Foto: Ricardo Gomez Angel on Unsplash
LA NOCHE OSCURA DEL ALMA
Hay un momento en la vida, según los místicos, en el que podés entrar de manera voluntaria en el túnel de tu alma. Se trata de un descenso consciente a tu propia oscuridad, como paso hacia tu evolución espiritual.
La vida que conociste ya no daba para más, habías tocado fondo. Entonces te aventuraste en la sombra sin estar preparadx. No tenías ni las zapatillas adecuadas, ni la botellita de agua para el camino. Y apenas bajaste los primeros escalones, perdiste el pie. Si hubieras sabido lo que se venía no habrías descendido, pero lo hiciste por propia decisión, incluso de exigente (la mística aspira a lo perfecto).
A partir de ahí, tu Yo combate durante cuarenta días y cuarenta noches (el tiempo de la materia) con las alucinaciones del desierto: tu cara duplicada frente a vos. A lo lejos, sobre la tierra agrietándose, el gran huevo del mundo, se mantiene en la justa distancia del deseo insatisfecho.
Dios mío, dios mío, ¿por qué me abandonaste?
Cae la noche en el calvario como una frazada apolillada y sofoca las cruces de los tres ladrones.
Solo aceptaste sumergirte en las tinieblas por actitud positiva, el modo “tu puedes” de encarar la existencia, flecha hacia delante que hizo que tu viejo auto sin luces se estrellara contra la columna. No sabías que el camino del autoconocimiento pedía el estallido de la línea del tiempo y tu naufragio.
Y ahora te arrepentís de estar acá, en la misma habitación de siempre, pero despojada de todo lo que antes tenía de ilusión, la ventana con el edificio tapándote el cielo, y las piletas de natación en las terrazas de tus vecinos. Cerrás los ojos, y es peor, solo peces espectrales se perciben por contacto pegajoso o por el roce con tu piel como cepillos de alambre. Llorás pero nadie te escucha. No está la madrecita santa que te cobijaría, ni un padre bueno que no es el tuyo pero hubieras querido, ni unx hermanx, ni un amigue, ni une gatite que te amase la panza. Estás sola en el desierto los cuarenta días que dura el apagón.
El Instagram, el Facebook, el Tik Tok, que te mantenían distraída en el mundo material, no tienen vigencia. Y tampoco la casa en la montaña en la que una vez fuiste feliz con un amor y creíste que la vida podía ser un jardín con azucenas -y el aire de la almena -, y el futuro. Los carbones de tu pecho, que te habían guiado hasta acá con braza quebradiza, se apagaron. Pedís primero al Dios cristiano, que es el que conociste en la casa familiar, que venga a tu rescate, después a los egipcios que frecuentaste en una reencarnación, a los guardianes y guías contemporáneos con los que hablás en tus meditaciones por YouTube cuando se abren las puertas inmateriales del Akasha, y a tu propio Yo superior. Pero nadie responde a los timbres que apretás.
Estás transitando, en este momento, la noche oscura del alma.
El túnel, pasadizo de la eternidad.
*
R me mandó un mensaje, y nos comunicamos por Skype. Me había tirado las runas y quería contarme. Yo encendí mi vela en Buenos Aires y fui a la computadora. Ella en Reykjavik, con toda su casa encendida con lámparas porque afuera es de noche desde temprano, y hay viento, y nieve. Siempre es una felicidad ver a R y charlar con ella como si todavía estuviéramos allá. Nos mantenemos un rato en silencio frente a la computadora y nos decimos que nos queremos. Las dos sabemos que nos conocemos de otra vida, así que no hay nada que explicar. Este reencuentro es pura celebración. R es múltiple, y cuando estoy con ella percibo sus distintas capas. Me conecto solo con las que tienen que ver conmigo, como si extrajera una cara entre muchas y eligiera solo esa para comunicarme.
—Estuve muy preocupada por vos, Mariana, pensando cómo estarías, vas a pasar un momento muy difícil.
Me envía por el chat el texto con la explicación de las runas, que transcribió al inglés para mí: Gebo. Wunjo. Uruz. “Se leen de derecha a izquierda”.
—Uruz, es la runa del principio y del fin. Puede ser que vivas este período como una muerte simbólica del yo. Pero tenés que animarte a atravesarlo, porque después vas a estar mejor.
Se queda mirándome y me sonríe. Tardamos en cortar.
*
Le envío un Telegram a A, le cuento que estoy escribiendo sobre la noche oscura del alma. Me dice: “Esaaa… milagroso milagro del alma. La noche oscura, la más luminosa, la que hace aparecer. Besos, te extraño”.
“Yo también (corazón, carita). Te quiero. Nos vemos el finde, llevo la bici a Maschwitz y vamos a pasear”.
*
Pero hace algunos años, cuando fuimos con V de vacaciones a Catamarca, recorríamos en el auto todos los días un camino de siete kilómetros de tierra que iba del hotel en Fiambalá a las termas, unas piletas incaicas como agarradas de una pendiente.
