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BIOGRAFÍA DE UN PADRE. DIÁLOGO CON UN HIJO
Darío Glozman y Martín Glozman
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Nací el 9 de marzo de 1948 en el Hospital Rivadavia. En ese momento mis padres ya tenían dos hijos, mi hermana mayor F., mi hermano A., y yo fui el tercero. Así como a mis hijos, a mis hermanos los nombro por edad, de mayor a menor. Mis padres Pablo y Aída vinieron los dos después de la Primera Guerra Mundial a un asilo de huérfanos, cada uno por su lado. Yo no conocí a ninguno de mis abuelos, por supuesto. Sí a un hermano de mi papá y a los hermanos de mi mamá que a su vez también llegaron de forma separada a la Argentina.
Mi mamá tenía dos hermanas, una, María, que vivía en el Palomar, con sus hijos y toda su familia y después de mi mamá venía Lola, que vivía en San Isidro. Que yo recuerde, la familia de parte de María siempre se dedicó a hacer changas y parte de ella a cultivar la tierra. La hermana menor, Lola y el marido que a su vez tuvieron tres hijos, primero se dedicaron al comercio de la marroquinería y después pusieron una heladería en San Isidro a una cuadra de la Estación sobre la Avenida Centenario.
Mi mamá tenía a su vez otro hermano que se llamaba Ignacio que se dedicaba a hacer camisas a medida en un negocio en el centro y el otro que se llamaba Samuel que tenía una fábrica de pastrón, salchichas y todo lo referente a la comida judía europea. Tenía una camioneta, tipo furgoneta cerrada con ventanitas y aparte de usarla para trabajar la usaba para movilizar a toda la familia, ya sea al Palomar, a la casa de María, a San Isidro, a la casa de Lola o a los picnic que hacía, en Ezeiza o en campos verdes donde parábamos. Él bajaba las sillas y las mesas. Ya tenía ollas, calentador, y ahí preparaba el almuerzo con salchichas, pepinos, varelnikes, pastrón, leberbush, bursh, que es como el salame.
Se me viene entremezclado a la cabeza un día que mi hermana F. ya estando casada con mi cuñado E. hacía una fiesta, no me acuerdo si era por algún cumpleaños o si era para festejar que había nacido mi primera sobrina, V., y Samuel hizo todo tal cual lo del picnic, pero paró el camión en la puerta de la casa, era un departamento en el primer piso en la calle Artigas, y todos empezaron a subir y a descargar las cosas, las sillas. Lo mismo que hacía en un parque, en un picnic. Por supuesto mi hermana no tenía mucho tiempo de casada, se sintió invadida.
Como que le tomaron la casa sin preaviso. Y los echó a todos. Los hizo irse a todos con todo lo que habían llevado.
Me acuerdo que la entendí perfectamente en la actitud que tuvo, pero no me acuerdo que sentí yo, porque también sentí vergüenza de la situación que se creó. Esto mismo de poder entender una situación familiar, pero sentir vergüenza ajena de que eso pasara en mi familia me pasó en distintos momentos de mi vida. Sobre todo en la infancia y adolescencia.
Pasados un poco los años, mi papá me llevaba al asilo de Burzaco, que es donde él estuvo la mayor parte de los años internado. No era familia, pero yo tenía sentimientos muy especiales y hasta muy familiares cuando íbamos allí en lugar de los picnic.
En realidad, yo ahí sí, como lo habían criado a mi papá sentía orgullo, armaba con los chicos internados partido de fútbol, partido de básquet. Entre todos los ex internados se formó un grupo muy grande de amigos que a su vez tuvieron hijos que vivieron el proceso normal hasta el final del asilo y que el asilo los ubicaba para que se puedan desarrollar en la vida, sobre todo en imprentas. En ese momento había mucha gente de la colectividad que tenía imprentas.
Mi papá, que era uno de los más rebeldes, según contaba todo el grupo, se fue del asilo por su cuenta, creo que a los 14 años, no estoy seguro. Por ahí me puedo acordar de un relato, pero las fechas las tendría que verificar con mi hermana, que es con la única que las puedo verificar.
