Ahumada la verdad queda en los pechos palpitantes de la noche, las estrellas, el frio cala del otoño, honda es la experiencia compartida. Tener una amiga, tener una amante, tener una piel que refiere el absoluto que se comunica con el otre dejando huella para nuevos destinatarios. Absoluto el encuentro metafísico de huellas en la casa vacía de la noche. Absoluto el cielo estrellado.
En la filosofía de Sun Tzu todo es posible, pero gana el que tiene tao.
Con eso quiero decir que hay una ética. Profunda. Que se puede aplicar en pequeñas cosas del día a día, discutibles, imperfectas, pero que la ética es guerrera, había una vez un hombre que fue a cazar su presa con arco y flecha, y cuando la vio la mató, directo al corazón, ese emblema de la armadura, es un símbolo de la carne del otre, la carne de Cristo, con eso quiero decir, el emblema del corazón, ya no hay palabra, es una carne que se comparte, es la vida palpitante en los confines donde empieza la muerte, en esta ventana, donde todes están reunidos. El lenguaje inclusivo de les muertes. Y les vives. Nosotres. Ustedes y nosotres.
Se cortó ahí, me acordé de las cartas de San Antonio Abad.
“Hay un modo del encuentro que puede ser el destiempo”. Qué amable, qué abierta concebir que el desencuentro es una forma amable que todos vivimos, que está presente, verla de frente. Como el infierno de la conexión.
Vacío el pecho de tu amada que habló de corazón. ¿Qué es el destino? ¿El azar del I Ching que designa lanzas sangrantes parece indicar el azar de la vida también como destino? Qué es el destino profundo sino una construcción paso a paso, arbitraria, llena de decisiones “que son la locura”. Tu vacío, mi vacío, su vacío, se conectan por ahí en la plenitud del corazón sangrante, en el calor del ambiente, el hogar, los cuerpos, la temperatura mamífera del amor. Y un discurso que nos conecte, un contexto, una construcción que es social y colectiva, camino, las huellas que nos unan.
Existencial el vacío no es una falta sino una plenitud interrumpida. Existencial, el vacío, es la única posibilidad de existir. ¿Qué vende usted? ¿Conectar con eso? ¿Y cuánto sale? ¿Cuánto se puede perder en ese negocio?
Correspondencia.
*
Sí. Encuentro correspondencia: Creería que la angustia es una variación de lo onírico.
Contar la angustia: veo y escucho tu barco hundirse en el pecho. Sí, es un ramalazo a lo Pizarnik. Sí, tiene la cadencia de los sueños narrados al despertar, anotados a la ligera como quien trata de atrapar un fantasma. Martín, los sueños que la angustia enhebra se asemejan a una lengua divina y oracular. Así se manifiesta el afecto que angosta la voz y estrecha el camino cuando se va a dar el paso; su latido es como una patada al espejo en un cuarto pequeñísimo; el movimiento ha de ser preciso, desobediente: la angustia tiene un corazón valiente, siempre anda precipitando las cosas, y ya ves, después del golpe de gracia que el pie arremetió contra el espejo (en el que nos miramos con ardor) habrá un tris del yo que despierta entre las trizas de partículas estalladas que obligan a entrecerrar los ojos; un franco desaire al capitalismo, la meritocracia nos deshecha fuera del compost. Debiéramos confiarle nuestros afanes a nuestros sueños más hondos y hundidos, vos viste, no es que proponga en estas líneas ejercitarnos en la angustia, tampoco busco una apología del dolor, pero las texturas de la angustia son infinitas, anómalas, bellamente deformes. Si se pudiera atender, si pudiéramos experienciar ese tempo del paisaje lunar, esa extranjería crepuscular y silente, si se pudiera atender a eso que exuda la voz que espera, y seca o quita la voz que desespera, si pudiéramos, en vez de atender al llanto infante del yo, ese tristísimo desamparo, ese dolor ceñido, ay… creo, querido amigo, que seríamos más angélicos que terrenos, más mamíferos que civiles. Lo digo en el sentido de animarse a una lengua diversa, animarse al riesgo de una lengua enoquiana.
¡Enoc! Bendícenxs
(Enoc a quien Dios llevó con Él, para evitarle la muerte y su dolor terreno, fue bisabuelo de Noé y su arca salvífica. Cuentan que recién nacido abrió los ojos y todo el lugar se iluminó con su mirada. Siempre creyeron que no era humano.)
