Flores silvestres creciendo entre las piedras

Abuela Flora. Martín Glozman

Foto: Elizabeth Adeyemo on Unsplash

ABUELA FLORA

Martín Glozman

 

Cuenta la historia familiar que se trasmitió entre hijas, madres y hermanas que mi abuela Flora, que yo no tuve la suerte de conocer, fue de la Resistencia en Polonia durante la Segunda Guerra y que ayudó a salvar muchas vidas de judíos.

Escribir es narrar desde el origen, inventar un relato con lo que sucedió. Narrar es remontarse a través del río del dolor para dar cuenta de algunas versiones de lo que pudo haber pasado. El modo en que se transfirió la verdad de las emociones en la vida cotidiana. ¿Pero qué es la vida? Si no un cúmulo de transmisiones. Quizás un hecho en sí que sucede en la apertura de un cielo abierto, que alberga. Cuánta incertidumbre cobija. Qué es lo que verdaderamente sucedió, cómo afectó lo sucedido a las versiones de lo que fue contado.

No todos recuerdan las mismas anécdotas. ¿No es mi abuela misma quizás quien las haya contado de manera diversa en diferentes momentos de la vida? Es quizás una anécdota contada en la infancia aquello que marca una adultez. Y asignamos sentido a la vida a partir de lo relatado.

¿Cuáles son hechos objetivos? Dónde están las pruebas. Y cuáles son las pruebas de aquello que no tiene prueba. Cuáles son los referentes de la vivencia que en gran medida ha de ser heredada. A dónde vamos a consultar. ¿Al psicoanalista? ¿Constelaciones familiares? ¿Al tarot? ¿Las runas? ¿O nos dedicamos al trabajo?

La escritura es en fin un modo de procesar lo vivido, mucho de las generaciones pasadas está activo en el texto autobiográfico, no es por esto el texto autobiográfico el relato de un yo, sino de un entramado colectivo, social y familiar que se expresa a través de los relatos que nos entraman.

No es el dilema hablar o ser hablado, sino narrar lo que nos narra, vivir lo que nos vive. Es bilateral, somos marionetas del destino que nos escribe, y somos quienes escribimos el destino en caso narremos lo que nos narra, y actuemos lo que nos actúe. Por decir algo, poéticamente. Pero hay tanto para decir, en la medida la métrica del relato lo permita.

Una exigencia de la métrica, del reloj, de cronos. Me grabó un mensaje mi mamá donde me cuenta que detuvieron a mi abuela Flora una vez en Varsovia, y que un oficial nazi quería matarla, el otro oficial dijo que no lo hicieran, porque no era judía. No era judía –dijo- porque miraba a los ojos. Los judíos no miran a los ojos porque tienen miedo.

Doy fe de este relato. Es verdad, me lo contó mi mamá y lo apoyaron las hermanas. Pero a mí me resulta un relato muy complejo. No porque diga que no sea verdad, sino por cómo está contado, y por lo que dice. Entiendo las circunstancias de la guerra pero los roles del relato, el nazi como interlocutor, lo que dice de los judíos, el relato heroico de mi abuela, que se diferencia de esa mirada de la generalidad, me resultan psicotizantes.

Para empezar el término según el cual mirar o no mirar a los ojos define la vida. Y claramente estás de un lado o del otro. La verdad no sé si quiero analizar esto en un relato, pero claramente tampoco lo puedo narrar sin mediaciones, porque cómo sé si sucedió o no, y sobretodo qué sobretodo le pongo a esta vivencia narrada en pieles crudas de la vivencia. No es una prueba lo que se narra, y aunque lo cuente más de una persona en la familia, ¿cuál es la fuente del relato, quién lo contó, mi abuela lo contó así, o fue mi abuelo? ¿De quién habla este relato? ¿Del alemán, de mi abuela, o de quien lo contó?