Y después lo que me acuerdo, mucho conectado con eso, es que el primer trabajo de mi papá fue como ayudante de obra en la construcción del Banco Nación, donde perteneció a un grupo de tendencia anarquista que se formó ahí.
Yo la verdad que tengo recuerdo de cosas que escuché pero que no viví. Como qué pasó desde los 14 años de mi papá hasta cuando casado se tuvo que ir a Córdoba porque tuvo tuberculosis.
O sea, me voy recordando las cosas por destellos.
Fue algo que siempre me fue difícil.
Hay gente que dice, yo me acuerdo desde los cinco años todo lo que viví, y yo me acuerdo por hechos puntuales, que no sé hasta qué punto si los trato de conectar, la conexión que hago es real o no.
El que me contaba historias que ya era muy viejito porque tenía casi 100 años no sé si era el hermano o el primo del papá de mi papá.
Me acuerdo sentado en el patio con todo el techo de uvas chinche contándome historias que hoy no podría recordar cuáles son.
Lo que más pesaba en las historias y su presencia tenía que ver con las fiestas judías porque todos los Pesaj y Rosh Hashana se festejaban en la casa de él, por Agronomía, donde vivía F. cuando se casó.
De parte de mi mamá, cada una de las hermanas o de los hermanos contaba las historias cambiadas, de forma distinta. Y a mí esto me generaba mucha confusión, sobre todo con los hermanos y hermanas de mi mamá. En el caso del lado de mi papá, el hermano en vez de contarme historias, se dedicaba a hacer sombreros tanto para tangueros como gorros para el ejército y su pasión era mostrarme cómo se construía un gorro, lo importante de las terminaciones a mano. Tenía un local de venta y también distribuía.
Yo debía tener 9, 10 años. Tenía un solo hermano mi papá, que se llamaba Elías.
Este hermano Elías era cariñoso, bonachón, pero lo veía muy de vez en cuando. No sé por qué.
No se veían con mi papá asiduamente.
Yo al que más quería es al abuelo viejito. Porque era un tipo que tenía arriba de los 90 años para esa época y tenía garra y amaba las fiestas. Y tenía un carácter firme.
Entre sus nietos hubo sociedades laborales que trajeron peleas familiares. Como que uno estafó al otro, y de todos esos relatos yo huía, no los podía entender.
Por un lado yo los veía en las fiestas, los veía a todos, y por otro escuchaba, le vendió y no le pagó, y uno estaba peleado con el otro.
Es decir, tener una familia grande pero muy dispersa, donde yo iba a pasar fines de semana a San Isidro a lo de la tía Lola, que ahora Lola falleció pero tuvo tres hijos, uno casado y dos no, que son Ani, Susi, y Jorgito. Ani también falleció. Susi me contaba que le explotó una marmicó, una de esas ollas a presión, estaban haciendo una de esas comidas europeas, y se quemó toda, y yo que no era tan familiero, que era más del barrio y medio vago, no me moví del sanatorio, que era el Instituto del Quemado, los siete días hasta que no salió y estuvo mucho mejor. En principio estuvo muy grave.
Entonces tengo los ex asilados con su familia. Adei, son las siglas del grupo de todos los que vinieron de Europa que fueron después ex asilados y que se criaron ahí, en Burzaco: Asociación de internados. Era otra familia para mí, porque se sentía mucha hermandad.
Y así como estaba Burzaco, estaba el asilo de mujeres que es donde estaba internada mi mamá. Y lo que dice la historia es que en una fiesta del asilo de mujeres con el asilo de hombres se conocieron mi papá y mi mamá, al poco tiempo se casaron y se fueron a vivir juntos.
Yo ahí también tengo baches, de qué pasó en el medio. Porque ahí está la versión de F., la versión de Lola, la versión de María. Cada uno con otra versión.