MD escribe en su Estrella negra: Me imagino que la muerte es dolorosa. No puede ser de otra manera esa salida del cuerpo, cruzar la materia.
Para la tradición cristiana el cuerpo y su carne gestan el pecado de corromperse en el sentido único de perecer: morir sin trascender.
El placer y la alegría vital no son el problema, sólo es un déficit que con dificultad y agradecimiento se alcanza, se salda.
Las cuentas deben ser claras.
El pecado es la tristeza, un dolor por no recibir la Vida que siempre es un desborde porque el cuenco no la contiene.
La neurosis de ser para la posteridad es hija del Capital.
Has de tener la mente en el Cielo y los ojos en la Tierra, dice Pío de Pietrelcina. Tu deber siempre será Político, esto nos implica con otrxs y nos amasa en el barro.
Lxs cuerpxs son inúmeros en su alegría.
Como dijo Macedonio Con tanta postergación me quedo sin posteridad (lo último que quiso el bueno de Macedonio era tener lectores que le amemos hasta el final de los días, -esos días oscuros que nos prometió Fátima, cuando urja tapear y cerrar ventanas para no vernos espantados rogándonos desde afuera y queriendo entrar-).
Amigo, el futuro es hoy.
MIRO EL FUEGO. ESTOY VACIO DE PENSAMIENTOS. LLENO DE EMOCIÓN.
PIENSO EN LA MUERTE, ES PARA MI UNA DICHA QUE ESPERO. AMO LA MUERTE. ENTIENDO EL DOLOR. YO SIENTO MUCHO DOLOR. Y MUCHO MIEDO. TENGO MIEDO A CONECTAR CON OTRES. POR ESO DESPLAZO LA MIRADA AL SALUDAR A MIS VECINOS. ESO ME GENERA DOLOR. LA MUERTE ES EL ALIVIO QUE ESPERO. HOY PENSÉ HACER UN CURSO DE PROTOCOLO. NO SÉ CÓMO SON LOS PROTOCOLOS DE LA MESA. NO ME LO ENSEÑARON. QUIERO SABER LAS REGLAS PARA PODER DESPUES JUGAR CON ELLAS#. HAY VANE UN PROTOCOLO INCLUSIVO? Lo escribimos?
DOLOR ES EL QUE ESPERO QUE ME ENSEÑA A CURAR CON EL DIÁLOGO LES OTRES. CÓMO ESCRIBIR CON DOLOR. CÓMO ESCRIBIR SIN DOLOR. LA MUERTE SERÁ DOLOROSA, DOLOROSO ES VIVIR. DOLOROSO ES APRENDER, POR ESO QUEDA SELLADO PARA SIEMPRE. EL ÁRBOL DE LA VIDA ES DOLOR, EL ÁRBOL DE LA VIDA QUE ESCRIBIMOS JUNTES QUE TRASCIENDE LOS LÍMITES DE VIDA Y MUERTE.
EL FUTURO ES HOY, QUERIDA AMIGA. EL ÁRBOL DE LA VIDA SE ESTÁ ESCRIBIENDO AHORA, EN ESTA OBRA. NO SÉ QUÉ PASARÁ DESPUÉS. SI PASARÍAMOS A LA POSTERIDAD. TRASENDER A LA MUERTE, UNA ANGUSTIA EN MI PECHO, LA PREOCUPACIÓN POR EL DESPUÉS NO ES LIBERTAD. EL GUSTO POR EL PRESENTE ES REALIZACIÓN. Me encuentro a mí mismo en la cura a través de la palabra, los pequeños espacios que se logran en la interlocución con el otro/a. Sin eso estoy en pena, en la angustia, ni si quiera sé cómo hablar de eso. Hay una batalla por lo propio, esos espacios, que son tesoros que se justifican por sí mismos. El deseo, Vane. Ese peso que cae solo como la manzana del Edén. Al contrario de la venta, como la agalma, brilla por sí mismo. Pero, ¿cuando se está fuera de su línea como se recorre la senda hasta que aparece? El individuo, la sociedad. ¿Qué es la perversión, es eso que está afuera del deseo?
