LA ESPERA
Me gusta verla en la terraza abierta recorriendo la soga con las manos como una equilibrista. Va ubicando las prendas una al lado de la otra, todas bien sujetas por los broches, se ve que es prolija porque sabe tender. A medida que avanza veo las ropas sacudirse en el aire, parece un cuadro en movimiento que se abre ante mis ojos cada sábado a la mañana cuando despierto. Ella lava sólo los fines de semana, tiene una rutina, un orden, método. Sube con el balde y llena la soga entera de punta a punta de la terraza que es bien ancha, se ve que tiene familia grande, varios hijos en edad escolar, porque las camisas blancas son de diferentes tamaños. Cuelgan siempre boca abajo y las mangas se sacuden como hamacas cuando hay viento. El domingo pasado subió acompañada por un hombre que llevaba un mate en la mano, tendió la ropa en la terracita del fondo esa vez. Él se sentó en un escalón a cebar, conversaban mientras ella iba llenando despacio la soga con los bombachones negros. La idea de los hijos en edad escolar se afianzó.
Me gusta mirarla porque creo que me recuerda otras cosas: las tardes largas de verano cuando mi mamá se ponía a lavar. O la casa de mi hermana llena de pañales cuando tuvo a la nena. También un poema de Irene Gruss donde una mujer sonríe mientras cuelga la ropa, porque el sol le hace cosquillas en la nuca. O un sueño en el que anduve por las calles del centro la otra noche, iba medio perdida, llevaba una mochila a cuestas repleta de libros. Después me asaltaban. La soga era fina como un hilo, cruzaba de una vereda a la otra y estaba atada al tronco enorme de un árbol en cada extremo. Yo no la veía y por eso me enredé al cruzar. La soga era la trampa pero desperté. Abrí los ojos para buscarla a ella pero no estaba, tampoco las ropas. Comprobé que cuando la terraza está desierta parece otro lugar.
Una clave es el sol. Otra, el cielo abierto con las nubes que siempre están andando. Otra, la misma terraza enorme, ancha, despejada. A veces cuelga sólo las sábanas grandes como alas celestes o blancas. Así le gustan a ella. En otro poema de Gruss la misma mujer tiende la ropa de nuevo pero ya no sonríe. Se dio cuenta de que mientras caminaba en la terraza bajo el sol estaban matando gente. A veces hay granadas en los campos en vez de girasoles. Bombachones negros, guardapolvos, uniformes. Ahora entra la luz por la ventana de la habitación, cae sobre la cama. Broches, baldes, agua, sol de la primera hora del día, un poco de viento. Las sábanas se iluminan con el viento. No me quiero levantar. Mastroiani la mira a Sofía Loren entre las ropas colgadas, están los dos tendidos bajo el cielo. Los padres con los hijos ya salieron de las casas. El túnel del tiempo. No me voy a levantar.
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También vi las palomas abrochadas a la cuerda cuando salí de la casa de mamá. Había ido a visitarla otra vez, almorzamos las dos solas, que es cuando ella sonríe más. Después salí a la calle y vi en lo alto una hilera enorme de palomas tendidas sobre el cable. Saqué el celular para tomar la foto. Hay cosas que no cambian con el tiempo, imágenes que se prolongan de una época a otra. Cordones que no se cortan. Atrás de las palomas vi el balcón de la casa de Marcela, las venecitas azules en la pared, las rejas negras, la baranda y justo encima, apoyados, los codos y el cuerpo entero de Marcela. Tiene los ojos celestes y el pelo blanco, la voz un poco chillona en la vejez. Me dice que no sale a la calle porque se marea, que no habla con mamá porque no escucha el teléfono cuando suena, que ya se lo explicó pero María se cree que no la quiere atender. No cuelga más la ropa porque le duelen los brazos pero ahora los sacude para saludarme desde arriba y sonríe. La casa está en la misma vereda de mamá, primer piso por escaleras las dos, por eso ya no se visitan. Marcela se marea. Mamá algunos días también. El teléfono suena cuando quiere. Algunas cosas sí que cambian con el tiempo.
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Estuve esperando el sábado para verla otra vez y hacer las fotos. A veces se me escapa aunque esté atenta. Como nunca sé si tarda mucho o poco en subir a la terraza abro un libro en la cama, me pongo a leer, levanto la cabeza cada tanto pero cuando me quiero dar cuenta ya vació tres cuartas partes de la soga y se fue.
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Este viernes llovió, sigue nublado. Todo el fin de semana sin lavar. Aprovecho para ampliar la visión, miro los tanques, las antenas, las salidas de aire, las membranas de aluminio impermeable. Miro el cielo, también, comparo las alturas de los edificios, los paredones altos, los balcones, las sogas vacías, las casas con sus techos más bajos. Desde el noveno la perspectiva es otra, incluso las nubes parecen estar más cerca que las veredas. Ilusión óptica.
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Me había olvidado de que la película de Scola empieza como un documental, las multitudes en la calle esperando al Arlequín, lo recibe Mussollini en la estación, más atrás está Goebbels. Después la cámara enfoca las casas, los patios, las ventanas, el interior de un palazzo romano donde vive la cenicienta. Tiene seis hijos, un marido, las medias raídas y los ojos tristes. Se vuela un pájaro, suena una rumba, hay ropas en la terraza, carcajadas en medio del incienso. De qué hablamos cuando hablamos de amor.
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Hay un gato en el balcón. Me mira a los ojos desde el otro lado del vidrio. Acerco la cámara para retratarlo y se arrima un poco más. Hay libros sobre la mesa, un mate, sillas adentro, también estoy yo. El gato se queda, me observa. No entiende quién soy. Yo tampoco. Se queda todavía un poco más. Después se refriega otra vez contra los barrotes de hierro y camina hasta la esquina de la medianera. Salta, zizgaguea por la cornisa, los ojos verdes destellan en la hiedra. Al fondo una escalera que no va a ninguna parte. Arriba está el cielo.
Graciela Batticuore es escritora, investigadora y docente. Publicó libros de ensayos: Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina (2017, Ampersand); Mariquita Sánchez. Bajo el signo de la revolución (2011, Edhasa); La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritores en la Argentina: 1830-1870 (2005, Edhasa, Primer Premio de Ensayo del Fondo Nacional de las Artes); El taller de la escritora. Veladas Literarias de Juana Manuela Gorriti. Lima- Buenos Aires (1999, Beatriz Viterbo). Editó diversos volúmenes, algunos en colaboración: Sarmiento en intersección. Cultura, literatura y política en la Argentina (Eudeba, 2013); Tres momentos e la cultura argenitna, 1810-1910-2010 (Prometeo, 2012); Resonancias románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina. 1810-1990 (Eudeba, 2005). También publicó libros de poesía y narrativa: Marea (Caterva, 2019), El fin de la noche (2018), La noche (2016), Sol de enero (2015), Cuaderno de espera (2014, del pétalo). Es Investigadora Independiente del CONICET y Profesora Asociada de Literatura Argentina I en la Universidad de Buenos Aires, donde también forma parte del Comité Editorial de Mora. Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género. Desde 2016 dirige la colección Lector&s en la editorial Ampersand.