Te tengo que dar un ejemplo puntual para que se entienda. Cuando yo era chico, en peleas de mis padres escuchaba, vas a terminar como dice tu hermana Lola que terminó tu papá, suicidándote y prendiéndote fuego. Pero simultáneamente el relato de María, que era la mayor, era que estaban Lola y mi mamá, que eran dos bebas, se generó un incendio, el padre las pudo sacar a las dos, y él quedó atrapado adentro y murió en el incendio.
La otra versión es que no le iba bien económicamente y prendió fuego a la panadería con él adentro, y no habla de que estuvieran mi mamá o Lola.
El tema es que yo con tantas versiones y con tantas raíces de historias familiares vistas de distintas maneras, como que perdí el interés por la historia familiar, me interesaba la historia mía del día a día.
Es decir, yo sabía que si no había para pagar el alquiler, mi papá hacía changas, era electricista, venían a golpear para cobrar el alquiler, y a mí me daba vergüenza, y nos amenazaban con el desalojo.
Al mismo tiempo yo me acuerdo que mi papá trabajaba en el Instituto de Cemento Portland y tenía trabajo nocturno para cortar la luz en momentos que no estaban en plena actividad, para solucionar la parte eléctrica.
Es decir que yo por un lado lo veía trabajar pero por otro lado se cambiaba y me llevaba a boliches con él, tipo puterío del tango. Boliches que había sobre la calle San Martín. Estaban las cantantes, que era medio un puterío. Como que me hacía cómplice.
Por otro lado cuando yo tenía 10 años y A. 15 me dejaba en el local y él se iba al bar que estaba en la esquina de Rio de Janeiro y Diaz Velez, sigue estando, y ahí él se podía quedar cuatro horas jugando a las cartas. Yo sé que ahí, en el bar, levantaban quiniela. Se apostaba a un número que estaba relacionado después con el sorteo de la lotería. Iban los jugadores de Independiente. Iba un ambiente muy mezclado. Por un lado levantaban quiniela. Por otro lado iban jugadores que me llevaban a la cancha y yo entraba a la cancha con el equipo de mascota.
Es más, cuando ganó la primera copa Independiente, yo fui a cenar con todo el equipo cuando llegaron a Buenos Aires.
Aparte era un tipo don Pablo, el electricista, le decían en el barrio, que el mundo lo quería y lo respetaba. Yo debía tener cuatro años… Había una cortada para llegar a Rio de Janeiro. Creo que la cortada se llamaba Cullen. Y yo le fui a decir algo que me dijo A. que le diga, al Bar que se llama El Mundo, como el diario que queda ahí a dos cuadras, pero El Mundo, porque Edmundo soy yo. No, porque en joda los pibes del barrio me decían Diario El mundo, en lugar de Darío Edmundo. Entonces fui a preguntarle algo de trabajo. Y entra un tipo grandote, me agarra en brazos, y me dice, ves, y me muestra la nariz, esta nariz así torcida la tengo por vos. ¿Conocés la historia? Y le digo, sí, ya la escuché. La historia era que el tipo había estado preso y justo salió al mismo tiempo que nací yo, entonces justo entraba mi papá al bar y el tipo estaba en la barra tomándose un Fernet y le gritó, viste che, un judío más al mundo, y el otro le pregunta ¿por qué lo decís, por Pablito? Y por supuesto, mi viejo parece que fue directamente, lo tocó de atrás y cuando se dio vuelta le pegó una trompada y le rompió el tabique.
Desde esa historia se generó en el barrio, si bien había veinte familias de judíos, ojo que los Glozman se defienden. Te va a quedar la nariz como al del bar, cuando había peleas jugando a las bolitas o a los autitos. Es decir, nosotros lo que hacíamos en el local de mi papá era comprar los autitos de plástico y se formaba un molde. Le sacábamos las ruedas, el eje y lo hundíamos en una lata con tierra, entonces ahí quedaba la forma del autito.
Entonces calentábamos plomo de los cables. Había cables bajo tierra que llevaban plomo.
