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DESEO Y VEJEZ EN OESTE DE SILVINA GRUPPO Y BAÑO DE DAMAS DE NATALIA ROZENBLUM
Dos novelas publicadas recientemente exploran las peripecias de personajes femeninos que atraviesan lo que las categorías sociales nombran como tercera edad, con una atención puesta en las tensiones entre vejez, cuerpo y deseo.
Tanto Elsa, la protagonista de Oeste de Silvina Gruppo (2019, Conejos), como Ana Inés, personaje principal de Baño de damas de Natalia Rozenblum (2020, Tusquets), son captadas por el ojo narrativo con una lupa puesta principalmente en la relación con sus cuerpos y la manera de gestionar sus emociones, tratando de resolver las contradicciones que los mandatos sociales de una sociedad patriarcal proyectan sobre sus deseos. Esta tensión original, amplificada en distinta medida por la muerte de sus respectivos maridos, crece a lo largo de la narración hacia un clímax que se resuelve en finales memorables. Ambas novelas se destacan en el tratamiento de los personajes, con un nivel de proximidad que se despliega en matices y contradicciones. Por la vía de una profunda empatía, sin apelar al señalamiento moral, ambos personajes exponen un cuestionamiento descarnado al modelo patriarcal de familia que, con diferentes estrategias de supervivencia, Elsa y Ana Inés han atravesado a lo largo de sus trayectos vitales.
El biopoder es un concepto que da cuenta de la manera en que el poder está incorporado en nuestros cuerpos en formas pautadas de gestionar la relación de cada sujeto con su propio cuerpo y con los otros. Un ejemplo de nuestra actualidad pandémica: la leyenda “Podés salir a trabajar” que acompaña al dibujito de esa figura humanoide del Cuidar, luego de que hemos entregado a la aplicación, voluntariamente, datos de nuestro estado físico relacionados con temperatura corporal y asintomaticidad Covid. Para cuidar nuestro cuerpo sano, el Estado nos habilita entonces, por un tiempo determinado, para circular por la vía pública, con un punto de partida, objetivo y destino prefijados, manteniendo un cuidado distanciamiento social y portando tapabocas.
Más sutiles son las maneras en que estos mecanismos operan sobre los sujetos en situaciones no excepcionales, naturalizando formas deseables de relacionarse con el cuerpo, según clase social, género, estado civil, trabajo, edad… de manera que la máxima platónica del cuerpo como cárcel del alma se invierte y es el alma, tallada por este biopoder, la cárcel del cuerpo.
Exponiendo la manera en que la lógica de familia patriarcal relegó sus aspiraciones fuera del ámbito del hogar, tanto Oeste como Baño de damas alumbran estos mecanismos a través de las diversas formas en que han operado en sus personajes principales a lo largo de sus vidas de mujeres de clase media, que se han casado, formado una familia, criado hijos y enviudado.
El primer gesto de Elsa —primera escena de Oeste, en la que se narra el velorio de su marido—, es la queja por la incomodidad que le producen sus zapatos: “Lamenta no haberse traído en una bolsita las zapatillas que usa para ir a hacer los mandados, no serán elegantes, pero tampoco son pantuflas, tienen algo de dignidad de señora, mucho más que estos zapatos que se veían tan serios, tan correctos y, al final, son un papelón”; “…los empeines rebasan los bordes filosos del cuero, como si le hubieran calzado taquitos de fiesta a un elefante. Esa hinchazón es la única gordura en su cuerpo encogido, puro hueso. Le da vergüenza”.
El deber ser impuesto en la subjetividad de Elsa marca en esta primera escena un ADN de la historia que se irá desplegando de formas diversas: Elsa cumple con lo que se espera de ella, pero está incomoda con sus elecciones, de las que no puede librarse y la llenan de vergüenza. Como esos zapatos que no sabe por qué eligió y la torturan; como esos jilgueros que heredará de Horacio, su marido, y que se ve obligada a alimentar y cuidar; como esa empleada doméstica que sus hijos le imponen y que viene a invadir ese territorio de inusitada libertad que su viudez de pronto le abre, y que ella aprovecha con pequeñas rebeldías: dejar los platos sucios, no respetar horarios de comidas, gastar dinero en pequeños gustos sin tener encima la mirada controladora de su marido, teñirse el pelo.
