BIOGRAFÍA DE UN PADRE. DIÁLOGO CON UN HIJO
Darío Glozman y Martín Glozman
Tercera entrega. ver Segunda Entrega y Cuarta entrega
Yo creo que Salomón también te prestaba, a veces te daba, pero todo era para el desarrollo o para crecer. Siempre se puede pagar un derecho de piso. Uno tiene que ser libre de seguir una idea y hacer la inversión sin tener miedo. Igual uno sabe la responsabilidad que tiene cada hijo y a veces va mal porque va mal o por el otro. Todos sabemos que se puede hacer negocios, ganar o perder, pero igual la experiencia suma.
La honestidad es tener códigos. En el textil y en cada rubro tiene que haber códigos. O sea, cuando uno rompe esos códigos, unos pueden entender que al otro le vaya mal y uno acompañarlo en un momento difícil y después ese puede ser uno de los clientes más importantes de la empresa. Pero es muy evidente que si uno está en el mercado sabe cuándo pasan estas cosas si el otro lo preparó como para dejar el textil y ponerse una financiera o si le salieron las cosas mal y pudo pagarle a todo el mundo.
Se puede ser mala persona y tener éxito en los negocios, sí. Para el que lo es, es natural.
Ser buena persona es cumplir con la palabra.
Si uno pactó y pagó algo aunque lo haya anotado en un papel y no firmó un contrato.
Cuando eran los momentos más difíciles de la inflación en la Argentina yo iba a lo de una hilandería, Sanotex, el dueño se llamaba Noé, y podía cerrar una operación de mil, dos mil kilos. Yo empezaba ofreciéndole diez. Él empezaba pidiéndome veinte. Cerrábamos en quince. Y lo que tenía anotado en un taco sobre su escritorio, aunque todavía no te lo había entregado, si cuando lo retirabas valía tres veces más te lo entregaba al precio que había cerrado.
Él tenía también máquinas de tejer y para mí eran muy fáciles los controles para que no me falte hilado. Además de venderme el hilado me tejía paños para hacer sweater. Yo en ese momento estaba estudiando ingeniería textil, entonces hasta le medía la humedad que tenía el hilado porque hay otros que lo rociaban con agua por dentro y tenía como un diez por ciento de humedad cuando lo normal es 2 o 3 y ese 8 por ciento estabas pagando en vez de hilado agua.
Esto es un ejemplo de códigos porque eran muy pocos los hilanderos que no usaban técnica para cobrarte hasta lo que dé un diez por ciento más de lo que te vendieron o facturaron.
Mirá, la realidad del mercado, lo que yo siento a través de los años, es que para mucha gente la plata es poder. Hace que te respeten. Entonces venía una marca que tenía una sociedad, una marca de ropa, estafaba, vendía y no entregaba o entregaba mal y no te lo cambiaba y contra eso la gente la tenía que borrar del mercado. Sin embargo, si la persona había ganado mucho y se había quedado con mucha plata tenía poder de compra, pagaba de contado. Y la gente le ponía una alfombra cuando entraba.
Eso es lo que marca que mucha gente hizo estafas premeditadas y no se hicieron cargo, cuando volvieron a tener plata, les volvieron a dar crédito.
Sí, en cada rubro yo creo que es poca gente la que cumple con la palabra y puede haber situaciones. Yo he tenido momentos cuando a un cliente realmente le va mal y no es que preparó la situación, a ese cliente uno lo ayuda, porque va a volver a crecer, te va a seguir comprando, son las vueltas de la vida.
Los códigos hay que analizarlos desde la situación y del rubro. El textil tiene sus códigos, el que transgrede esos códigos está claro que los transgrede. No es que los códigos son una fantasía. Lo que está bien está bien y lo que está mal está mal. Y todo el mundo lo sabe.
Hay tantos problemas por la ambición del dinero.
Entre las personas se juega la parte legal pero si la estafa está preparada, si la persona no tiene propiedades y vos no tenés propiedades en garantía, el que prepara una estafa no tiene problema de que piensen que es falta de honor.
Más de una vez contratan gente para cagar a palos a gente que no pudo pagar o no pagó.
Cuando no le querían pagar a un judío, en el barrio, que ganaba a los autitos era más que una estafa, por el motivo yo lo tomaba como una deshonra.
Lo que pasa es que una estafa implica la ambición de alguien por la plata o por quedarse lo del otro de la manera que sea, y acá hay discriminación.
Entrás en un campo muy delicado si pensás que hay discriminación porque no se supo hacer respetar. Es como pensar por qué no se defendieron los judíos en Alemania o en los campos de concentración.
Si a mí viene un tipo que mide dos metros, tipo un guardaespaldas, y baja de un coche yo no voy a tratar de agarrarme a trompadas, trato de arreglar las cosas de otra manera, y yo no lo veo como deshonra eso, lo veo como cuidarse a uno. Si vienen diez tipos y me dicen judío de mierda, yo me voy a fijar quienes son los diez. Si están ahí es porque viven por el barrio. Y después los vas a buscar a uno por uno. Y esto marca lo que pasaba en el principio de la época de tacuara.
Si tuviera que enseñarle a un chico a defenderse le diría que esté preparado para saber defenderse pero que lo use cuando realmente corresponda y primero que tome conciencia de la situación y del riesgo. En qué situación te podés defender y en qué situación no te tenés que defender porque tenés todo para perder y tenés que buscar otra salida.
Para mi defenderse, por lo vivido en la infancia y la adolescencia, implica la violencia física.
Sí, me gustaría aprender otros medios.
Darío Glozman, Buenos Aires, 1948. Se crió en el barrio de Parque Centenario, emigró a Israel en la adolescencia y a su regreso a la Argentina en 1969 se casó y tuvo tres hijos. Estudió ingeniería textil y se dedicó a la fabricación de ropa para mujer y moda.
Martín Glozman, Buenos Aires, 1979. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Escritura creativa por la Untref. Publicó los libros Salir del Ghetto, Help a mí, No hay cien años y Documento de María. Actualmente lleva adelante el proyecto La copa del árbol. Dicta talleres de escritura académica en la Universidad Nacional General Sarmiento.