La interrupción que hace a la intermitencia donde se conforman les individues en el colectivo que nos abraza y deja libres.
Abrazo la vida que me abraza, aprendo a estar menos solo.
Gracias…
*
A vos.
Hace unos años leí La música del silencio; creo que los libros que me invitan tienen ombligos y supernovas que estallan aquí y fugan por allá. Éste, en particular, llegó en el momento justo, gozando de cierta aura y desborde que chispeaban desde el principio: era un regalo de otro amigo escritor L. S. autor de Una ofrenda musical quien había transitado la experiencia del agradecimiento, acaso de la gratitud, en momentos adversos.
Unos de los ombligos, tremenda espesura de donde brota el deseo como el hongo de su micelio (así describe S. Freud al deseo activo en el ombligo del sueño) es una dicha de vórtice que remite a lo no-reconocido y que invita a la experiencia del silencio, como quien dejase caer los ropajes que amodorró a la palabra, a fin de encontrase en ella y habitarla en su pura extranjería, en su don de lengua divina y babélica.
Te decía que uno de los ombligos de este libro permite una deriva, es como una ebullición en el trabajo de David Steindl-Rast; la pasión mística de este monje benedictino con gran formación budista, más su afán de compartir y trazar un puente que nos conduzca a la suerte de un déjà vu, -más no sea el de facilitar una pista sobre el olvidado, anestesiado o amnésico sentido de pertenencia a lo divino- le posibilitó que brotara desde su recuerdo y su diaria, un poema de Rilke del Libro de las Horas.
El poeta escucha a Dios:
Deja que todo te ocurra, la belleza y el terror. Ningún sentimiento es el último. No dejes que te separen de mí.
Luego, trae otro momento, una suerte de despedida, un saludo a quien se va de viaje:
Cerca está la tierra que se llama vida. La reconocerás por su gravedad. Dame la mano.
Pienso en lxs místicxs, en ese dolor al salirse, desprenderse de ese otro cuerpo, un Cuerpo infinito en Comunión, al que revisitan con el corazón abierto para entrar de nuevo en esta tierra de exilio, cuya gravedad encuentra su mayor expresión, me parece, en las formas extenuantes de la meritocracia obligada.
Exangües lxs unxs y lxs otrxs.
Ahora recuerdo la Sociedad del cansancio de Byun Chul Han (Müdigkeitsgesellschaft, The Burnout Society: Byung-Chul Han in Seoul/Berlin (2015) Dirigido por Issabella Gresser.)
Es un video documental acá comparto el link https://youtu.be/Sa0PA1pmsfk
¿Cuánto más se puede aguantar así?
Habrá que despellejarse la piel del amo, que ha ungido con esa brea viscosa nuestrxs cuerpxs y el lenguaje. La lengua híbrida que produce es una información reverberante y compulsiva. Por eso el silencio, su música, su viaje-pasaje-trasmutación-transubstanciación es una convulsión necesaria. Seguramente su experiencia no ha de ser serena, porque no deja de ser un partir, un partirse de sí, un despertar después de una larga o al menos intensa anestesia.
Despertar es una variedad del exilio del sí mismo.
Asocio lo que digo a tu barco del inicio y por supuesto, al de Alejandra en su Árbol de Diana:
Explicar con palabras de este mundo
que partió de mi un barco llevándome
El libro que trajo L.S. y mi posibilidad de leerlo, iluminó una sucesión de días que hubieran sido penosos.
Hay un silencio que está hecho de quietud, se asemeja a la danza de la nieve, o sea es una quietud ante el movimiento, una forma de lo sereno, incluso como anotó Severo Sarduy una textura del vacío; pero también hay otro silencio que está hermanado a la desolación, a un quedarse embargadx de sí y fuera de toda hospitalidad.
El libro llega en el mejor momento.
Vos escribís del protocolo en la mesa, sí, siempre me interesaron esas cosas, hay como un buen ballet dirigido, como una danza en conjunto entre comensales; Walser en su Jacob von Gunten es la contrapartida: la danza de los mayordomos. Recuerdo una película increíble de Brothers Quay, Instituto Benjamenta, o ese sueño que se llama vida humana (1995), ahora sólo tengo varios fragmentos, lamentablemente el film completo ya no está disponible. Acá comparto otro link para acercar la atmósfera
http://amamosawalser.blogspot.com/2022/06/institute-benjamenta-or-this-dream.html
Te decía que, en ese tiempo del libro recibido, yo podía pasarme uno o dos días enteros sin comer. Era algo que olvidaba. Claramente estaba triste o mucho más que triste. Mi amiga Geny B. vivía unos pisos más arriba y todas las noches, tarde, bajaba con su pareja -él es un gran cocinero- y acercaba algún pequeño y delicioso plato para compartir.