Bueno. Y entonces lo hacías semilíquido y lo volcabas en el molde y te quedaba un autito de plomo que calzaba dentro del autito de plástico.
Y después le hacías con un taladro un agujero y por ese agujero pasaba un tornillo que con una tuerca apretaba el autito de plomo al plástico y ahí le poníamos de vuelta los ejes y las ruedas.
Después lo íbamos mejorando, poniendo hasta resortes. Era de macho tener el mejor autito.
No es que ibas y lo comprabas, lo habías hecho. Entonces en las carreras se apostaba. Por ahí una coca cola o una cantidad de bolitas y generalmente cuando ganaba un judío no le querían pagar y lo patoteaban. Entonces se metía A. y atrás de A. yo. Le hacíamos dar lo que le corresponde.
Entonces, justo coincidiendo con esta historia, lo que pasaba en los partidos de futbol en el Parque Centenario. Si uno le sacaba la pelota a otro y le hacia foul, si era judío no le cobraban, y si estábamos nosotros éramos los hijos de Don Pablo, cuidado. O después, ya un poco más grandes, A. estaba en el equipo de lucha de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Ya no éramos los hijos de Pablo. Yo era el hermano de A.
Entonces vino la época de Tacuara.
Nota:
Quisiera agregar que todos estos episodios antes de la época de Tacuara, que forman parte de la vida de uno, o no, en el sentido que hay cosas que me acuerdo que no sé si son sueños o si son realidades que pasaron, pueden estar novelados pero no a propósito, estos episodios son los que para mí de alguna manera me generaban los ataques de asma que si yo me iba de mi casa a la casa de mi tía Lola y me quedaba una semana ella me decía que me los curaba con ventosas. Pero en realidad como ya había mencionado antes, yo me escapaba del quilombo que era mi familia real. Mis padres y mis hermanos. Tal vez un domingo al mediodía nos juntábamos en la mesa a comer los cinco. No me recuerdo ningún tipo de comunicación. No había cabecera. Cualquiera se sentaba en cualquier parte de la mesa. Sí me acuerdo que A. le decía a mi viejo que le hacía mula al ajedrez. También eso venía de que mi madre decía que también le hacía mula a ella jugando a las cartas, aclarémoslo, para que no parezca otra cosa.
Si uno lo mira como qué pasa con los electricistas y los plomeros y todos los gremios que hacen changas, pasan un precio y donde pueden abaratar abaratan. Como que dentro de los gremios mismos ellos consideran una piolada lo que uno puede considerar tramposo. Por ejemplo te traen una radio que era a lámpara y tenían un zócalo y muchas veces ese zócalo tenía la lámpara movida y se sacaba la tapa y se veía que la radio no prendía, y por ahí cobraban la lámpara y se veía que era el enchufe, que se había desconectado la parte del cable. Él nos lo enseñaba a A. y a mí como una piolada, pero si no con el alquiler y los gastos el negocio no le rendía. A mí me parecía que era deshonesto, más que uno trabajaba con la gente del barrio.
Honesto es que uno no va a decir una cosa por otra para sacarle ventaja y cobrarle de más. Yo creo que él muchas cosas de las que hacía, que nosotros como hijos las podíamos ver mal, era con el justificativo de que se crió en la calle, en el asilo, y que se la tuvo que rebuscar. Para mí él sabía qué era ser honesto pero esto lo podía considerar como una chicana.
Darío Glozman, Buenos Aires, 1948. Se crió en el barrio de Parque Centenario, emigró a Israel en la adolescencia y a su regreso a la Argentina en 1969 se casó y tuvo tres hijos. Estudió ingeniería textil y se dedicó a la fabricación de ropa para mujer y moda.
Martín Glozman, Buenos Aires, 1979. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Escritura creativa por la Untref. Publicó los libros Salir del Ghetto, Help a mí, No hay cien años y Documento de María. Actualmente lleva adelante el proyecto La copa del árbol. Dicta talleres de escritura académica en la Universidad Nacional General Sarmiento.
Autores: Darío Glozman y Martín Glozman
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