NOTAS A ESTRELLA NEGRA DE MARIANA DOCAMPO
UNA PRESENTACIÓN
Hay un dístico sufi que en traducción al español se deja escuchar así:
Cuando se muestra ante mi,
todo mi ser es mirada
Cada vez que vuelvo sobre estos versos, me pregunto qué se ha manifestado, qué ha sido dado a visión para que todo un cuerpo y un alma trasmuten a un ser que solo es mirada.
Pienso en algunas imágenes que tratan de acercar la experiencia:
el cordero apocalíptico y sus siete ojos en la cabeza;
el carro de Ezequiel, movido por la infinidad de ojos que ruedan;
o el serafín colmado de ojos que desbordan su figura, como si todo lo que compone la escena necesitara ojos, ante el Ser Resplandeciente.
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En una de las miniaturas que retrata a Hildegard von Bingen recibiendo la visión al tiempo que volcándola en una tablilla de cera, su cabeza arde en llamas.
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Estrella negra comienza con una escena de infancia.
La infancia siempre es propicia para recibir al ángel que franquea las puertas de la percepción; tal vez, porque en ese tiempo inaugural, la lengua está abierta y se asemeja más “al rocío sobre la piel de las uvas” (lo estoy citando a Mario Ortiz) que a la cárcel con la que los nombres ciñen nuestras existencias.
El riesgo de fosilizar así la lengua, de quitarle su hálito e instrumentarla de ese modo brutal, ha sido y sigue siendo el motor para una vida cada vez más tediosa.
La lengua que habita Estrella negra, nos trae remembranzas de la lengua de fuego con la que escribió y visionó Hildegard, o Juan de Patmos, o Gertrud Helfta, o Angela da Foligno o Enoc -entre otros y otras -abducidas por un espíritu en flamas, que insufla e inflama la lengua hasta desbocarla en esa zona mística o profética.
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Recuerdo los días en que Mariana escribió esta novela, ella estaba entregada a meditaciones sin tiempo, como si el día entero fuera un alba.
En esos estados de conciencia abierta, todo nos habla infinitos lenguajes y, como Leopoldina en el cuento de Silvina Ocampo, Mariana regresaba de esos trances acercando a este mundo escuálido, poéticas, restallidos o reverberancias de otra tierra.
Yo tuve la suerte de ir leyéndole.
Los exilios de la casa yoica obligan a caminos angostos, porque el ser en esas otras orillas se expande y luego para cruzar el océano y regresar al lenguaje de todos los días -que dé a ratos se vuelve una herramienta tosca y grosera- tendrá que someterse a una traducción dolorosa, a un empequeñecimiento de sentido,
o bien (y esta es la decisión o la operación de escritura en este trabajo)
saltar el abismo para derramarse sobre el cuerpo de la lengua adormecida, desbordándole en un despertar.
En un guiño macedoniano (me refiero a Macedonio Fernández) se podría puntuar que esa es una lengua reciénvenida.
Lo voy a acentuar: Estrella negra está escrita en lengua reciénvenida.
La textura verbal, la experiencia poética gestada en esa aniquilación del yo, obliga a una experiencia de lectura por fuera del canon capitalista.
A esta novela habrá que leerla por fuera del tiempo, porque por fuera del tiempo ha sido urdida y acaso escrita.
Pienso en las madres y los padres del desierto de Escete.
Era el siglo quinto y ya necesitaban cambiar el mundo.
Ese cambio, que en ellos devendría experiencia: la experiencia del desierto, implicaba abandonar, no solo la familia y el pueblo natal para recluirse en ermitas, sino, por sobre todas las cosas: abandonar la lengua cotidiana para buscar la lengua divina; soltar el reflujo de la lengua materna, atravesar la acidia de quien se exilia, para habitar -finalmente- el olvido de la lengua gastada, con la que ya no podían hablar o escuchar la voz del misterio en la vida.
Por eso necesitaban quitarse la raíz de lo perecedero,
y lo perecedero era el tiempo. El modo de concebir y vivenciar el tiempo.
El tiempo, en lo humano y en la carne que se habita, se anuda en un dispositivo psíquico tan perecedero como es el Yo.
Lo puntúo: El Yo es perecedero. Yo vivo. Yo muero.
