Flores de paraíso

El árbol del paraíso. Mariana Docampo

Foto: Salomé Bielsa

EL ÁRBOL DEL PARAÍSO

Mariana Docampo

 

No se puede acceder al árbol del paraíso por ningún camino.  Solamente si estás cerca del ángel podés llegar al árbol.  O si te habías introducido en la selva oscura para buscar a Búho -el gato perdido de A- y llegaste a la puerta de casualidad, entonces entraste.   Arriba de la puerta estaba la inscripción: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”.  Pero entraste.  Ahora estás bajo tierra: adentro de Gaia.

 

 

***

 

Buscamos a Búho.  Le digo a A que creo que es el gatito que vi el día anterior en una calle que queda como a veinte minutos de bici.  Ella me muestra la foto de Búho y se parece.  Pero después me muestra otra foto de Búho y no se parece al que yo vi.

—¿Es como éste o como éste? —pregunto.

A hace una mueca.

—Es así —me dice— y así.

Estoy convencida de que vi a Búho, pero la segunda foto me hace dudar.

—Estaba en la vereda, delante del portón de una casa con jardín —le digo.

—¿Qué vereda?

—Cruzando un puente.

Vamos hacia la derecha ladeando los “Altos de Maschwitz”, y después hacia la izquierda bordeando las vías del tren.  Doblamos otra vez a la derecha, después a la izquierda, seguimos.  Cruzamos un puente que me doy cuenta de que no es el mismo que yo crucé el día anterior, tomamos una diagonal y terminamos totalmente perdidas.  Es el atardecer. Hay una canchita de fútbol vacía y después un paredón.  Un hombre sentado en una reposera nos dice “para allá”.  Vemos charcos. No, le digo a A, volvamos.   Pero ya no sabemos por dónde volver.  Y seguimos por un camino de tierra.  Nos detenemos junto a dos mujeres que llevan unas fuentes tapadas con repasadores.  ¿La 26 es por acá? Uy -se miran-, es lejos mirá, andate para allá, y después para allá.  No, no —dice la otra—, te conviene ir derecho por acá, y después salís para la izquierda.

Le hacemos caso a la segunda.  Yo miro a los costados para ver si aparece Búho, pero no está en ninguna parte.  Lo buscamos sin esperanzas. Y el cielo se pone naranja.

—A mí no me importa estar perdida, ni tengo miedo —le digo a A.

Me caigo de la bici y me golpeo todo el lado derecho.  Nos acercamos a un árbol de la colectora. Es un gran paraíso en medio del asfalto.  Decidimos esperar a que se me pase un poco el dolor del golpe.  Está oscuro.  Solo las luces de un maxi kiosko al fondo de una galería.   Nos da sed, pero nos damos cuenta de que ninguna de las dos trajo la billetera.  Estamos sin plata, y sin documentos.

—Esperá, tengo nueve monedas de diez —me dice A.

Yo busco en mis bolsillos.  Tengo dos monedas de cinco.

—Nos alcanza para una coquita —digo yo.

—Esperá que voy.

Me quedo sola en la noche oscura, con las dos bicicletas apoyadas en el asfalto.  Estoy sentada en la base del árbol del paraíso. Pasa el tiempo.

—¿Cuál es tu sueño?  —me pregunta el ángel al oído.

—Tener un jardín. Vivir en un jardín.

—¿Qué hay en el jardín de tu sueño?

—Un árbol de tronco ancho con muchas ramas extendidas hacia mí, llenas de hojas, flores y pájaros.

—¿Hay algo más?

—Está Búho, el gato de mi amiga A.  Vinimos hasta acá para encontrarlo.  Ella lo quiere, y yo la quiero a ella.  Por eso quiero que estén juntos, y abro para ellos mi jardín.

La cara del ángel es transparente y vaporosa.  Alrededor de ella reverberan las flores rosadas del paraíso, como una corta melena con rulos. Le sonrío al ángel y desaparece.  Búho está junto a mí.  Se acerca a mi pierna dolorida y extiende sus patitas hacia ella, se estira hacia atrás y hacia arriba.  Luego se relaja y me mira con sus ojos redondos, entrecerrados, y las orejas paradas, un poco inclinadas hacia adelante.  A se acerca desde el kiosco con la Coca Cola.

—¡Búho! ¡Búho! —se agacha a abrazarlo.

 

*

 

Pero este árbol del que quiero hablar tiene las raíces en el cielo y su copa está hacia abajo.  Un pájaro conecta el cielo con la tierra.

 

*

 

Con G pasaba lo mismo.  Nos perdíamos siempre.  Una vez fue regresando de Córdoba adonde habíamos ido de vacaciones.   Le pedí a G que prestara atención al GPS.  Pero como los celulares de las dos eran viejos, usábamos un programa antiguo.  Le dije a G que pusiera atención porque siempre se distraía.  Solo si se lo pedía por favor se enderezaba en el asiento y pegaba sus ojos a la pantalla.  Cuando yo le preguntaba “¿estás mirando?” ella se apuraba a contestarme “si, si”, y me mostraba el mapa.  En un momento no entendía si teníamos que ir para allá o para allá, entonces dijo para allá.  Yo tomé el camino que me había indicado y a los treinta kilómetros me di cuenta de que estábamos en cualquier parte.  ¿Estás segura de que es por acá?  Si, me dijo con total firmeza, y para que le creyera, volvió a señalarme la pantalla. Estamos acá, ¿ves?

Llegamos a un pueblito que nada que ver, una estación de servicio perdida en un camino sin señales.

—¿Pero qué es este lugar?

G me muestra de nuevo el viejo GPS.

Empezamos a pelearnos.