El amor entre amigxs siempre tiene un corazón atento a la vida. Un velar por el cuidado de sí que también es el cuidado del otrx.
Entonces, en esos días desbordados, sin cuerpo, encuentro este párrafo:
Aún cuando comas en total soledad, estás comiendo en comunión con todos. La comida es siempre una comunión, una celebración con todos aquellos que trabajaron para darte ese alimento y con todos los demás que comen sobre la faz de la tierra.
Algo me pasó con esa idea.
Nunca había experimentado lo comunitario en la ausencia.
No había sentido que todo lo que ocurre a un mismo tiempo, de alguna manera nos hermana.
Pensé en la gente que se juntaba a diario a la vuelta de casa, todxs iban llegando y se concentraban en una de las veredas laterales del Hospital Pirovano. El puñado de gente que organizaba venían en una combi con ollas de comida caliente para compartir con quienes les esperaban desde la tarde y en ese encuentro se entremezclaba el silencio y la compañía.
Para esos días pensé el ayuno con la idea que había acercado el monje. Cada vez que no comas, me dije, estarás ayunando con quienes no comen o con quienes no tienen para comer.
Compartirás entonces la ausencia del pan.
Así lo humano en lo animal comparte el pan que ayuna y las infinitas maneras con que se nombra la ausencia.
La idea de compartir la ausencia dio lugar a la escritura de La lengua del desierto. Esa frase en itálica, es uno de los ombligos de mi libro.
Bien sé que ese trabajo lo debo por entero a lxs amigxs.
Si acaso hay Elogio del riesgo es porque la vida nos excede.
La emoción siempre embarga y el buen silencio puede ser uno de los destinos.
Te dejo la posta con esta frase de lxs xadres del desierto
Recuerda que eres extranjerx todos los días.
No sea que un viento quemante y violento destruya los frutos.
Un abrazo
ph Maria Mascheroni
Durante los días que han pasado recordé en varios momentos la historia de mi abuelo Salomón, y surgió contar en diferentes conversaciones que luego de la guerra, liberados los campos de concentración, él junto con quien fue luego su segunda mujer, mi abuela, mi bisabuela y un socio compañero del campo, hicieron un comedor en un departamento de un edificio en Lublin. Con las puertas de la casa hicieron las mesas y con unas tablas las sillas. Les sobrevivientes se juntaban a comer, y pensar juntos los pasos siguientes, contar las noticias y lo que habían pasado. Mi abuela y mi bisabuela cocinaban las comidas judías tradicionales.
Esta semana hablé con mi mamá sobre algo de lo que ella nunca había hablado. La sensación de desconexión que sentía en su infancia. Por la noche, al llegar a la casa, mi abuela le daba un beso, ya durante el sueño. Su perfume y el rastro del lápiz labial eran el signo de su presencia, en una casa de sobrevivientes.
La advertencia de recordar ser extranjero me deja helado. Sobre todo, por no perder los frutos bajo un viento quemante. Con los frutos no sé si refiere a lo terreno o a la esfera del silencio y el espíritu… Y veo que ambos van conectados. En el punto donde se reúnen les otres y logramos sostener una realidad social que nos permite vivir.
En la carpa del desierto compartimos una comida. Lo que nos ha dejado allí puede ser una experiencia del dolor. Una ansiedad en la que la meritocracia da en el punto justo.
De esta orilla de la carpa, es la desconexión el punto de fuga que busca instrumentar a través de la palabra una vuelta a la conexión. No puede sino decir de eso, y por ahí se vuelve instrumento.
A veces pensé que era la experiencia del trauma que se repite… Pienso, por la historia de mi abuelo, y la desconexión de mi mamá.
Es verdad el silencio. Contemplativo, plácido, no deja de ser verdad el dolor. Que se instaura en la brecha del mundo. Dolor en el mundo que abre a la multiplicidad. Mientras nos buscamos.