Así, en el libro de los Apotegmas del desierto, leemos:
¿Qué es el mundo? El mundo es pensar que aún estamos en este siglo.
O también
Recuerda que eres extranjero todos los días. No sea que un viento quemante y violento destruya los frutos.
Esto es ser extranjero o extranjera en el tiempo.
Eso es No pertenecerle al tiempo.
Estrella negra no pertenece a la aventura terrena, sino que busca el tiempo de la visión, para transcurrir en el tempo de la mirada.
La leemos:
…la madre no soltaba el relato que la calmaba, y la angustia era tan grande como una boca llena de diablos. En la cuna, incendiada por la visión del lobo, pasaba la bebé extáticas horas de silencio. Con los ojos abiertos en plena noche, y mientras todos dormían, se dedicaba a la contemplación del trazo gaseoso. Las cortinas se movían con levedad. Ningún sonido, nadie hablaba; solo ella respiraba. En su interior, un océano se extendía sin fin y desbordaba sobre los contornos. La sombra estaba tendida como un manto sobre ese mar sin sonido (…) Salieron treinta y tres elefantes por las cuencas de sus ojos, y vio la estrella negra. En esa pura interioridad sin lenguaje, abierta al lado inmaterial de lo que existe, la bebé estaba disuelta en las geometrías ….
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Una de las imágenes del serafín sembrado de ojos, de tan magnifica es pavorosa.
Nos trae su aura medieval el ser tomado de visión; sus alas guardan semejanza a las plumas de los faisanes azules. El ser angélico cubre con sus alas un rostro posible -que jamás veremos- pero al mismo tiempo, como en una pesadilla, los ojos se le han multiplicado en las alas, en el cuerpo, en sus pies, en el aura, en el cielo, por doquier los ojos
¡sin parpados que le descansen o le abriguen!
Como una variación, recuerdo los versos que Emerson dedica a Brahama
Si huyes de mi yo soy las alas.
O la variación tremenda de Thómas Mann:
Le perseguiré para que huya de sí mismo hasta el fin del mundo
porque sobre él dirigiré mi rostro para que no sepa donde esconderse.
Ante la visión, solo resta la entrega.
Victoria Cirlot habla de abandono.
Ante la visión solo resta abandonarse, rendirse,
es una apertura tan demoledora que ya no se sabe quién busca a quién,
o si se quiere ya no se sabe quién mira y quién es mirado.
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Al tiempo de una escritura sostenida, Mariana viajó a un paraje en las sierras grandes de Córdoba, y allá consideró el trabajo y a su vuelta me dio el primer manuscrito de lo que hoy es Estrella Negra, que entonces llevaba por título Visión.
Hay algo sobrenatural en la luz de esa luna, contó, algunas noches la luna no me dejaba dormir.
Vuelvo a la novela
“Toco el lenguaje profundo. ¿De dónde llega como a una orilla? ¿de qué otro sitio vendría una luna radiante o apaciguadora? (…) ¿Que divinidad de mil pies me prestaría su aliento en ese borde del mundo?”
En las inmediaciones propicias de quienes tradujeron y nos acercaron a Hildegard, leemos que la mirada fulmina el olvido de la justicia de dios, y que ese olvido de la justicia que podría ampararnos, ha generado el tedio y la infelicidad en nuestros corazones.
Dicho de otra forma, el corazón humano desbordaría en un sentimiento de pertenencia si la luna y los ojos de quien le miran, se hacen uno en la luz que va y viene.
Así, los ojos proyectan luz, agregan luz al objeto, al objeto que también irradia y refracta su propia y ajena luz-.
La mirada entonces es un encuentro.
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Hildegard y sus interlocutores más cercanos y amados: la monja Ricarda y el monje Volmar, habían articulado la luz y la palabra, de tal manera, que la transmutaron a una materia múltiple, terrena y etérea, lumínica y balbuceante: así mientras Hildegard veía la voz que le obligaba a clamar y a escribir, a sus costados, como si ella tuviera otra boca, otros oídos y nuevas manos, los amigos traducían, copiaban y pintaban las visiones, con ardor.
Es esta una comunidad profética del siglo 12.