Me bajo del auto y pego un portazo.  Me acerco a un hombre, que está con una franela en la cintura.

—Disculpe, señor, ¿Dónde estamos?

El hombre no contesta.  Se vuelve para adentro de la estación.

—En vez de regresar estamos alejándonos —le grito a G desde donde estoy.

El hombre está ahora adentro de un cuartito, al lado de los baños.  Se sentó y acaricia a un perro.  Yo me doy vuelta hacia G.  Ella está con un pie en el alambrado, mirando unas vacas.

—¿Y ahora cómo volvemos? —le pregunto. Da vuelta su cabeza hacia mí.

Hace como que se preocupa y viene con el celular en la mano.  Pero en el camino se distrae y se sienta en la base de un árbol al costado de la ruta.  La miro desde lejos y llevo mis ojos al sol, que está nítido en el cielo.

La noche anterior G había visto al ángel junto a mi cama.  Era rubio y feo, según me dijo, y pensó que era un ente.  El ángel había puesto sus manos a unos centímetros de mi pecho, mientras yo dormía.  G lo vio, pero no podía escucharlo.

El ángel me preguntaba:

—¿Cuál es tu sueño?

—Tener un jardín. Vivir en un jardín.

—¿Y qué hay en el jardín de tu sueño?

—Un árbol del paraíso lleno de hojas, flores y pájaros.

—¿Hay algo más?

—Está el amor.

 

***

Me peleo con mi mamá porque no quiere mostrarme el lugar.   Es como si lo tuviera perdido en el fondo de su memoria, pero también parece que lo hubiera escondido con miedo de que alguien lo encuentre.  Su padre compró el terreno hace muchos años.  Ahí iba de chica y plantaban árboles frutales.  Iban todos los domingos, regaban las plantas, ponían un pequeño mantel en el suelo donde la madre extendía algunas botellas y pancitos con fiambres que había llevado para el picnic.  A los niños les gustaba correr por el pasto y treparse a los árboles.  El padre tenía la ilusión de construir ahí, algún día, una casa para toda la familia.  Pero el padre murió hace mucho y ella ya no sabe dónde está el terreno.  Para mí que está tomado, es una zona fea.  Le pido a mamá que por favor vayamos a verlo.  ¿Pero para qué? (no le digo que tal vez sea mi jardín) No quiere, dice que no sabe dónde está.  Vamos con ella, con mi hermano y con mi hermana, en busca del terreno.  Lo buscamos en cualquier parte.  Bajamos de la autopista porque le parece que es ahí.  Ella no se acuerda dónde está el terreno, pero cuando lo vea se va a acordar.  Doblá acá a la derecha. No no, es en la otra.  Damos la vuelta en U.  Es que todo esto antes no estaba, construyeron en todas partes.  Era cerca del barrio alemán.   ¿Pero estás segura de que es acá?  Si, enfrente del terreno estaba la casa de la médica del Pirovano.  ¿Cómo era la casa de la médica, má?  No sé cómo decirte, era linda.  Mamá camina despacio, con un sombrero de paja sobre la cabeza, mi hermano la ayuda a atravesar un gran barrizal.  Adelante hay un baldío en medio de varias casitas.  ¿Es este el terreno mamá?  Si, me parece que sí, pero no era así, todo esto no estaba, tampoco esa fábrica.  Pero ¿y el barrio alemán dónde está?  No sé, no lo veo. Pero era por acá.  Hacia la derecha toda la manzana está amurallada.  Caminamos por la calle de barro.  Vemos a un hombre regando las plantas.  Le digo ¿por qué no le preguntamos a ese hombre? Disculpe, señor, ¿usted sabe donde vive la médica de Pirovano?  Niega con la cabeza, mira para adelante.  No sé señora. Lo que pasa es que tenemos un terreno acá pero no sabemos dónde está.  ¿No sabe el nombre de la calle?  No, no, solo que había una esquina que parecía una calle que no era una calle. Mmm no sé.  Pasa un hombre flaco y desgarbado, muy moreno, con una gorra y una musculosa de Boca Juniors.  Ese es el alemán, dice mi mamá. ¿El alemán?  Nos miramos con mis hermanos.  ¿Pero el alemán es un barrio o una persona? Si, si.  Es un barrio y también es una persona.  Ah… Estamos cerca.  Llamamos al celular de mi tía.  ¿Tía es por acá? No, no es por ahí, es después de la garita de policía, como a dos kilómetros. Fijate que de un lado hay un galpón de pollos. Ah, pero nada que ver, ma.  ¡No es por acá!  Si, si, claro, ya me parecía, es más allá.  Volvemos a la ruta y salimos cerca de un tinglado.  Vemos un bosque hermoso.  ¿Será éste? -le pregunto.  Contesta que sí, con total seguridad.  Pero nada que ver con lo anterior, mami.  Sí, sí, estoy segura de que es acá.  Me meto en el terreno y camino entre los pastos altos, y los arbustos, piso sin querer algunas pequeñas flores silvestres que se hacen lugar en la tierra.  Cuando en un momento se forma un espacio vacío aparece el gran árbol del paraíso de mi sueño, con las ramas extendidas hacia mí.  El ángel está sentado en su base. La copa del árbol parece una cabellera con rulos y los pájaros que están en las ramas altas le dan un movimiento como soplado por un spray.

En la tierra está la puerta.  Es una pequeña abertura, sin inscripción, que conduce al interior de Gaia.

 

* * *

Kalyma, la bruja gitana de internet, muestra las piedras de los mazos que están sobre la mesa.  Elijo la calcita: “Te dicen los guías que confíes.  Confía, calcita, confía en la Serendipia.”

 

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Mariana DocampoMariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada.  Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras.  Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.