Mi mamá siempre dijo que le hubiera gustado que yo conociera a Flora, que era muy especial y me hubiera, o la hubiera, no recuerdo, querido mucho. Es muy subjetivo. Es poco lo que sé de lo objetivo respecto de mi abuela. Tengo fotos. Y sé, como se cuenta, que al terminar la guerra entró al campo de concentración con los aliados, y allí conoció a mi abuelo Salomón. Lo asistió, lo ayudó a buscar a su hija que había nacido en el Ghetto de Varsovia y a quién habían logrado sacar afuera del Ghetto, y formó con él una nueva familia. Se fueron juntos Flora, Salomón, y la mamá de Flora, mi bisabuela, a quién sí conocí, a París, donde tuvieron dos nuevas hijas: L y E. Fue unas semanas después de llegar a Buenos Aires que nació mi madre.

Esta ilación es más o menos objetiva, es el vínculo con las emociones y con quién fue y cómo fue mi abuela verdaderamente lo que no puedo entreverar, porque siempre se la ha caracterizado como una mujer ideal, perfecta, luchadora, fuerte, emotiva, sabia.

¿Cómo se define a las personas? Qué somos las personas en la vida. Quien nos define. ¿Es bueno definir? O somos movimiento, entidad, pureza, reconocimiento, complejidad.

Siento que para conocer a una persona debemos conocer la verdad y no solo lo que queda de ella como imagen positiva, porque eso no es real. Pero quizás este relato la cuente a mi abuela porque si se trata de su mirada. Ella interpretó que la dejaron vivir porque miró a los ojos. Y quizás sea cierto. Pero además interpretó que fue por ser judía que podría no haber mirado a los ojos. Y eso se lo contó a mi mamá y sus hermanas, probablemente de niñas, cuando fue necesario relatar una y otra vez historias de judíos y de guerras, de persecuciones, miedos y de supervivencia. Sin duda, Flora fue valiente. Sin duda, Flora, sobrevivió. Pero eso habla de ella. ¿Y de qué modo habla de nosotros? Qué es lo necesario para sobrevivir. La fuerza, el mensaje, el coraje. O es solo estar presente, abierto al otro. No querer sobrevivir, ni ser mejor, ni tener un mensaje, sino prevalecer, estar, sobrevivir en las contradicciones sin esgrimir una verdad, ya que al final si algo demuestra la supervivencia es que podríamos no haber salido a flote. Cuántas veces pedimos ayuda los que sobrevivimos. Cuántas veces recibimos un mensaje, cuánta incertidumbre traspasamos. ¿Por qué queremos transmitir entonces un mensaje de lo certero? ¿Por qué el legado debe ser perfecto?

Si la vida está inundada de porquería. Por qué no lidiar con ella. Por qué no construir un mensaje menos centrado en el individuo que sobrevive y pensamos más en una especie que entienda que lo común incluye el excremento, mientras se proclama el ecocidio por la quema de la naturaleza. Digo esto porque creo que los mensajes de salir adelante no cuidan la ecología que incluye lo negativo, lo que no se quiere ver, los miedos, inseguridades y el plano de la naturaleza que se renueva a cada momento dejando sus desechos más allá de a dónde se quiera llegar produciendo.

Creo que el amor está nutrido de estas emociones, y que transmitir mensajes de amor quizás no sea tan bueno. No es que esté mal transmitir un mensaje, pero se sabe que no siempre se tramite lo que llega. De hecho se ha analizado esto en el discurso y en la psicología.

Hay mucho camino para desandar en los relatos. Mucho no narrado, y mucho narrado en versiones a veces alejadas de lo real acontecido, y que quizás confunden. Es nuestra labor como escritores construir un relato propio y un relato social, y en la medida de lo posible, no traicionar los afectos. Finalmente las madres no solo nos dieron la vida sino que han querido lo mejor para nosotres.

La vida, qué gran misterio, la madre, qué gran misterio. Siempre la adjudicamos a la pureza. Pero la vida es tan compleja. Dónde está el diálogo de la comunidad entre una madre y un hijo. O entre una madre y una abuela. Es tanto lo que se transfiere entre generaciones en una sociedad que está en movimiento sin reglas que no se modifiquen en el tiempo.