Les Hildegards, entonces, esa comunidad, traía a los claustros oscuros, códices o libros sagrados con miniaturas iluminadas en sus páginas que refulgían como verdaderas mandorlas o como ventanas a otras dimensiones o planos espirituales, pero aún así, sabían que los colores sólo eran la sombra de la luz absoluta.
Por eso preguntan, una y otra vez, con qué ojos se ve lo sobrenatural, por ejemplo, con qué ojos se deja ver la luz de luna que se le manifiesta a Mariana en sus noches serranas, y que le invita o mejor dicho la empuja a despertarse y a contemplar con cierto temor,
y finalmente a escribir.
Hay un aura antes y después de la mirada, una apertura, una disrupción, como si fuera la lengua de la angustia, siempre tan cercana a una lengua extraterrena y foránea. La mirada entonces también es un extrañamiento, al tiempo que la fortísima experiencia de un encuentro sin par.
La visión, la experiencia mística y profética, trata de eso: de hacer comunión con lo otro en un tiempo fuera del tiempo. En una zona, así le llama Mariana, una zona suspendida fuera de la materia y del lenguaje, una zona oceánica inagotable.
Escribe:
“ Mi cuerpo es minúsculo en el espacio de las estrellas. Y sin embargo la luz irradia desde mi hacia ellos, desde ellos hacia mí. Estamos en la Zona”
Como Tarkovsky, Mariana busca esculpir el tiempo y su Estrella negra emerge como una visión abierta en esa zona del no-tiempo donde la mirada esculpe el encuentro.
Voy cerrando
Creo poder leer en este texto un afán por construir una comunidad nueva; como un tajo salvaje en el tiempo espacio que habitamos, Mariana galopa en la lengua de fuego como quien viene a enlazar mundos, tajeando el látex que ha blindado al lenguaje alejándonos de lo espiritual.
En algunos testimonios de místicas y místicos de todas las épocas, leemos que el descenso de ese encuentro océanico, o la caída de esa pertenencia desbordante, o el retorno al mundo de lo individual, es tan penoso, tan excluyente, tan desnutrido que se le describe como intemperie, desgarro, partición, vida de exilio.
Sin embargo, quienes han experimentado el misterio del encuentro, de alguna manera buscan traducirlo y darlo a compartir, acaso para despertarnos de un olvido que pareciera irreparable, pero que toma la voz de un déjá vú, como si fuera una añoranza de quienes fuimos alguna vez, cuando en la infancia supimos hospedar al ángel de la visión entre sueños.
Así, esta novela es una herramienta posible para activar la mirada entre quien lee y su ángel.
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Para final hago mías estas líneas de Agamben:
No puede tomarse un libro que se ama entre las manos, sin sentir un vuelco en el corazón, ni conocer de veras a una criatura o una cosa sin renacer en ella o con ella.
- El siguiente texto fue leído en la presentación de Estrella Negra de Mariana Docampo, Leteo Edito 2021. En el Museo del Libro y de la Lengua, el 10 de diciembre de 2021
Vanesa Guerra es escritora y psicoanalista. Algunas publicaciones: La lengua del desierto- notas. Colección Agalma- dirección Alejandro Schmidt. Buena Vista Editora. Córdoba 2020. Con Beca de Circulación y Promoción 2019 del Fondo Nacional de las Artes. Walser, traductor del limbo. Un ensayo. Bajo la luna, 2017. Buenos Aires. Síndrome del Montón (novela). El 8vo Loco y Tren en Movimiento Editores, #ColeccionFueradeSerie Argentina, 2016. (Novela Finalista en La Resistencia Editorial Alfaguara y elFoco.com, México 2001) Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo (novela) Editorial Bajo La luna, 2012. Buenos Aires. La sombra del animal (relatos) Bajo La luna, 2008 – Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes; Argentina 2007. Metáforas del lunar conyugal (relatos) Colección La Buena Pipa. Editorial Nueva Generación, 2000. Buenos Aires. Próxima publicación: Dónde tienen la boca estos peluditos? Libro de cuentos con primera mención de honor en FNA 2019. A partir de Julio de 2021, codirige junto a Daniela Mac Auliffe la Colección Agalma de poesía y ensayo. Buena Vista Editora, Córdoba.