Los capítulos alternan entre un narrador en tercera persona —que registra desde el punto de vista de Elsa— con otro en segunda persona que se dirige a Elsa pero cuya voz no encarnara en ningún personaje de la historia. El juego que produce este cambio de perspectiva intermitente amplifica y potencia la ambigüedad de la figura del marido, muerto y a la vez presente. Sobre todo en esa voz en segunda persona, que la interpela y la juzga desde la inmaterialidad y la cercanía: “Mirá lo que se te ocurre, Elsa. Te viene a la memoria la temporada en la que te dejaron viviendo con la vecina. Te quedó registrado como el año más triste de tu vida. Pero no, te equivocás, eso que para vos fue un año pasó en un par de semanas”. En ese ajuste pegado al personaje desde el que se narra toda la novela, iremos sintiendo de cerca no solo las lagunas mentales, imposibilidades y limitaciones del cuerpo en decadencia, sino también cómo ese devenir en su intento por acomodar su vida a una nueva realidad, dispara asociaciones inesperadas, deseos antiguos que se le vuelven a presentar en la evocación, como viejos parientes cuyos nombres apenas se reconocen en fotos gastadas en blanco y negro.
Uno de los primeros gestos de Ana Inés, personaje principal de Baño de damas, en el vestuario del club, está relacionado con la incomodidad de ducharse en un espacio semipúblico. Por eso sale quince minutos antes de la clase de aquagym para poder estar desnuda sin sentirse observada: “Las voces de algunas de las chicas empezaron a subir desde la pileta. Ana Inés se apuró a envolverse en el toallón; ató las puntas debajo de una axila, mientras el resto de la tela se abría dejando ver parte de su cuerpo. Pero las chicas siguieron de largo hacia las duchas sin reparar en ella”. La focalización se sostiene constante en una cercanía puesta en cada movimiento, sensación, pensamiento de Ana Inés. Esta proximidad, que se despliega en una narración escenográfica con un uso muy acertado de los diálogos, nos lleva por las dudas y certezas que le despierta su nuevo objetivo: postularse a la presidencia del club que en pocos días cumplirá su noventa aniversario y que por primera vez admite la posibilidad de que las mujeres se presenten como candidatas.
Esta novedad como meta estructura el avance de la narración y sirve para mostrar el universo de Ana Inés, que gira en torno al espacio de socialización del club, con amigas de su edad con las que comparte su fanatismo por el truco en el que apuesta pequeñas sumas de dinero; una hija que invade su casa en la que se siente más cómoda en soledad; y Antonio, aliado en su objetivo presidencial, con quien tuvo hace años una aventura que aún la convoca. La cercanía con Ana Inés desde la que se narra nos muestra tanto sus achaques corporales y cognitivos, que limitan y complican sus objetivos sin obturarlos, como también todo el espacio en el que explora su sensualidad.
Tanto Oeste como Baño de damas logran componer universos que invitan a la inmersión del lector gracias a una atención al detalle y al manejo inteligente de la intriga. Y en esos trayectos, Elsa y Ana Inés libran sus batallas cotidianas con el deber ser patriarcal que ha buscado disciplinar sus subjetividades, y desde allí, sus deseos y sus cuerpos.
Marcelo Guerrieri (Lomas de Zamora, 1973). Es antropólogo por la Universidad de Buenos Aires, coordina talleres literarios en centros culturales de la Ciudad de Buenos Aires y es docente de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes.
Es autor de Farmacia (2016), novela finalista del Premio Nueva Novela Página/12; también publicó el libro de cuentos Árboles de tronco rojo (2012); El ciclista serial (2005; Premio Nueva Narrativa Sudaca Border); Detective Bonaerense (2006) y varios relatos en antologías y revistas literarias. Fue Premio Nuevos Narradores del Centro Cultural Rojas y obtuvo la beca Formadores 2018 del Fondo Nacional de las Artes.