Un día frenamos al costado de un hombre joven que hacía dedo, con la mochila al hombro. Era el atardecer y soplaba el viento, y a través del vidrio veíamos un remolino de polvo y de luz roja extendido hacia el pueblo. Cuando el hombre subió al auto nos contó que de noche el diablo andaba suelto, por eso nos había pedido que lo lleváramos. Así que aceleramos y llegamos al hotel antes del anochecer. Ahí nos despedimos del hombre en una esquina.
Otra tarde, caminábamos por otra montaña. Íbamos contemplando la belleza del paisaje a nuestro alrededor. Los picos altos de la cordillera y el camino de flores silvestres, el arroyo, y un caballo que pastaba. Y entonces V posó su atención en un bichito que cruzaba destartalado el camino de derecha a izquierda, con su gran caparazón como cayéndose. V se agachó y lo miró de cerca. Apoyó su mano en la tierra, y lo hizo subirse a su dedo.
– Pero qué bonito sos, vos, che.
Yo también me puse a mirar el bichito y el tiempo pasó.
No vi que el cielo sobre nosotras estaba salpicado de nubes rojas como si un dios nervioso hubiera lanzado un baldazo de pintura. Estábamos en el límite con Chile, y nos alejábamos del hotel. Hacia adelante, el camino se angostaba.
–¿Seguimos?
Ella miró para atrás.
–¿Es tarde, no?
– El cruce a Chile tiene que ser por acá.
– Bueno, dale, vamos un poquito más.
Entramos en una zona de rocas altas y negras, como si fueran de otra civilización. Ella fue hasta una de las rocas, que tendría diez veces su tamaño y la tocó con la palma abierta. Después pegó su cuerpo a la piedra, y se abrazó a ella.
Yo caminé en dirección opuesta, por un senderito fino. Se hizo de noche y no pude ver nada. V había quedado envuelta en las sombras, también yo.
En un momento de plena oscuridad vi el lago. Estaba vacío de peces y de pájaros, como una gran turquesa extendida en el valle. Llamé a V pero no estaba.
Al rato ella se desprendió del paisaje y se acercó a mí. Nos sentamos juntas frente al lago.
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La tercera runa es Gebo:
“Gebo is the rune of companionship and the gift of freedom and from there come all other gifts!”. R firma con letras cursivas, y me manda flores y labios rojos.
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Durante mi noche oscura, consulto tres veces por día el tarot interactivo de Kalyma por YouTube al que estoy suscripta. Es una bruja española con susurro de gitana que por momentos pareciera surgir de un largo túnel. Tiene las uñas pintadas de rojo y solo muestra sus manos interactuando con las cartas sobre una mesa. Hay tres piedras distintas entre las cuales quienes nos conectamos podemos elegir, y usa un mazo de tarot diferente para cada una. Elijo la turquesa. Los ángeles me dicen “Surrender”: “Entrégate, turquesa, entrégate a lo que viene”, dice Kalyma. Le pongo un me gusta y me voy a dormir.
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Con R cruzamos los casi seis kilómetros del Hvalfjörður Tunnel bajo del océano para ir de Reikiavik a Akureyri. Ella decía mientras manejaba que una vez un ingeniero de túneles le había contado que había una falla en la construcción de éste, y que podía estallar en cualquier momento. Y esos casi seis kilómetros, que nos llevaban exactamente siete minutos a la velocidad de 60 km por hora del auto, podían experimentarse como la inminencia del fin. La presión del agua podía hacerlo estallar con la fuerza de un maremoto.
Pero salimos del túnel, llegamos a Akureyri, subimos los escalones iluminados de la iglesia por la tarde -que ya era oscura-, y después fuimos a la casa de la bruja que me había dado turno.
La mujer me señaló un silloncito frente a ella en una habitación diminuta y se puso a hablar con mis guías. Me iba contando lo que ellos le decían mientras pintaba los colores de mi aura en un papel que después me entregó.
Cuando volvíamos, se desató una tormenta de nieve y todo adelante se puso blanco, no había modo de regresar Reikiavik. Creí que nos íbamos a morir bajo la nieve. Pero llegamos.
*
Noche sin oscuridad, penumbra blanca de Islandia, en la que el destino se desnuda frente a vos.
*
Abro el libro de San Juan de la Cruz y leo en voz alta el poema, es el momento del “Surrender”:
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
*
“La noche oscura, la más luminosa, la que hace aparecer”.
COLUMNAS DE LA AUTORA: Anterior / Posterior
Mariana Docampo es escritora y licenciada en letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción: Al borde del Tapiz, El Molino (premio Fondo Nacional de las Artes), La fe, Tratado del Movimiento, La familia y V; y la crónica autobiográfica Tango Queer Buenos Aires (Beca del Bicentenario 2016). Es profesora de escritura en distintas instituciones y coordina talleres literarios de escritura y de lectura de manera privada. Profesora de la materia Lectura para escritores III de la carrera de escritura creativa de Casa de Letras. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es co-guionista del largometraje “Marilyn” (68 Berlinale Film Festpiel Berlin). Coautora del libro de entrevistas “Sara Facio. La foto como pasión” (Planeta, 2016). Es la fundadora del espacio Tango Queer de Buenos Aires y organizadora del Festival Internacional de Tango Queer de Buenos Aires.