Foto: Swapnil Sharma on Unsplash
GÉNERO: ROCK NACIONAL
¿Cuándo se empezó a decir “rock nacional”? Es una pregunta que me hago, sobre todo ahora que, según algunos, parece estar prohibido decir “rock nacional”. Hay que decir “rock argentino”, de lo contrario uno se expone a una grave sanción moral. Escucho Rock Nacional (porque así se le dijo siempre) desde los primeros años de mi adolescencia y no deja de asombrarme que se fustigue de tal manera a los que seguimos llamándolo así.
La hipercorrección política suele forcejear con los hechos de la historia y altera los conceptos hasta falsearlos. Algo así está ocurriendo últimamente con el nombramiento del rock que se hace en la República Argentina. Se ha transformado en un asunto controversial referirse a nuestro rock como “nacional”. A tal punto llega esta aversión a decir “rock nacional” que el otro día un animador televisivo presentó a un músico como “una leyenda del Rock Nacional”; a los pocos minutos llamó al canal un célebre tecladista, completamente indignado, y lo instó al animador a enmendar el supuesto error. No se debía decir “rock nacional”, está prohibido decir “rock nacional”, hay que decir “rock argentino”.
Hice un relevamiento en publicaciones gráficas, programas televisivos y radiales, y también exploré la jungla de las redes sociales, y constaté que somos pocos los que todavía persistimos en llamar rock nacional al Rock Nacional, género que ya lleva más de medio siglo en acción. Sólo la emisora Mega[1] sigue blandiendo la leyenda “puro Rock Nacional”. Una ostensible mayoría dice “rock argentino” y señala con el dedo a los que osamos seguir diciendo “rock nacional”. Sostienen que este término fue acuñado por los esbirros de la última dictadura militar, cuando decidieron “nacionalizar” el rock, durante la Guerra de Malvinas. Consulté a Daniel Ripoll (fundador de la revista Pelo y organizador de los primeros festivales de rock en Argentina: los legendarios “B.A. Rock”) sobre el tema y me aseveró que ese término empezó a emplearse en artículos de la revista Pelo, alrededor del año 1972.
Hay una prueba que es como la del carbono 14 o la germinación del poroto: poniendo “rock nacional” en cualquier buscador de Internet, lo primero que sale es información sobre el rock nacional argentino, lo que demuestra que el término es marca registrada. El rock hecho en Argentina alcanzó dimensiones identitarias como ningún otro en lengua castellana. Tanto en Latinoamérica como en España, el rock facturado en Argentina, es reconocido por su calidad e influencia.
Esa obstinación por evitar el término “nacional”, pienso que obedece a la mala prensa que goza el concepto de “nacionalismo” que suele asociarse muy rápidamente al tristemente célebre “nacional socialismo” o a cualquier otra encarnación del totalitarismo. Pero lo “nacional” no es necesariamente pernicioso, no siempre adopta maneras chauvinistas. Obviamente los malos usos del nacionalismo por lo general derivan en catástrofes sociales.
Pero… ¿el adjetivo “nacional” como atributo de “industria” o de “cultura” es también cuestionable? Defender lo propio, ponerlo en valor, con un sentido de pertenencia, bregar por la independencia económica frente al embate de los poderes transnacionales y la globalización cultural, todo aquello que impide “ser” a los socios minoritarios de la aldea mundializada, generar sentidos comunitarios, apreciar nuestra cultura: pienso que todos estos factores no puede ser considerados como aberrantes. En un planeta plagado de injusticias y desequilibrios, hoy cuesta imaginarse, como cantaba Lennon en “Imagine”, un mundo único y fraterno.