En el fondo, todo se resume al vacío, vacío que se abre a la otredad, y que nos pone en la diferencia, porque cada une tiene su propio vacío, en la escena social. Donde el deseo se ve con otros caprichos, formas del poder que bailan también en la fiesta.
Me gusta lo que escribís y su trabajo de intertextualidad. Tenés una mirada que me resulta muy piadosa porque se toma el tiempo de valorar el silencio, es respetuosa de la experiencia. En ese sentido yo me siento muy bien con tu mirada, da cobijo a mi exigencia, que es tumultuosa.
Aun no estoy en paz, como te decía, respecto de la escena que me genera el dolor, como te decía también.
Es en la honestidad donde encuentro un valor que me rescata. En relación al decir veraz de Foucault, también vinculado con el cuidado de sí, en la figura del parresiasta, que asume un riesgo.
En ese sentido vuelvo a conectar con el miedo de perder los frutos. ¿Cuáles son, los terrenales y sociales, o los del alma? Y cómo se diferencian si son frutos del trabajo.
Veo que el entramado de las redes sociales nos pone en esta tensión. Hasta dónde apartarse o hasta dónde nos aparta nuestra forma de ser, y cómo sentirnos en un contexto que valora la cantidad de seguidores como una virtud.
No como juicio de valor, sino por los engranajes y resortes que tener seguidores implica. Con esos engranajes estamos dialogando. El contexto en que escribimos.
Valorar aquí el silencio, en el ruido que apabulla. Referenciarse aquí con los xadres del desierto.
Yo me veo conectado con mi abuelo, ligado al Talmud.
En ese silencio hueco que me deja la falta de hebreo, y pleno de una moral de sobreviviente.
Estoy leyendo un libro que me regaló A.B, El niño de Ingolstadt, de Pascal Quignard.
Hace mucho no me interpelaba tanto una lectura y creo que es porque es un libro que piensa muy bien el tema de la exclusión, narra poéticamente un pensamiento que se desprende desde allí. Como latigazos de palabra llega a mi pecho, y golpea justo donde el barco se hunde, avivando su fuego y prendiéndolo llama, en un movimiento que es vitalidad. La soledad sigue allí después. La conexión a través de la palabra durante.
Creo que es el transcurrir de la vida que acontece y se realiza. El diálogo me parece una ceremonia, es el momento de la comunión. La palabra como el pan de Cristo. Eso decía Berdiaiev, un teólogo ruso, lector de Dostoiveski, respecto de la Confesión. Dar el pan al otrx. Momentos de liberación, donde trabajamos.
Este es el Pan, Vane, que estamos compartiendo.
Vanesa Guerra es escritora y psicoanalista. Algunas publicaciones: La lengua del desierto- notas. Colección Agalma- dirección Alejandro Schmidt. Buena Vista Editora. Córdoba 2020. Con Beca de Circulación y Promoción 2019 del Fondo Nacional de las Artes. Walser, traductor del limbo. Un ensayo. Bajo la luna, 2017. Buenos Aires. Síndrome del Montón (novela). El 8vo Loco y Tren en Movimiento Editores, #ColeccionFueradeSerie Argentina, 2016. (Novela Finalista en La Resistencia Editorial Alfaguara y elFoco.com, México 2001) Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo (novela) Editorial Bajo La luna, 2012. Buenos Aires. La sombra del animal (relatos) Bajo La luna, 2008 – Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes; Argentina 2007. Metáforas del lunar conyugal (relatos) Colección La Buena Pipa. Editorial Nueva Generación, 2000. Buenos Aires. Próxima publicación: Dónde tienen la boca estos peluditos? Libro de cuentos con primera mención de honor en FNA 2019. A partir de Julio de 2021, codirige junto a Daniela Mac Auliffe la Colección Agalma de poesía y ensayo. Buena Vista Editora, Córdoba.
Martín Glozman (Buenos Aires, 1979) es Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Escritura Creativa por la UNTREF. Publicó los libros Salir del Ghetto, Help a mí, No hay cien años, Documento de María y Un libro sobre el diálogo (Buena Vista Editora, Colección Agalma, 2022). Es coordinador general de La copa del árbol donde desarrolla además talleres de escritura. Trabaja en Prácticas Dialógicas.