Imagínense lo que le hace una guerra a estas transmisiones. Los fantasmas, las muertes, los secretos, las intimidades interrumpidas.

Quisiera dar yo también un mensaje pero en este momento no puedo, o no lo que debería transmitir. Estoy en unos días de mucho dolor, y siento un gran vacío. Te comento que la vida está hecha de eso. Nos comunicamos en la incerteza, construimos con las diferencias.

Los vínculos cercanos son los más difíciles le dije a mi madre en un whattsapp, porque interfieren en ellos generaciones que ya no están, y la sociedad misma, con sus proyecciones de lo que cada uno debe ser.

Y esto es lo que pienso. Hay una dureza en lo que digo. Un dolor, un sufrimiento. Una desconfianza, incluso.

Me pregunto si vivimos por la función de vivir y sobrevivir. O si debemos construir algo, si vivir es un trabajo. Una misión, más que una función.
Y creo lo segundo. De verdad creo lo segundo. Entiendo y mantengo este registro desde la infancia, que vivir es un imperativo, que no es sobrevivir, a lo cual no le veo sentido por sí mismo, sino una construcción. No arbitraria, no ficticia, no relativa, una construcción real y compartida, más aun que real, vital y natural, sagrada. Explico mi propio dolor de este momento y del pasado desde allí. Hoy que estoy muy triste, aún así me siento a escribir y digo esto: la construcción de la vida se hace en la vida, la vida como lo más sagrado que hay. Me siento en esto conectado con mis ancestros, con mi madre, mi abuelo, mis familiares, mi abuela, mis tías, etc. Pero ante todo con la soledad y la sociedad toda. El legado de “sigamos adelante”, debe ser poroso. Esa es la misión. Se debe alimentar de otras miradas y visiones más allá de la judía. Como un Quijote escudado vamos a los molinos de viento de todas las realidades. Llevará años o siglos, no importa, nos desarmarán en el camino y nos volveremos a armar, pediremos una vez ayuda a nuestros familiares, incondicionales, y tantas veces interactuaremos con otrxs. La naturaleza manda en el camino, hace surco a lo nuevo.

Qué llevo en esto de mi abuela Flora. No lo sé. Este es un texto sobre ella en un día de dolor.

Posiblemente Flora haya peleado por lo mismo, posiblemente Flora haya necesitado contar lo que le había pasado en épocas de dolor e incertidumbre, en una migración después de una guerra a un país desconocido en otro continente. Imagino que después de sobrevivir la realidad se desestructura, se la vive en su complejidad, para la que los discursos más normalizadores no alcanzan. Quienes han transitado por eso buscan refugios, en el mejor de los casos se trata de refugios que permiten que los relatos sean dinámicos y estén en movimiento, que no se repitan, sino que se alimenten, se transformen, con otros relatos, otras vidas y experiencias.  Así cada cosa que se cuenta es original.

La vida es una construcción como lo es una poesía, una memoria. Sin duda se vincula con la muerte, con lo que es y lo que no puede ser. Lo que nace y lo que muere. Como la Flora, naturalmente, la poesía de la vida sobrevive en nosotros con el amor y la dificultad de todo lo legado.

 


Martín Glozman, escritor, editor, docenteMartín GlozmanBuenos Aires, 1979. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Escritura creativa por la Universidad Nacional Tres de Febrero. Publicó los libros Salir del Ghetto (Tersites, 2011), Help a mí (milena caserola, 2012), No hay cien años (milena caserola, 2016) y Documento de María (La bestia equilátera, 2017). Editó la colección Naufragios en Milena Caserola y la colección diálogos en Caterva. Dirige el proyecto La copa del árbol donde dicta talleres de escritura creativa. Es docente también en los talleres de escritura académica en la Universidad Nacional General Sarmiento.