Siempre es conveniente contextualizar los entramados históricos y políticos, ya que generalizar puede conducir a ingratos equívocos. Después de la Segunda Guerra Mundial, en los países en vía de desarrollo, comienza a cobrar forma el fenómeno de la sustitución de importaciones, un proceso que muestra el incipiente desarrollo de las industrias nacionales que comienzan a manufacturar sus propios productos, aligerando el histórico rol de ser solamente proveedores de materia prima a los países centrales. Mientras se acomodaban las piezas en el tablero geopolítico internacional, en nuestro país la industrialización (que ya había comenzado a insinuarse en la década del 30) ocupó un lugar central en las políticas económicas implementadas por el primer gobierno peronista que asumió el 4 de junio de 1946. Esto incrementó el empleo, dio impulso al mercado interno y favoreció la movilidad social. Miles de argentinos pudieron alcanzar una ciudadanía plena.
Pensadores como Rodolfo Kush o Juan José Hernández Arregui dedicaron gran parte de su obra a tratar de dilucidar qué es el ser nacional, desde una perspectiva profundamente latinoamericanista. Valgan estas referencias como introducción para reflexionar sobre qué hablamos cuando hablamos de rock nacional
¿Qué es el Rock Nacional?
Decir “rock nacional” es simplemente la denominación con que se designó a la música argentina, vinculada a géneros y subgéneros derivados del rock anglosajón y norteamericano. A comienzos de la década del 70, cuando fue acuñada esta acepción, lejos estaban los protagonistas de sospechar que en el futuro sería tan cuestionada.
La apropiación de una música de origen foráneo como el rock and roll fue paulatina, ya que la deglución de semejante mole cultural, que había revolucionado los espíritus juveniles en la América del Norte, llevó varios años. Los albores del rock and roll en la Argentina, a mediados de la década del 50, tuvieron como animador y protagonista a Eddie Pequenino, un carismático trombonista y cantante que supo liderar con maestría combos que aplicaban las recetas de aquel rock primigenio, cultivado por pioneros como Billy Halley, el famoso hombre del jopito que hacía bailar a su público alrededor del reloj.
Antes del nacimiento de lo que llamamos Rock Nacional, hubo una transición entre esos primeros atisbos y el efectivo surgimiento del género. El Club del Clan con su fábrica de ídolos, la música “beat” que practicaban infinidad de bandas que, por lo general, cantaban en inglés, fueron la plataforma desde donde se maceró una nueva sensibilidad que moldeó la gramática de una tribu nueva, inédita e incómoda para los paradigmas de la época. El 2 de junio de 1966 Los Beatniks entran a grabar lo que sería su primer y único simple: de un lado tenía la canción “Rebelde”, de autoría compartida por Moris y Pajarito Zaguri. Esta canción es el acta fundacional del Rock Nacional, que todavía no se llamaba así, era un vástago sin nombre pero que ya se animaba a berrear de lo lindo, gritando cosas como esta: “rebelde me llama la gente/rebelde es mi corazón/soy libre y quieren hacerme/esclavo de una tradición”. Aquel simple fue retirado de circulación y censurado por la flamante dictadura de Juan Carlos Onganía que había asumido a fines de junio, luego del golpe militar propinado al gobierno constitucional de Arturo Umberto Illia.
Después vinieron gatos, almendras y manales: la rueda echo a rodar y ya nada fue igual en la música popular argentina: había nacido una cultura que se reconoció en ciertos códigos estéticos y políticos, que inventó formas novedosas de sociabilidad y difusión, engendrando una fuerte identidad, única e intransferible. Como si fueran las páginas de un libro, hojeo los discos de Los Gatos, Almendra, Manal, La Pesada del Rock and Roll, Vox Dei, Arco Iris, Pescado Rabioso, Color Humano, Aquelarre, Pappo’s Blues, Vox Dei, Pedro y Pablo, El Reloj, Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros, Polifemo y Crucis, y todavía me emociona percibir esa vibración que emana de esa manera tan peculiar de entender el rock en nuestro idioma. Una búsqueda que aún continúa, con otros actores pero con una delgada línea que se fue transmitiendo a lo largo de los años, aunque en el camino hubo cortocircuitos e interrupciones, refresh y reseteados, anatemas y negaciones, condenas y absoluciones.
¿Se murió el Rock Nacional?
A veces me invaden fantasías apocalípticas y pienso que el período clásico del Rock Nacional tuvo su final en el festival B.A. Rock de 1982 y que ya nunca volvería a ser lo que fue. Algo feneció cuando se apagaron las luces de aquel festival, un espíritu desencarnó del cuerpo que habitaba, una emigración súbita que dejó un espacio yermo. Como que lo más noble ya había sido ofrendado y empezaba el tiempo de la melancolía, un gris de ausencia empezaba a nublar el camino. Nunca nos damos cuenta cuando algo sucede por última vez. Los discos de vinilo se derretían como los relojes de Dalí. Y nosotros, lo de entonces, ya no somos los mismos. Nos convertimos en porsuigiecos que asustan en noche de luna llena a los peatones desprevenidos. Alguna vez imaginé cómo podría haber sido esa muerte, ese entierro de la época dorada:
Ahí va el Capitán Baglietto, alimentando pacúes en su cabina. Sin brújula y sin radio, jamás podrá volver a Rosario. El flaquito Fito Páez escarba los huesos podridos del Rock Nacional, buscando una canción, sólo una canción. En el B.A. Rock 82 se redacta el Acta de Defunción del Rock Nacional; en el sepelio, el Conde Cutaia toca la marcha fúnebre con un Hammond prestado. Carola canta el Blues de Cris con voz desgarradora. Piero, todo vestido de blanco, se pregunta ¿qué hago yo aquí? Los muchachos de Polifemo arrojan la partitura de “Sueltate rock and roll” sobre el ataúd pintado por Juan Orestes Gatti. Una máquina de humo hace diabólicos efectos durante la ceremonia. En las nubes pueden verse la carita redonda de Billy Bond, las zampoñas de Los Jaivas, la tapa de una revista Pelo. Todo se borra, lentamente.
En el cambio de década entre los 70 y los 80, el Rock Nacional parecía herido de muerte. Las nuevas bandas que surgieron en ese momento, fueron impiadosas con los músicos del pasado, aquellos que habían fundado y contribuido a afianzar el género. Se trataba de hacer borrón y cuenta nueva. La música explotó como una piñata: pop, reggae, dancehall, rocksteady, ska, rockabilly, punk, post punk, heavy metal, dark, new romantic, rock steady….En cada esquina se hablaba una lengua diferente, una torre de Babel empezó a sumar pisos y se perdió para siempre el aura. Aquellas tribus empezaron a guerrear entre sí. Tachas, gilletes, cadenas. Cada maestro con su librito.
Los Violadores cantaban en “Viejos patéticos”, un ataque frontal a la generación rockera setentista: “no queremos aburrirnos/no queremos convertirnos/sólo queremos referirnos a la realidad/basta de “Hospicios”, “Betos” y “Cósmicos”/son sólo poses viejas, viejos, vieja”. Virus denunciaba la complicidad de los rockeros nacionales con la dictadura: “Han sacrificado jóvenes terneros/para preparar una cena oficial/se ha autorizado un montón de dinero/pero prometen un menú magistral”, decía la letra de Roberto Jacoby en la voz de Federico Moura, cuyo hermano Jorge, había sido secuestrado y desaparecido en 1977. La divisoria de aguas fue la participación de todo el establishment del rock, en el Festival de la Solidaridad Latinoamericana, que se hizo un día lluvioso de junio de 1982, con el objeto de juntar ropa y alimentos para los chicos que estaban peleando en la Guerra de Malvinas. Lo recaudado aquel día, se perdió en el camino, nunca llegó a las islas. Aquel día subieron al escenario, montando en la cancha de rugby de Obras Sanitarias, Charly García, Spinetta, Litto Nebbia, Pappo, Javier Martìnez, Ricardo Soulé, Rubèn Rada, David Lebón, León Gieco, Nito Mestre, Raúl Porchetto….y siguen las firmas.
Otros protagonistas de las nuevas generaciones tomaron la posta. Fito Páez, Andrés Calamaro o Gustavo Cerati honraron y continuaron el legado del Rock Nacional, tomando de aquellas líricas el perfume de su esencia, revisitando las poéticas de Litto Nebbia, Miguel Abuelo, Javier Martínez, Moris o Luis Alberto Spinetta. Decidieron no cortar el hilo.
El grupo Pez tituló unos de sus discos Rock Nacional, y uno de sus integrantes, Ariel Minimal, integró la banda La Luz, una de las tantas formaciones de Litto Nebbia.
Divididos tiene una canción llamada “Pepe Lui” que hicieron en homenaje a un entrañable amigo de la banda, José Luis Barrionuevo, que encarnaba el epítome del fan del Rock Nacional. Diego Arnedo, bajista de Divididos, contó una vez que Pepe Lui tenía la casa llena de revistas, discos y cassettes, escuchar música con él se convertía en una especie de ritual: “la suspensión/que el pelo pide al caminar/resortes de un andar/clavado en los setenta/dos de cristal en la bolsa/más rápido que un rayo/un mundo en miniaturas/revistas de rock/pero de rock nacional (…) Aquel mueble de su vieja/cajones de los misterios/melodías de pescado/siempre sonarán/en lo del flaco Pepe Lui” . La canción rescata la pureza de un seguidor del movimiento y la mística que generó al Rock Nacional en sus primeros años de existencia.
El trovador Alejandro del Prado fue quien mejor interpretó la nostalgia por el tiempo de los fundadores. “El tanguito de Almendra” es tal vez el mejor homenaje que se haya hecho a la generación de los pioneros; en la canción, del Prado intercala versos de Litto Nebbia y Spinetta: “Te acordás cuando escuchábamos a Almendra/en el Winco reventado de una siesta/sin pensar que aquellas ondas, su polenta/marcarían la cultura de esta tierra./Si algo ha cambiado, eso es nosotros/por suerte hermano, después de todo/sobrevivimos a la gran pálida/hoy quiero verte bailar”.
Ha pasado mucha agua bajo el puente pero sigue brillando un alma de diamante.
¿Rock Nacional o Rock Argentino? Ustedes dirán.
Rodolfo Edwards (Buenos Aires, 1962) es poeta, crítico literario y periodista cultural. Se graduó en Letras por la Universidad de Buenos Aires y es especialista en Literatura Argentina y Latinoamericana. Ha publicado numerosos libros de poesía entre 1999 y el presente; entre ellos: That’s amore (2000), Mosca blanca sobre oveja negra (2007), Mingus o muerte (2009), Panfletos de papel picado (2015) y El Campeón del Baile Suelto (2019). Eloísa Cartonera editó en 2016 La épica del movimiento continuo, su obra poética reunida. Dirigió las publicaciones La Mineta y La novia de Tyson y participó en el proyecto 18 whiskys. En 2014 publicó el ensayo Con el bombo y la palabra. El peronismo en las letras argentinas. Una historia de odios y lealtades (Seix Barral). Participó de las compilaciones de ensayos Tres décadas de poesía argentina. 1976-2006 (2006), Peronismo y representación. Escritura, imágenes y políticas del pueblo (2015), Iniciado del alba. Seis ensayos y un epílogo sobre Luis Alberto Spinetta (2016), Leopoldo Marechal y el canon del siglo XXI (2017) y Walsh en presente (2017). Colabora regularmente en Cultura del diario Perfil y es editor de la revista La Perla del Oeste, publicación de la Universidad Nacional de Hurlingham, donde también dicta la materia Una historia del Rock Nacional.
[1] La emisora radial FM Mega (98.3) fue fundada el 24 de abril del año 2000. Toda su programación musical está basada en canciones de Rock Nacional argentino, de todas las épocas.